lunes, 16 de abril de 2018

Mimizuku to yoru no ou 8





Aquella noche cuando Claudius estaba apunto de quedarse dormido, escuchó un ruido en medio de su sueño.

“¿Quién anda ahí?” Abriendo los párpados, el príncipe preguntó por la identidad secamente. No podía ser decuidado, era vunerable cuando era descuidado. “¿Te has dado cuenta siquiera que estás en los aposentos del príncipe? Si das un sólo paso más te maldecirán los grandes magos de este país.” Aún así, si aquella persona estaba preparada para tirar toda su vida no tendría problema alguno en herir al prícnipe. Una alarma sonó repentinamente ene l corazón de Claudius que dejó los ojos en blanco. Era una silueta humana y pequeña.

“Perdona por venir tan tarde, Dia.”

La débil voz era muy pequeña y rodó por el suelo.

“¿Mii…? ¿Eres tú?” Preguntó Claudius desconcertado. Pensó que ella había asentido.

“Sí, perdona. Durante el día me vigilan así que he podido venir hasta la noche.”

“¿Te vigilan…?”

“Algo así, aunque me dicen que no me vaya a ningún sitio. El chico abajo del todo de la torre me ha dejado pasar.”

“Ya veo…” Claudius respondió en medio de un complejo estado mental. Muchas palabras diferentes dichas por diferentes personas estallaron en su mente. “Mimizuku… Te estaba esperando.”

“Lo sé, gracias.” Mimizuku pareció asentir y sonreír, sólo un poco.

“Andy y Orietta vinieron y me contaron lo tuyo. Pensaba que no volverías.”

“¿Por qué?”

Escondido entre las mantas de su cama, Claudius no podía ver a Mimizuku y además desconocía lo mucho que había cambiado la niña desde que había recuperado sus recuerdos. Cerró los ojos en la oscuridad. Nada cambiaba. Estuviesen o no cerrados sus ojos, el mundo tenía el mismo color.

“El Rey ha venido hoy. Ha dicho que la ceremonio de destrucción del Rey de la Noche será mañana y que tengo que ir… Ha dicho que tenía que participar como próximo Rey.“Claudius entendía a lo que se refería su padre. El día anterior, el duque Ann se lo había dicho y por ello conocía la situación entera. El duque le habló de la situación de Mimizuku y del significado de la marca de su frente y el porqué tenía cicatrices en los tobillos y las muñecas. Y entonces, el duque le dijo:

“De aquí dos días de harán ir a una ceremonia, entierra lo que haré ese día en lo más hondo de tu memoria. Sin embargo, no le digas nada… a Mimizuku.” El duque sonrió tristemente cuando se lo dijo. “De todas formas ya me imaginaba que me iban a acabar odiando. No queda de otra…”

Claudius le preguntó cómo podía ayudarle pero el duque simplemente sonrió. Sonrió como si estuviese conteniendo lo que quería decir de verdad.

“Dia, puede que pronto consigas mover las piernas y los brazos.”

“No me importa lo que me pase a mí, ” dijo Claudius. El duque le dio unas palmadas en la cabeza.

“No digas eso. El Rey quiere que puedas mover los brazos y las piernas para que tengas más confianza en ti mismo”

Confianza en sí mismo. ¿Pudiendo moverse tendría más confianza? ¿Sólo con mover los brazos y las piernas sería un buen Rey?

“Sabes Claudius,” dijo Mimizuku con voz temblorosa. Claudius se concentró para poder escuchar todo lo que la niña decía. “Sabes…” Incluso en la oscuridad la silueta de Mimizuku era menuda.

Aunque estaba a punto de conseguir moverse con libertad, Claudius sólo podía pensar en Mimizuku.

“¿Está llorando?“, pensó.

Entonces, con una voz tan temblorosa como un susurro, Mimizukuhabló.

“¿Qué harías… si te pidiera que me ayudaras..?” Claudius sonrió antes de decir nada. Ya sabía su respuesta desde hacía mucho tiempo.


