martes, 10 de abril de 2018
All You Need is Kill cap 1.5
Parte 5
El libro de bolsillo que había estado leyendo estaba al lado de mi almohada. Era una novela de misterio acerca de un detective americano que se supone que es una especie de experto en el Oriente. Tenía mi dedo índice metido en una escena en la que todos los protagonistas se reúnen para cenar en un restaurante japonés en Nueva York.
Sin levantarme, miré cuidadosamente alrededor de los cuarteles. Nada había cambiado. La modelo en traje de baño todavía tenía la cabeza del primer ministro. La radio graznaba la música de una manera grave desde la litera de arriba; desde la tumba un cantante nos amonestó llorando por un amor perdido. Después de esperar y asegurarme de que el DJ leyera el informe del tiempo con su chiclosa voz, me senté. Recargando mí peso en el borde de la cama al hacerlo. Me pellizqué el brazo tan fuerte como pude. El lugar en que me pellizqué comenzó a ponerse rojo. Me dolió como a una perra. Lágrimas nublaron mi visión.
- Keiji, firma esto. - Yonabaru estiró el cuello desde un lado de la litera de arriba.
- …
- ¿ Qué pasa? ¿ Aún sigues d ormido?
- Nah. ¿Necesitas mi firma? Claro . - Yonabaru desapareció de mi vista.
- ¿Te importa si te pregunto algo un poco raro?
- ¿Qué? Sólo necesito que firmes en la línea punteada . -Su voz llegó desde el marco de la cama. - No es necesario que escribas cualquier otra cosa. Nada de dibujitos graciosos del teniente en la parte de atrás ni nada por el estilo.
- ¿Por qué iba a hacer eso?
- No sé. Es lo que yo hice la primera vez que firmé.
- No me compares con t - ah, olvídalo. Lo que quería preguntar era; ¿mañana es el ataque, no?
- Claro. Esa es la clase de cosas que no cambiarían.
- Nunca has escuchado de alguien que reviva el mismo día una y otra vez, ¿verdad? - Hubo una pausa antes de que me contestara.
- ¿Estás seguro de que estás despierto? El día después de ayer es hoy. El día después de hoy es mañana. Si no funcionará de esa manera, nunca llegaríamos a la Navidad o al Día de San Valentín. Entonces estaríamos jodidos. ¿O n o?
- Sí. Es cierto.
- Escucha. No hay nada con la operación de mañana.
- … Claro.
- El sudor es demasiado, acabarás como un loco, terminarás perdiendo la cordura incluso antes de que tengas la oportunidad de volarte los sesos.
Me quedé mirando fijamente a la tubería de aluminio del marco de la cama.
Cuando yo era un niño, la guerra contra los Mimics ya había iniciado. En lugar de indios y vaqueros o de policías y ladrones, luchábamos contra los aliens utilizando pistolas de juguete que disparan balas de plástico con un resorte. Dolían un poco cuando te golpeaban, pero eso era todo. Incluso a quema ropa apenas hacía daño. Yo siempre jugué al héroe, el que toma la bala por el equipo. Me aventuraba con valentía a la línea de fuego, absorbiendo una bala tras otra. Daba un salto con cada golpe recibido, realizando una danza interpretativa improvisada. Yo era muy bueno en eso. Inspirados por la muerte del héroe, mis camaradas lanzarían un contraataque audaz. Con su noble sacrificio, había asegurado la salvación de la humanidad. La victoria sería declarada, y los niños que habían estado del lado de los chicos malos regresarían con la humanidad y todo el mundo se pondría a celebrar. No había un juego como ese.
Pretender ser un héroe caído en la batalla era una cosa. Morir siendo un héroe en una guerra real era otra. A medida que fui creciendo, comprendí la diferencia, y sé que no quiero morir. Ni siquiera en un sueño.
Hay algunas pesadillas de las cuales no puedes despertar, no importa cuanto lo intentes. Yo estoy atrapado en una pesadilla, y no importa cuántas veces me despierte, aún estoy en él. Sabía que estaba atrapado en un bucle que no podía romper, esa era la peor parte de todo. Luché contra el pánico. ¿Pero realmente estaba ocurriendo de nuevo?
El mismo día que ya había vivido dos veces se estaba desarrollando de la misma manera a mí alrededor. O tal vez todo era una pesadilla, después de todo. Por supuesto las cosas estaban sucediendo de la manera que recordaba. Todo estaba en mi cabeza, así que ¿por qué no? Esto era ridículo. Golpeé el colchón. ¿Había soñado ese punto negro volando hacía mí? ¿La jabalina que destrozó mi coraza y atravesó mi pecho estaba solo en mi cabeza? ¿Había imaginado la sangre, y tosiendo trozos de mi pulmón?
