viernes, 6 de abril de 2018

The Witch’s House The Diary of Ellen 1.1



Capítulo 1 ~ Reunión del Callejón 

 

Estoy enferma, Así que nadie juega conmigo.

Vi a un gato negro atrapar a un ratón.

Sucedió en un instante. Todo lo que vi fue una sombra oscura que saltaba, y antes de darme cuenta, había un gato negro con un ratón en su boca.

El ratón ni siquiera crispaba –– tal vez el golpe del gato fue vital. Como si notara mi mirada, el gato me observo.

Sus grandes, ojos dorados estaban muy abiertos. Sólo momentos después, el gato desapareció en el callejón.

Dejé escapar un gran suspiro. Qué hermoso era. La imagen de ese gato negro fue grabada en mi vista.

Ese cuerpo ágil, y con ojos como la luna llena. Oro como los míos, verdad. Pero yo no tenía colmillos como él. Y no tenía libertad.

Tirada en mi sucia cama, miraba hacia afuera. Todo lo que podía hacer todos los días era mirar por la ventana hacía el callejón.

¿Por qué, te preguntaras?

Porque hacerlo era parte del camino de mi vida, y mi deber.

Las personas que pasan no me notan. Y si lo hicieran, ellos fingen no ver a la pálida niña que los observa.

Las personas honestas fruncen el seño como si vieran algún tabú, y rápidamente desaparecen.

Naturalmente. Estos eran los barrios bajos.

Todo el mundo se centra en vivir sus vidas, incapaces de preservarse a la hora de prestar una mano a otros.

“¿Ellen?”

Mi madre me llamo por mi nombre tan dulcemente que me devolvió a la realidad.

“¿Has visto algo?”, me pregunto, colocando un cubo de agua en el suelo.

Quizás ella había notado como veía hacía afuera con más de un destello en los ojos como era usual.

Asentí un poco con la cabeza y abrí la boca.

“Un gato…”

Una voz más degastada de lo que esperaba emergió.

Tosí un poco, y luego continúe.

“Vi a ese oscuro gato negro capturar a un ratón.”

“Ah”, ella sonrío. Su holgada-estacado cabello castaño claro se balanceo por encima de su clavícula.

Mojó un trapo en la cubeta con agua y lo escurrió. Ella lo dobla cuidadosamente, y luego coloca una mano en la manta.

“Voy a cambiar los vendajes.”

Tan pronto como asentí, tiro de las mantas hasta mis rodillas.

Tenia vendas envueltas en ambas pantorrillas. Había tenues manchas color rojizo en ellas. Cuando me quito las vendas, la descolorida e agrietada piel se hizo evidente. Mamá comenzó a limpiarme con sus manos como una experta.

Trate de hablarle de que tan rápida, elegante forma el gato había atrapado al ratón. Pero, ya que solo había sido cuestión de momentos, pronto me quede sin cosas que contar.

Mientras guarde silencio, madre termino de envolver mis vendas y tiró de la manta hacía arriba.

Ella miró mi cabeza, y como si apenas se diera cuenta, dijo “Oh, tus cintas se resbalaron.”

Se extendió hasta ella. No es que no me guste saber si se están resbalando o no.

Ella sonrío y hizo un gesto para que mirara hacía el otro lado. Estoy obligada, giro mi cuerpo hacía la ventana.

Desató mi cinta roja y empieza a peinar lentamente mi largo pelo, de un ligero- purpura. Con cuidado, para no tocar las vendas en la cara.

Sabía que no podía mover un músculo. Espere a que termine de peinarme a través de la totalidad de mi pelo de una longitud-hasta mi cintura.

Es casi como si ella estuviera jugando con una muñeca.

Cada vez que movía sus brazos, un dulce aroma contemplaba a mi nariz.

Mi madre siempre lleva un aroma como a dulces confites. Yo lo esperaba ya que es su trabajo hacer este tipo de cosas.

Ella siempre reemplaza mis vendajes por las noches. El cual es más o menos el momento en el que llega a casa. Me gusta la combinación de su dulce aroma y el poco aire frío que aparece en las puestas de sol.