Una campana tricolor con un sonido prístino sonó. Cuando lo escuchó, el duque Ann pensó en el funeral de la fallecida reina. En ese momento, el duque aún no había sido elegido como el Caballero Sagrado. Había mirado la inacabable procesión de gentes vestidas de negro en lo más alto de un árbol del jardín de su mansión. Aunque estaba a una buena altura, no podía ver el interior del ataúd. Estaba decepcionado pues le habían dicho que la reina poseía una extraña belleza. Sin embargo, el duque levantó la cabeza y miro a Fukurou que parecía hacerse su propio trono con las alas extenidas. Habían pasado dos lunas desde que le habían capturado, desde entonces, no había comido ni bebido nada, simplemente había estado allí colgado mientras le quitában la magia. Aún así, su silueta con los párpados bajados, delgada y mustia seguía siendo bella. Ante tanta belleza incluso el Caballero Sagrado tembló.

“Mujer Sagrada, trae aquí la espada.” Dijo el Rey Dantes en voz baja. Sin esfuerzo alguno, Orietta se arrodilló al lado del duque, cerró los ojos y le ofreció la Espada Sagrada a su esposo. Él no creía que ella vendría.

Es lo que el duque realmente pensaba, desde que le había dicho quele entregase la espada el día de la ceremonia, no le había hecho ningún caso. Sin embargo, Orietta no podía negarse tampoco.

“¿Estás bien con esto?” Susurró en el momento que cogía la espada.

Orietta suspiró con los ojos cerrados.

“La espada y yo vivímos siendo uno.”

Al escuchar su respuesta, el duque puso una expresión doloridad. Si puediese evitarlo no haría que Orietta fuese obligada a decir estas cosas. Cogió la empuñadura de la espada, la desenvaino de un sólo movimiento. Dos lámparas mágicas reflejaban la luz de la luna llena en la Espada Sagrada, creando una fuerte atmosféra. Lo que más brillaba en la ceremonia era el cristal que rodeaban los magos. Era un poco más grande que la cabeza de un humano con una flameante llama azul en su interior. Al Rey de la Noche ya no le quedaba ni rastro de magia.

La corona que debía ser para el próximo Rey emitía un aire intimidante.

“¡Traedme a mi príncipe…!”

Ante las ordénes del Rey, Claudius llegó en un trono mucho más grande que él aguantada por varios hombres. Primero miró al Rey y después a Fukurou. Los magos dieron un paso al frente. Desde aquí, iban a usar el poder del Rey Demonio para hacer el mayor hechizo conocido en la historia de su país. Su objetivo era recuperar la movilidad completa de Claudius.

“Esperad, por favor.”

Claudius rompió el silencio que había habido hasta ahora con su voz aguda. El duque Ann se giró hacia él sin pensarlo.

“Su Alteza,” dijo Claudius claramente mirándo directamente a los ojos al Rey. “Me gustaría ver al Rey Demonio con mis propios ojos.”

“¿Qué?” Gruñió Dantes.

Sin embargo, Claudius se hundió en su silla y volvió a alzar la voz.

“Antes de que le apuñalen con la Espada Sagrada, me gustaría grabarme la visión de este futuro símbolo para nuestro país en la mente.”

El canoso Rey reflexiono sobre las palabras de su hijo. Sin embargo, Claudius no bajó la vista. Dantes se preguntó cuándo se había vuelto tan valeroso su hijo, y sintió que Claudiusno era el mismo hijo de siempre.

“De acuerdo.” Asintió el Rey. “¡Traed a Claudius!”

Los hombres llevaron adelante la silla con el príncipe y le dejaron en la alfombra roja. El príncipe observó con cuidado, a pesar de la distancia, a Fukurou. Miró su cuerpo. Las alas parecían hilos invisibles pero no habían perdido su majestuosidad. Le miró como si grabase su forma en su emnte. Justo cuando Dantes iba a pedir que continuase la ceremonia, el príncipe gritó:

“¡Ahora Mimizuku!”