Déjame contarte que es lo que pasa cuando te trituran los pulmones. Te ahogas, no en el agua, en el aire. Jadea tan duro como quieras, los pulmones triturados no pueden proporcionar el oxígeno que el cuerpo necesita al torrente sanguíneo. A tu alrededor, tus amigos están respirando de adentro hacia afuera sin pensarlo por un segundo, mientras tú te asfixias en un mar de aire, solo. Nunca supe de esto hasta que me pasó a mí. Nunca había oído hablar de ello. Definitivamente no lo había hecho. Pero realmente sucedía.
No importaba si nunca se lo decía a nadie, nadie me creería. Aún así, seguía siendo la verdad. La sensación que había quedado impresa en mi mente era la prueba suficiente de ello. El dolor que se dispara a través de tu cuerpo como un rayo, tienes las piernas tan malditamente pesadas que se siente como si hubieran sido rellenadas con sacos de arena, el terror tan grande que aplasta tu corazón, no es cosa de la imaginación y los sueños.
No estaba seguro de cómo, pero me habían matado. Dos veces. No hay duda de ello. No me molestaba escuchar a Yonabaru contar una historia que ya había oído antes. Rayos, podría hacer eso diez, cien veces, cuanto más mejor. Nuestras rutinas diarias estarían llenas con la misma mierda repetitiva. ¿Pero volver a la batalla? No, gracias.
Si me quedo aquí, me matarán. Si moría antes o después de Yonabaru, realmente no me importaba. No había manera de que pudiera sobrevivir al tiroteo. Tenía que escapar. Podría estar en cualquier lugar, menos aquí.
Incluso los santos tienen límites en su paciencia, y yo no era un santo. Yo nunca había sido de los que creen ciegamente en Dios, Buda o ninguna de esas mierdas, pero si alguien allá arriba me iba a dar una tercera oportunidad, yo no iba a desperdiciarla. Si me quedo aquí sentado mirando la litera de arriba, el único futuro que me esperaba era terminar en una bolsa de cadáveres. Si no quería morir, tenía que moverme. Moverme primero y pensar después. Al igual que nos enseñaron en el entrenamiento.
Si hoy es una repetición de ayer, Ferrell estaría por aquí de un momento a otro. La primera vez que apareció era cuando había estado tomando un vertedero, el segundo mientras estaba charlando con Yonabaru. Después estaríamos afuera en una ridícula sesión de EF, y volveríamos agotados. Eso me hizo pensar. Todo el mundo en el 17 ª Compañía estaría en el EF. No sólo eso, todos los demás en la base con tiempo de sobra se reunirían alrededor del campo para ver. No podría pedir una mejor oportunidad para escaparme de la base. Tomando en cuenta lo cansado que sería después del entrenamiento, posiblemente era la única oportunidad que tenía.
Si me lastimo a mí mismo, probablemente puedo hacerlo. No iban a enviar a un soldado herido a EF. Necesitaba una lesión que fuera tan mala como para sacarme de EF, pero nada tan malo para no poder moverme. Para una persona incluso una herida superficial en el cuero cabelludo lo haría sangrar como un cerdo. Fue una de las primeras cosas que nos enseñaron en Primeros Auxilios. Por el momento, me pregunté que de bueno tenía saber primeros auxilios o cualquier otra cosa después de que una jabalina de Mimic cortara tu cabeza y la envié a volar por el aire, pero creo que nunca sabes cuándo un pequeño pedazo de conocimiento sería útil. Tenía que empezar rápido. ¡Mierda! Tenía un día entero para repetir, pero no el tiempo suficiente cuando lo necesitaba. Ese sargento cabeza dura estaba en camino. ¡Muévete! ¡Muévete!
- ¿Qué es todo ese ruido ahí abajo? - Preguntó Yonabaru casualmente.
- Tengo que sal ir por un minuto.
- ¿Salir? ¡Hey! ¡Necesito tu firma!
Me zambullí en el espacio entre las literas sin siquiera molestarme en atarme los zapatos. Se sentían como bofetadas de concreto bajo mis pies, me volteé justo antes de golpear el cartel de la nena en traje de baño. Pasando al sujeto con la revista porno acostado en su cama.