El tiempo pasó lentamente.

Cerré los ojos con comodidad.

Justo entonces, Mamá me susurra.

“Lo siento, no puedo dejar que juegues afuera.”

Mis ojos se abrieron de golpe.

Una pequeña corriente eléctrica corrió por mi cabeza. Era una especie de señal, advirtiéndome del peligro, que me dejo inmóvil.

Tengo que elegir las palabras adecuadas para momentos como estos. Los engranajes de mi cabeza giran para encontrar una respuesta. Todo esto sucede en solo un momento.

Le contesto tan alegremente como soy capaz.

“Está bien. Me gusta jugar dentro de la casa, ¿Sabes?”, le dije, mirando hacía mi madre.

Ella sonrió y se peinó el pelo como si nada hubiera ocurrido. Una vez que confirme su sonrisa, torpemente traje una sonrisa a mis labios.

Nací enferma.

Pero eso no quiere decir que me limité a esta oscura habitación desde mi nacimiento. No podía ver el cielo desde esta ventana, sin embargo sabía sobre el azul del cielo y el olor de la hierba. Cuando era más joven, yo jugué afuera.

Desde que nací, la piel de mi cara y piernas se inflama. Hay algo malo con mis articulaciones, por lo que duelen con solo caminar.

No saben el por qué. Mucho menos curarla. No hay médicos decentes por aquí, ni tampoco tenemos dinero para gastar.

Recordé lo que el adivino nos había dicho.

“La enfermedad que tiene esta niña es por culpa de la mala conducta de sus antepasados. Ella va a sufrir por toda la eternidad.”

Mi madre gritó algo, y me saco de ahí de la mano con el adivino. A medida que avanzábamos por las callejuelas, su rostro se volvía tan pálido que parecía estar a punto de desmayarse.

En última instancia, todo lo que mi madre podía hacer es proteger mi piel con vendajes y hacerme beber la medicina.

No sabía que significaba. En esos momentos, yo apenas era sólo una niña, que quería jugar al aire libre. Había dolor en mis piernas, pero no era suficiente para que no pudiera caminar. Mi madre me había permitido salir a jugar como yo tanto deseaba.

Podía ocultar las vendas en las piernas con una falda, pero no las de la cara. Cada vez que me movía o rascaba mi cara, la piel podrida como lombrices trituradas se veía con facilidad a través de los huecos entre las vendas.

Los niños de mi edad me encontraban repulsiva. No era una enfermedad contagiosa, pero los padres me temían y no dejaban a sus hijos acercarse.

Algunos me miraban y susurraban a distancia. Fingí ignorarlos y jugaba sola, sollozando levemente. Sin embargo seguía siendo mejor que estar en una sombría habitación.

Cuando me cansaba de jugar, volvía a casa.

Me acostaba, dejando mi ropa sucia y vendas como estaban, y esperaba a que mi madre regresara.

Un día, ella regresaba del trabajo como de costumbre. “¿Te divertiste?”, preguntó, tratando de alcanzar mi sucia ropa.

Vi su mano.

No sé por qué, pero la inquietud me invadió, y cada uno de mis poros padeció un frío sudor.

…¿Las manos de mi madre siempre eran tan duras?

No podía abrir la boca para preguntar. Sólo imaginar pedirlo hizo que mis piernas se doblaran. Sentí escuchar un susurro –– “Es tu culpa”. Yo estaba temblando.

Definitivamente no podía decir que la aspereza de sus manos se debía enteramente a su atención hacia mí. Pero no había duda de que tenía un efecto sobre su vida.

A este paso, mi madre seguramente algún día me abandonara.

Ese fue el presentimiento que tenía.

Sólo se puede ser amable con la gente cuando tú mismo te lo permites.

Mi madre no dijo nada. Y sin embargo sin que use palabras, vi que sus labios fuertemente apretados –– me culpan, y estaba asustada.

No, no quiero ser abandonada.

Es un grito a través de mi cuerpo.