Todos lo oyeron, la tela de debajo de la silla de Claudius se rasgó y una sombra salió.

“¡¡Mimizuku!!” Gritó el duque. Como la niña era tan sólo huesos y piel, corrió como una bala.

“¡Parad a esa niña!” Gritó Dantes como un cañón. Desconcertados, los magos empezaron a formular hechizos de ataque, pero eran los mismos que habían empezado a cantar los hechizos para curar a Claudius, por lo que les llevaría un rato conseguir otro encantamiento.

El duque corrió hacía Mimizuku, sin embargo, alguien le dio un tirón en el brazo.

“Déjame ir a mí, Andy.”

“¡¿Qué vas a hacer?!” preguntó el duque.

“¡Ya verás! ¡Tú cúbreme las espaldas!”

Las palabras de Orietta eran fuertes, el agarre de las muñecas del duque era fuerte por lo que le fue imposible al hombre rechazarla. Impacientemente miró a Mimizuku.

Mimizuku corrió, con todas sus fuerzas, corrió hacia Fukurou, el hermoso Rey de la Noche.

“¡¡Fukurou…!!”

Gritó su nombre con todo su corazón, cogió un cuchillo empuñándoselo contra su propio pecho.


Orietta se quedó de pie en la entrada vestida con su uniforme de sacerdotisa mirando a Mimizuku. Vio que se había cambiado la ropa por unas más finas.

“Mimizuku…”

“Lo siento, Orietta,”Dijo Mimizuku, “Tengo que irme.”

“Adelante, Mimizuku.” Dijo sonriéndo y llorando al mismo tiempo. Mimizuku al verle la cara también tuvo ganas de llorar.

“Sabes…” Las lágrimas empezaron a brotar de los ojos de Mimizuku que no siguió hablando. Orietta la abrazó con fuerza.

“Si tuviese una hija… Creo que las cosas serían así, ¿no?”

Ella misma había abandonado la idea de tener hijos. Ya se había disculpado con el duque por ello. El duque la amaba y ella amaba al duque, así que se disculpaba cada vez que lloraba. El duque no culpaba a Orietta. Era completamente consciente de por lo que había pasado. No querían adoptar porque para ellos su país era su hijo.

“Lo siento, Orietta.”

“No tienes por qué” dijo Orietta estrechando sus brazos a su alrededor.

“Sabes… Y-Yo… La ropa que me diste era preciosa. Y la comida estaba buenísima. La cama era súper cómoda… Y todo me ha hecho muy feliz.” No mentía, sus sentimientos eran reales. Aún así… “Aún así, quiero irme a casa.” Tenía un sitio al que regresar. “Quiero volver al bosque de Fukurou… Creo que soy idiota.”

“Sabes, las chicas… nos volvemos idiotas cuando nos enamoramos.” Dijo con una sonrisa picarona. Mimizuku parpadeó.

“¿Tú también… fuiste idiota?” Preguntó la niña secándose las lágrimas. Orietta soltó una carcajda.

“Si no lo fuera… ¿Cómo me habría convertido en una esposa inútil?”

Mimizuku se rió sin querer.

“Toma.”

Orietta le dio un cuchillo, era de belleza simple pero Mimizuku sabía que era valioso.

“¿Qué es?”

Los hombros de Mimizuku temblaron. Orietta le sonrió afectuosamente.

“Para ti. Te lo presto. Me lo dieron cuando todavía estaba en el templo, ha psado de generación en gerenación. Es un trozo de la espada, si quieres cortar los hilos que sujetan al Rey de la Noche, necesitarás esto. ”

“¿De verdad me lo puedo quedar?” Preguntó Mimzuku con sentimientos encontrados.

¿Orietta no era la esposa del duque? ¿No era la sacerdotisa del país? Aún así, Orietta le sonreía.

“Te ruego que te lo lleves… Mi querida Mimizuku.” Dijo.


Mimizuku se llevó el puñal. Empezó a sentir náuseas al notar el viento y el aire. Sin embargo, no perdió el control.