No me dirigí a ningún lugar en particular. En este momento mi prioridad es asegurarme de no toparme con Ferrell. Tengo que llegar a algún lugar fuera de la vista para poder hacerme daño, y entonces aparecer cubierto de sangre para cuando Yonabaru y Ferrell terminaran su conversación. Para un plan que había cocinado sobre la marcha, no era del todo malo. Mierda. Debería haber traído el cuchillo de combate que estaba bajo mi almohada. Era inútil contra los Mimics, se usaba para abrir latas o cortar a través de la madera o tela, que era algo que ningún soldado decente podía dejar fuera. Me corté con el cuchillo una y mil veces durante el entrenamiento. No habría tenido ningún problema para hacer una herida en cuero cabelludo con él. Salí por la entrada de los cuarteles, quería poner el mayor espacio posible entre el HQ y yo.
Aumente mi velocidad cuando doblé la esquina del edificio. Había una mujer allí. Que mal momento. Ella gruñó mientras empujaba un carrito con una montaña de patatas. Yo la conocía: Rachel Kisaragi, una civil encargada de la cafetería No. 2. Con un pañuelo blanco como la nieve, cuidadosamente doblado en forma de triángulo cubriendo su ondulado cabello negro. Tenía una sana piel bronceada y pechos más grandes que el promedio. Su cintura era estrecha. De los tres tipos de mujeres de los que se jactaba la raza humana -la bonita, la hogareña, y las gorilas con las que no se podía hacer nada más que enviarlas al ejército- la puse en la categoría "la bonita" sin siquiera pestañear.
En una guerra que ya había durado veinte años simplemente no había suficiente dinero para que todo el personal de apoyo militar sean empleados del gobierno. Incluso en una base en las líneas del frente, llenaron tantas funciones no combatientes con la población civil como pudieron. Incluso The Diet17 había debatido la posibilidad traspasar el transporte de material de guerra de las zonas no combatientes al sector privado. La gente bromeaba diciendo que a este ritmo, no pasaría mucho tiempo antes de que los combates los pasaran a los civiles e hicieran que ellos resuelvan todo el asunto.
Había escuchado que Rachel era más de una nutrióloga que una cocinera. La única razón por la que la conocí fue porque Yonabaru había estado persiguiendo su falda antes de que él se incluyera en su pelotón actual. Al parecer, a ella no le gustaban los chicos que avanzaban muy rápido, así que prácticamente Yonabaru quedaba descartado. Sonreí ante la idea y una montaña de patatas se estrelló contra mí. Desesperadamente, retrocedí con el pie derecho para recuperar el equilibrio, pero me resbale con una de las papas y caí de lleno sobre mi trasero. Una avalancha de papas azotó en mi rostro, uno tras otro, parecían los golpes ansiosos de un boxeador novato en su camino hacia el campeonato mundial de peso pesado. El carrito de entrega metálico asesto el golpe final, un duro derechazo a la sien.
Me desplomé en el suelo con un ruido lo suficientemente contundente como para parecer una granada de combustible-aire por sí mismo. Paso un tiempo antes de que pudiera respirar.
- ¿Estás bien?
Gemí. Al menos parecía que ninguna de las papas había golpeado a Rachel.
– Yo. . . Creo que sí.
- Lo siento. Realmente no puedo ver a dónde voy cuand o estoy empujando esta cosa.
- No, no es tu culpa. Salté justo en frente de ti.
- Oye, ¿no te conozco? – Dijo Rachel mirando hacia abajo al pobre sujeto tirado en el suelo con sus ojos verdes. Una tímida sonrisa se extendió por mi cara.
- Parece que nos volvemos a encontrar. . .
- ¡ Lo sabía! Ere s el nuev o recluta en la 17 ª.
- Sí. Lamento los problemas - Le dije.
Una papa giró y se resbalo de mi vientre. Con una mano en la cadera, Rachel inspeccionó el daño. Sus delicadas cejas se hundieron.
- No podrían haberse esparcido má s lejos aún si lo intentabas.
- Lo siento.
- Es su culpa por ser tan redondas. - Ella arqueó la espalda un poco y su pecho sobresalía. Era difícil de ignorar.
- Supongo.
- ¿Has visto a do nde se fue esa papa?
No lo había hecho. No es como si los tubérculos cubrieran el suelo tampoco.
- No debería tomar tanto tiempo para r ecogerlos, si es que me ayudas.
- No, quiero decir, sí.
- Bueno, ¿Cuál s erá?
El reloj seguía corriendo. Si no salgo de aquí ahora, estaré muerto para mañana. No tengo tiempo para levantarme y ponerme a recoger patatas, o cualquier otra cosa como esa. Pero algo más me estaba pateando a ello, una atracción que había sentido por esta chica desde la primera vez que me encontré con ella, justo después de entrar en la base. Me quede sentado en el suelo, estancado y pretendiendo estar adolorido. Estaba a punto de decir mi respuesta cuando escuché el sonido de pasos precisamente medidos que se aproximaban por detrás.