Creo que fue entonces cuando esas señales comenzaron a volar por mi cabeza.

A partir del día siguiente, dejé de ir a jugar afuera. Sólo esperaba obedientemente en la cama para cuando mamá regresara del trabajo. Podría tener comezón, pero me abstenía de rascarme. Quería mantener el tiempo en el que ella me cuida al mínimo.

Ella penó que era extraño verme hacer esto, pero sólo al principio. Muy pronto, dejó de atribuir toda opinión.

De hecho, parecía volverse más amable que de costumbre. Tal vez sea sólo mi imaginación, pero no me importaba.

Yo tenía mucho, mucho más miedo de perder el amor de mi madre que el de no ser capaz de jugar al aire libre.

Por el momento cuandocumplí siete, era una prisionera.

Yo había elegido el insensato camino de un prisionero, atada por las vendas como cadenas, alimentada sólo con el amor de mi madre.

“Ya está.”

Mi madre ajusto mi cinta y levantó un espejo en su mano.

Vi en el reflejo una chica flaca con la cara envuelta en vendajes. Un pelo de un ligero púrpura decorado con una cinta roja. A mi lado, una mujer con el pelo castaño claro susurro, sonriendo tranquilamente.

Ella me abrazó por la espalda, y suavemente giró mi cuerpo como a una cuna.

“Mi querida Ellen…”

Me coloco el tranquilizador dulce aroma de mi madre. Agarré sus delgados dedos y cerré mis ojos.

Mi madre. La madre que me había amado.

Yo la amaba también.

Ser abandonada por mi madre sería lo mismo que la muerte.

Porque ella era la única persona que me amaba.

Si ella no sonreía, entonces yo tampoco podría hacerlo. Si ella no me estuviera amando, no podría respirar.

Al igual que un desesperado debilucho por tener algo para mantenerse, me aferré al amor de mi madre.

Debido a que estos eran los barrios pobres.

Al igual que cualquiera estaba desesperada por vivir, estaba desesperada por tener su amor.

“… ¡Maldita sea! ¡Me estas cargando!”

El sonido de la puerta principal al abrirse violentamente me decía que padre había llegado a casa.

Mi madre y yo nos separamos por la sorpresa. O más bien, fue ella quien me dejo ir de inmediato.

Me tomo de la mano, y el ligero temblor de la misma me comunico su nerviosismo.

Es una pequeña casa, por lo que la entrada y donde duermo estaban casi conectados. Había una gran mesa en el centro de la habitación, padre se sienta y cerro de golpe una botella que llevaba.

No sabía qué tipo de trabajo tenía mi padre. Recuerdo que llega a casa más tarde que mama.

Su cabello corto y ropa usada siempre estaban sucios con tierra o lo que sea eso.

“Voy a tener que sacar otro préstamo…”

Él murmuró. Sabía que él no hablaba consigo mismo, sino que estaba dirigido a mi madre.

Ella habló con él inquisitivamente.

“¿Qué pasa con el sindicato?”

Mi padre se limitó a sacudir la cabeza.

“No va a pasar, no van hablar. Y sabían que llegaríamos a ir donde teníamos que ir, por lo que –– ¡Maldita sea!”

Como si estuviera enfadado con su memoria, pateó el cercano cubo.

Mi Madre apretó mi mano con fuerza.

El tiempo pasó torpemente. El tic–tac, tic–tac del reloj hizo eco a través de la habitación.

Mi padre dejó escapar un gran suspiro, y su mirada vagó. Miró más allá de mi madre bajando sus ojos.

Me sobresalté, y abrí mi boca para decir algo. Pero en un momento, miró hacia otro lado con fastidio, tomando un trago de la bebida que había traído con él.

Mi corazón se hundió profundamente.

Siempre fue así.

Mi padre no me mira.

Me trata como si no existiera.

Nunca dijo que me amaba y me abrazó, pero él nunca dijo que me odiaba y me regañó. No había ninguna duda de que era consciente de mi existencia. De hecho, parecía que él hacía todo lo posible para mantenerme fuera de su visión.