Lucharé, pensó. Hasta ahora siempre había hecho lo que le habían dicho. Ahora quería vivir por ellal misma, dirigir su propia vida.

Lo supe desde la primera vez que nos conocimos, el conocerte fue la primera decisión que tome en mi vida. Voy a traerte de vuelta. Por eso lucharé, le rezó a Dios.


“¡Fukurou!” Mimizuku cortó el hilo de seda mientras aguantaba el cuerpo de Fukurou. “¡¡Fukurou, Fukurou…!! ¡Abre los ojos…!” Gritó entre llantos. El rostro de él poseía una calma hermosa, como si hubiese muerto y la espalda de Mimizuku se heló, no por la belleza sino por el temor de perderle.

Habían muchas cosas que Mimizuku temía sin opderlo evitar. Entonces, débilmente, ligeramente, Fukurou abrió los ojos. Una suave luz de luna se filtró por sus ojos.

“¡Fukurou!”

La primera acción de Fukurou al notar la libertad de movimiento fue agarrar la muñeca de Mimizuku. La muñeca decolorada y que sujetaba un puñal. Los delgados dedos de Fukurou habían perdido mucho vigor, pero su agarre era sorpresivamente fuerte, obligando a Mimizuku a soltar el cuchillo.

“¡¡Mimizuku!!” Gritó el duque Ann con desesperación. Orietta contuvo la respiración. Haciendo un sonido sordo el cuchillo cayó al suelo. Sin embargo, Fukurou miró a Mimizuku.

“Creía que habías dicho que… odiabas los cuchillos…” Dijo. Era la misma voz, no había cambiado ni lo más mínimo, era el mismo Fukurou que le había hablado cuando se encontraron por primera vez. Ante sus palabras, Mimizuku sonrió. Era unas sonrisa poderosa, distinta a las que había hecho hasta ahora. Iluminaba su cara, ignorando la lágrima que rodaba por su cara.

“No es para tanto…”

Mimizuku saltó al cuello de Fukurou. Le abrazó fuertemente. Sus delicados y delgados bracitos le rodearon como si hubiesen sido creados sólo para ello. Fukurou cerró los ojos y la abrazó tan fuerte como pudo. Había pasado mucho tiempo desde aquella noche iluminada por la luna y los dos, por fin, se habían dado el uno al otro, brazo con brazo.


“¡Andy!” Gritó Dantes quien tenía la frente ensangrentada.

“¡Duque Ann Caballero Sagrado! ¡Acaba con el Rey Demonio! ¡¡La vida del Rey depende de ello…!!”

Los magos también estaban preparando un nuevo hechizo. Dantes alzó la voz pidiéndole al Caballero Sagrado que apuñalara el corazón de Fukurou.

“¡Da igual si tienes que matar también a Mimizuku…!”

Ante ese tono de voz, el duque se deshizo de las manos de su esposa que todavía le sujetaban por las muñecas. Orietta chilló detrás de él. Sin embargo, el duque no se dio la vuelta. Levantó la Espada Sagrada, más y más alto. Mimizuku cerró los ojos con fuerza. No le importaba morir así, siendo abrazada por Fukurou. Se repetía las mismas palabras una y otra vez, aunque se contradijeran las seguía repitiendo.

“¡Andy…!” Claudius gritó su nombre.

La espada cayó.

Y un sonido similar al de un cristal roto se escuchó.

Todo el mundo perdió el control de sus sentidos durante un instante cuando pareció haber un torbellino.

“¡Duque Ann, ¿qué estás…?!”

Empezó a soplar el aire y a sonar algo similar a una cascada. Por un momento, Mimziuku no sabía qué era arriba o abajo, sin embargo al rato pudo volver a enfocar la visión. Todo lo que quedaba en el suelo era el duque Ann, Fukurou y Mimizuku todavía en los brazos de Fukurou.

El Duque no apuntó al corazón de Fukurou.

Las alas de Fukurou, como si volviesen a respirar, se extendieron, había recuperado su poder mágico. El duque había atacado la bola que contenía el poder mágico de Fukurou.