- ¿ Qué estás haciendo? - Fue un gruñido como el de un sabueso salido de las puertas del infierno. Ferrell. Había aparecido por la esquina del cuartel y ahora estaba inspeccionando las patatas esparcidas por el sendero de hormigón con desaprobación.
- Yo - yo est aba empujando mi carrito, y…
- ¿Este es tu desorden, Kiriya?
- ¡Señor, sí, señor! - Me puse de pie. Una ola de vértigo se apoderó de mí. Él giró los ojos y fijó su mirada en mí. -¿ Se - señor?
- Estás herido. Déjame echar un vistazo.
- No es nada. Estaré bien.
Ferrell se acercó más y tocó mi cabeza, a la derecha de mi línea del cabello. Un dolor agudo se disparó a través de mi cuero cabelludo. Sus dedos de salchicha abrieron la herida. La sangre caliente brotó de la frente al ritmo de una desconocida banda de rock. El flujo corría perezosamente por un lado de mi nariz, tocó la comisura de mi boca, y luego colgó brevemente en la punta de mi barbilla hasta que empezó a escurrir gota por gota. Un creciente charco de sangre fresca floreció en el concreto. El fuerte olor a hierro llenó mis fosas nasales. Rachel se quedó sin aliento.
- Hrmm. bi en, la entrada en la herida está limpia. ¿Con que te golpeaste?
Rachel intervino. - Mi carrito cayó sobre él. Lo siento.
- ¿Es eso lo que pasó?
- En realidad, yo soy el que choco con ella, pero sí, más o menos así fue.
- Está bien. Bueno, no es tan malo como parece. Vas a estar bien. -Dijo Ferrell, dando a mi nuca una bofetada juguetona.
Un chorro de sangre voló de mi frente, manchando mi camisa. Dejándome donde estaba, fue a la esquina del cuartel y gritó, lo suficientemente fuerte como para asustar a las cigarras en las paredes,
- ¡Yonabaru! ¡Trae tu trasero aquí!
- ¿ Hay algo que necesite de un soldado? Estoy aquí para… oh. Buenos días, Rachel. Sar ge nto, otro buen día en el cuerpo ¿No cree? Bien, parece que germinaron patatas del con creto.
- Cierra el pico y trae algunos h ombres aquí para recoger esto.
- ¿Quién, yo?
- Bueno, no parece como si e l pudiera levantar nada ¿O sí? -Ferrell señaló en mi dirección.
Yonabaru quedó boquiabierto.
- Amigo, ¿qué te golpeó? Parece que estuviste veinte minutos dentro de una jaula co ntra un irlandés de 300 libras. –Dijo al sargento: - ¿...? Espera, ¿significa que Keij i fue el que provoco todo esto? -Regresando conmigo: - Maldita manera para empezar el día, ir y arruinar la mañana de alguien de esa manera .
- ¿Cuál es el problema, no quieres ayudar?
- ¡ No seas tonta! Por ti, recogería cualquier cosa. Patatas, calabazas, minas terrestres....
- Suficiente. ¿Hay alguien en esta miserable excusa de pelotón cuya cabeza no este atrofiada como la de este idiota?
- Eso duele, Sargento. Solo mi re. Voy a traer a los hombres má s duros y trabajadores de la 17 ª .
- ¡Kiriya! ¡D eja de quedarte parado por ahí c omo un espantapájaros y mueve el culo a la enfermería! estás exento del EF de hoy.
- ¿EF? ¿Quién ha dicho algo de EF?
- Yo lo hice. Alguien se metió hasta las rodillas en una pila de mierda de cerdo al irrumpir en el almacén anoche.
- Puede que no tenga na da que ver con ustedes, sin embargo, a las 0900 usted y su equipo de la 4 ª división van a tomar el primer lugar en el campo de entrenamiento para EF.
- ¡Tienes que estar bromeando! Estamos por a ir la batalla de mañana, ¿Y quie re enviarnos afuera para EF?
- Es una orden, cabo.
- ¡Señor, el equipo completo de 4 ª división se reportará al campo de entrenamiento Nº 1 a las 0900, señor! Pero, eh, una cosa, sargento. Hemos estado haciendo esa incursión del licor d urante años. ¿Por qué ponérnosla difícil ahora?
- ¿De verdad quieres saber? - Ferrell giro los ojos.
Deje atrás la conversación que ya había escuchado antes, y me escape a la enfermería.
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