Una vez le pregunte a mi madre “¿Padre me odia?” Ella solemnemente negó con la cabeza. “Por supuesto que no. Tú padre trabaja para ti, Ellen.”

“¿Entonces por qué él no habla conmigo?” Ella se rió un poco y dijo: “Él solo es tímido.”

Quería creerle. Quería pensar que mi padre me amaba.

Y cuando la esperanza de sus miradas hacía mi tenían un significado, por lo general me encontraba decepcionada.

Mi padre nunca dijo mi nombre.

Sólo lo dijo mi madre.

Por fin, se levantó de la silla y se acercó.

Yo no era su objetivo. Fue mi madre.

Él tiró de ella más o menos de la mano. Mi mano y la de ella se separaron, como si fuéramos amantes desgarrados.

Padre la arrastró hasta la otra habitación –– la única otra habitación –– y cerró la puerta. Después, escuche el sonido de la cerradura desde el interior.

Y entonces me quedé sola.

He oído un clamor por la pared. Los ruidos se habían calmado, luego cambió a voces hablando.

Esta era la costumbre.

Siempre hablaban donde no podía verlos.

No sabía lo que estaban haciendo Pero sentía que era algo necesario para las relaciones entre un hombre y una mujer.

Una vez le pregunté a mi madre cuando salió, “¿Qué estaban haciendo?” Ella se echó a reír con preocupación.

En estos momentos, podía oler algo distinto a su dulce olor de confección en todo el lado de atrás de su cuello. Supuse que podía ser el olor de mi padre.

Mientras hablaban, yo perdí el tiempo inútilmente mirando afuera y arañando las etiquetas en los frascos de medicamento.

Quería decir que se me había concebido un tiempo para ser libre.

En verdad, estaba siendo dejada atrás. Pero me puso triste pensar en eso.

Cuando me aburrí de rayar las etiquetas, cogí una vieja muñeca guardada bajo mi cama.

Es la muñeca de una niña de pelo rubio. Lleva un vestido de color púrpura y un sombrero, por no hablar de su misteriosa sonrisa.

Mi madre me la había dado, diciendo “No había muñecas con un pelo como el tuyo, Ellen. ¡Pero su ropa es del mismo color que tu pelo!”

La acepté, fingiendo alegría. No me importaba de qué color era el pelo de la muñeca. Después de todo, no está hecha con mi propio pelo.

Mi cabello era el mismo tenue púrpura que el de mi padre. Pero me hubiera gustado que fuera de un color marrón claro, como el de mi madre. Tal vez entonces, si tengo el pelo como el suyo, mi padre se digne a mirarme.

Le aparté el pelo a la muñeca con mi mano. El hilo de oro se hizo todo un nudo, por lo que es difícil para mis dedos pasar a través.

Creció mi irritación. Me abrí paso a través forzando los nudos. Los inorgánicos ojos de la muñeca parecía que hablaban conmigo.

“…Eso duele.”

Cállate. No puede dolerte. Eres una muñeca.

“… ¿Y tú no eres una muñeca también?”

Yo no soy una muñeca.

Lo negué, en lo profundo de mi corazón, recordé como mi madre peinaba mi cabello.

Estaba completamente inmóvil, dejando que ella haga lo que quiera. Permanecía sentada esperando a que ella moviera el peine de arriba abajo.

¿Soy una muñeca?

“…Lo eres.”

Incorrecto.

Continúe alejando los nudos en el hilo.

Mis ojos no están muertos como los tuyos. Mis ojos pueden ver todo tipo de cosas, todo tipo de lugares.

Heeheehee.

La muñeca se rió, su cuello giro en una dirección extraña, y su rostro es el mismo de siempre.

“… ¿Lugares como este callejón? ¿Y qué más?”

Sentí la sangre subir a mi cabeza.

Inmediatamente lance a la muñeca. Chocó contra un muro y cayó sobre una pila de ropa en el suelo.

Escondí mi cabeza bajo las sábanas, no quería oír nada.