“¡Andy, has…!”

El Rey, que se había incorporado recuperó la compostura al igual que los magos que le apoyaban, gritó el nombre del duque con rebosante rabia. Sin embargo, el duque Ann se encogió de hombros y como siempre dijo con indeferencia como si hablase con un viejo amigo:

“Lo siento, mi Rey, pero si mi mujer huye, estaré en problemas.”


“Fukurou, Fukurou, ¿estás bien?” Tras la discordia, Mimizuku había estado mirando a Fukurou preocupada. Fukurou no la ignoró; bajó la mirada y se encontró con los ojos de la niña.

“¿Por qué has venido?” Preguntó con voz grave.

Mimizuku frunció el ceño con una mezcla de sonrisa y llanto.

“¿Por qué no debería?”

“Porque por fin habías conseguido ser feliz.”

“¿Sí? Comida, ropa bonita, toallas suaves y una cama mullida. Pero…“Mimizuku miró cara a cara a ese par de lunas. “Tú no estabas.” dijo. Fukurou entrecerró los ojos.

“Eres una idiota.”

“Puede ser.” Lágrimas empezaron a caer de los ojos de Mimizuku.”No digas cosas difíciles de entender en estos momentos. Ya se ha acabado todo, ¿por qué no nos vamos a casa? ¡Vámonos a casa, al bosque…!”

Fukurou secó las lágrimas de las mejillas de Mimziuku con la punta de sus delgados y puntiagudos dedos.

“Pensaba que habías dicho que tú nunca llorabas.”

“Me he acordado de cómo se hace.” Levantó la mejilla. “También me he acordado de cómo reír. ¿Me odias por ser tan humana?”

“No…” Fukurou le apartó el pelo de la cara a Mimizuku con el dedo para poder ver el símbolo de su frente. “Tú… eres Mimizuku y yo… soy Fukurou.” Esa fue su respuesta.


Fukurou batió las alas levantando un aire de magia a la habitación subterránea. El Rey de cabello cano alzó la voz contra el Rey de la Noche que sujetaba a la niña.

“¡¿Qué hacéis?! ¡Magos! ¡Riveil! ¡¡Rápido, rápido haced algo…!!”

Sin embargo, los magos ya no podían hacer más hechizos. Con la luna llena en los cielos, el Rey de los monstruos consiguió el máximo nivel de su poder haciendo honor a su nombre y, sintiendo la presión de su poder mágico, los magos no podían parar de temblar.

“¡¿Qué os pasa?! ¡Acabad con él!”

“¡Para ya!” Le dijo Claudius a su padre que intentaba en vano despertar a los magos. “Por favor, padre. Ya vale.”

Agarrada por el brazo de Fukurou, Mimizuku miró a Claudius. Él le había sonreído cuando le pidió ayuda.

“Haré lo que me pidas, Mii.”

Ella miró a Claudius, quien le había dicho tales palabras. Miró el rostro del muchacho compungido como si fuese a llorar repitiéndo incontables veces su plegaria a su padre.

“Claudius…” Dijo Dantes, sorprendido. “¿En qué estás pensando…?”

“¡Mii es mi amiga!” Una lágrima empezó a descender por la mejilla de Claudius. Era la primera vez desde que la Reina murió que el Rey veía las lágrimas de su hijo. “Mimizuku es mi amiga. Si es a costa de hacer a una amiga llorar entonces mis piernas y mis brazos no son tan importantes.”

“Dia…” Susurró Mimizuku desde los brazos de Fukurou. Sin embargo, Claudius se giró a Dantes.

“Si dices que no puedo ser rey con un cuerpo así, entonces ves a buscar a otro. No me importa, pero aún así… Aún así padre… Aunque tengo este uerpo… ¡¡Soy tu hijo!!” Gritó.

Ann y Orietta se quedaron allí de pie admirando la escena.

“Claudius…” Musitó con inseguridad el Rey.

“¡Dia! ¡Eh, Dia!” Gritó Mimizuku.

Llorando, Claudius lal miró.