Yo odio estar sola. Me hace pensar mucho. Me hace oír demasiado.

Oré por mi madre para que viniera a mi lado pronto, y cerré mis ojos con fuerza. No tengo frío, pero ni cuerpo se estremeció. Muy pronto, me quedé dormida.

Cuando volví en mí, mi madre me acariciaba mi mejilla con la palma de su mano. Su expresión era vacía, pero cuando me vio, sonrió.

“¿Estás despierta?”

En silencio, asiento con la cabeza.

Con sólo mirar su rostro logro clamarme.

“Te voy a traer un poco de agua.”

Se levantó de la silla y se acercó al fregadero.

Ahora que lo pienso, ya es hora del medicamento.

Miré por la ventana. La noche ya había caído. La noche todavía tenía que descender. No debe de haber pasado mucho tiempo desde que me dormí. Miró hacía el espacio pensando, aún somnolienta por mi siesta.

Mis ojos seguían casualmente la espalda de mi madre.

¿Me pregunto por qué? Me parecía que estaba trabajando menos para mí bien, y más como si estuviera huyendo de algo. ¿Pero de qué?

Vi más allá de la puerta de la otra habitación. Mi padre, que sin duda sigue ahí, no arrastrara más a mi madre de la mano.

Finalmente, mi madre regreso con una taza de agua y una medicina en polvo. Poco a poco me senté en la cama y los tome.

Luego, cuando distraídamente miraba el rostro de mi madre, quedé desconcertada.

Quedé sin aliento, como si me hubiera dado cuenta de un hecho asombroso.

Mi madre se ve increíblemente hermosa.

No era la estructura de su rostro. Su pelo es un desastre, y apenas llevaba maquillaje. Ella sólo sonreía débilmente.

Su labio inferior esta rojo por ser mordido tantas veces, y ese rojo se sentía como el único color en este oscuro cuarto.

Sus abatidas pestañas se sacudieron varias veces con el recuerdo. Su mirada, la respiración, las manos juntas, todo parecía tener un significado.

Esta mujer está viva, sentí.

Tragué la medicina. Pero no me sabía amargo. Mi estómago se había acostumbrado a las cosas amargas.

Sin embargo el agua en el fondo de mi estómago hizo tal como una serpiente retorciéndose, y trató de escapar por mi garganta.

“¡…Madre!”

Iba a gritar, pero instantáneamente la llame.

Mi voz tembló. Estaba a punto de llorar en cualquier momento.

Como mi madre había visto, yo soy una niña que se preocupa por ella. Me tomo de la mano y suavemente me abrazo.

Incapaz de expresar los sentimientos que tengo, me aferre desesperadamente a su cuerpo.

¿Yo era incapaz de expresarme? No sé porque me parecía eso. Para ser exacta, quería fingir que no podía.

Aún envuelta en el aroma de mi madre, la oscuridad en mi pecho no desapareció. De hecho, sólo parecía hacerse más profunda.

Estaba nervios por este sentimiento que nunca había experimentado.

Esta cosa nació en mi pecho.

Era el odio.

Yo la odiaba. A mi madre quien me hizo sentir que estaba viva. A mi madre que continuaba aceptando el amor de un padre que nunca quiso darme nada.

Estaba confundida al sentir una emoción tan brutal.

¿Cómo podía odiar a mi madre, quien era tan amable y adorable? Me advertí a mí misma.

Para acabar con los pensamientos amargos, me aferré aún más a su brazo.

Incluso si mi madre es la única que parece tener un color, estaba bien.

Con un abrazo como este, ella me está coloreando, también.

Soy Ellen. Amada hija de mi madre. No necesito nada más que eso.

Desesperadamente me convencí a mí misma.

Y aún así, el odio enrollado alrededor de mi pierna, trataba de arrastrarme a las profundidades del mar.

Incluso llegó un susurro a mis oídos, por lo que me doy cuenta de eso.

“¿De verdad?”

Me resistí a las ganas de gritar, y apreté mi rostro contra el pecho de mi madre.

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