“¡Dia, perdona… Perdona!” Sabía que era una disculpa vacía y que le había pedido hacer algo difícil. Pero aún así, le hizo feliz ver que la había escuchado. “Lo siento… Y gracias…”

“No pasa nada, Mii.” Sonrió el niño con la cara llena de lágrimas. “Me has dado muchas cosas. He aprendido de ti. Así que no pasa nada, no te preocupes.” Le ofreció una cálida sonrisa. Una sonrisa como la de la difunta reina. De repente se escuchó una voz.

“…Joven príncipe.”

¿De quién era? Tras un segundo de confusión, Claudius se quedó sin aliento y miró al Rey de la Noche.

“Rey… de la… Noche…”

Fukurou le miró con sus ojos dorados.

“Príncipe humano que tiene las caderas como decoración. Puede que seas capaz de tomar el trono con ese cuerpo.”

Mimizuku miró con sorpresa a Fukurou al escuchar sus palabras- Claudius apretó los labios y asintió.

“Si mi padre lo permite… No, si creo que soy merecedero de esa posición, a pesar de estas caderas inútiles seré el rey.”

Al escuchar la respuesta resuelta del príncipe, Fukurou batió las alas y aterrizó frente al niño.

“¡Rey Demonio! ¡¿Qué haces?!” El Rey empujó a los magos lanzándose adelante. “¡No le toques! ¡¿Qué le estás haciendo a mi hijo?!” El duque alzó la espada ligeramente. Fukurou bajó a Mimizuku y gentilmente recorrió con los dedos las piernas y brazos de Claudius.

Claudius jadeo. Unos dibujos extaños empezaron a salirle en las piernas y los brazos, y entonces empezo´a brillar una luz. Cuando la luz se dispersó algo extraño ocurrió en el cuerpo del niño. Tembló débilmente y sintió frío. Sin embargo, levantó el brazo derecho con lentitud.

Dantes se quedó quieto y boquiabierto. El duque Ann estaba aturdido y Orietta se cubrió la boca mientras le caían las lágrimas. Los magos también se quedaron atónitos.

“¡R-Rey de la N-Noche… Esto e-es… yo…!” Claudius, miró a Fukurou en blanco pero maravillado. A pesar de que Claudius solía pensar que el Rey de la Noche daba miedo, lo olvidó todo.

“Puede que te hayan odiado por ser un príncipe maldito, ” dijo Fukurou en un tono grave y monótono. “Si estás dispuesto a vivir con las caderas malditas por el Rey Demonio, entonces, deberías vivir, príncipe humano.”

Claudius abrió y cerró los puños varias veces. Podía moverse como en sus sueños.

“¡Dia!” Con los ojos brillando Mimizuku extendió ambos brazos yle abrazó. “¡Tus dibujos son… preciosos!” Se rió Mimizuku. “¡Todos son preciosos!”

“Gracias, Mimizuku.” Claudius sonrió desde lo más hondo de su corazón. Con sus nuevos brazos, le devolvió el abrazo. “Gracias a usted también, Rey de la Noche…”

Sin embargo, Fukurou no pareció oírle. Se dio la vuelta como si hubiese perdido el interés y se fue volando por el cielo, de vuelta al bosque de donde vino.

“¡Oh! ¡Oh! ¡Fukurou! ” En pánico, Mimizuku intentó aferrarse a Fukurou. “¡Yo también vy! ¡Me voy contigo!” Sin hacer sonido alguno, Fukurou la miró. “¡Si te vas, llévame contigo! No puedes dejarme aquí sola, y aunque lo hagas, te seguiré. ¡El bosque no está muy lejos así que no intentes huir!” Dijo Mimizuku apoyándo sus manos en las caderas. Fukurou suspiró y se dio la vuelta cogiendo el brazo de Mimizuku. Mimizuku chilló de gusto.

“¡Mimizuku! ” Gritó el duque Ann.

“Oh… ¡Andy, Orietta!” Se inclinó hacia adelante. Sentía que tenía que decir algo, gracias, lo siento…. Aunque le habían enseñado a usarlas en momentos como estos, cuánto más pensaba en ello más creía que no eran suficentes estás palabras. Las lágrimas volvieron a aparecer. ¿Por que´? ¿Por qué estaba tan triste? ¿Por qué lo lamentaba tanto? Mimizuku no lo entendía.

Orietta la miró y sonrió.

“Puedes volver cuando quieras.” Dijo Orietta ignorando las lágrimas en sus ojos. “Te estaré esperando.” Sonrió con compasión, como siempre.

A su lado, el duque Ann también sonreía.

“¡Si esa vida no te gusta, vuelve! ¡Volveremos a ir al mercado!”

Mimizuku con expresión tensa asintió repetidas veces. Existía una vida cómoda y gente amable. Pero aún así, sólo había una elección y ésta era clara.

“Rey de la Noche, ” El siguiente en hablar fue Dantes, detrás de Claudius. El Rey canoso arrugó la frente y puso una cara severa. ” No os pediré que me perdonéis, Rey de la Noche.” Dijo lentamente. “Aún así…” Dantes cogió aire. “Os lo quiero agradecer desde lo más hondo de mi corazón.” Declaró.

“Padre…” Claudius miró a su padre y jadeo. Fukurou no parecía interesado en responder. Extendió sus alas y giró para desaparecer entre las sombras, pero de repente se volvió dar la vuelta y encarándose a Dantes.

“Si eres un Rey que prefiere a su país, entonces, intenta construir un país con tus propias manos.”

En ese momento, Mimizuku recordó algo. Fukurou podría haber sido también un rey humano. Al pensar en ello, Mimizuku sintió algo que no podía decir con palabras y se aferró al cuello de Fukurou con fuerza. Al igual que Orietta había hecho con ella, si no sabía como expresarse hacer algo así era lo mejor. Finalmente pensó que había conseguido entender como usar sus extremidades.

Fukurou puso una expresión molesta al tener a Mimizuku enrroscada en su cuello, pero respirando suavemente, movió los brazos como para acariciar la cabeza de Mimizuku. Al verlo, el duque y Orietta se miraron y empezaron a reír. Y entonces, Mimizuku y Fukurou se confundieron con la oscuridad.

Una ráfaga de viento y al instante siguiente, ambos habían desaparecido sin dejar rastro.


Fue como si hubiese habido una tormenta en el sótano de palacio.

“Se han ido…” Suspiró el duque.

“Bueno.” Sonrió Orietta entregándole la vaina de la Espada Sagrada.

Con un movimiento hermoso Ann devolvió la espada a su vaina y se la dio a Orietta.

“Ahora tenemos mucho que limpiar, ¿no?”

“La verdad es que sí.” Dijo el hombre.

“Tienes que responsabilizarte de ello. Empieza a trabajar, Andy.” Dijo el Rey canoso volviendo a su tono de voz tristón habitual.

“¿Eh? ¡Un momento! ¡¿Y tú?! ¡¿Por qué yo?!”

“Es lo suyo. ¿Por qué no trabajar por una vez, maldito vago?”

El duque bajo los hombros y Orietta se rió por lo bajo detrás de ellos.

“Su Majestad…” Dijo Claudius, mirándo a su padre con tímidez. “Umm…” Sabía que debía ser castigado, había desobedecido al Rey. “

“Dia.”

“¡¿Sí?!” Respondió Claudius temblando. Los ojos grises de su padre le miraron. Tenía un rostro severo y un austero mirar en los ojos. Sin embargo, Claudius no apartó la vista. No podía evitar esos ojos como siempre había hecho. Apretando los labios miró adelante, directamente mirando a su padre, a Dantes. Su plan era aceptar su ástigo con gracia. No lamentaba nada. Aún así, no creía que su padre le fuera a odiar por algo así. Simplementa había hecho lo que debía hacer por ambos, por él y su país.

Dantes miró a Claudius y abrió la boca para hablar, pero la volvió a cerrar y achinó los ojos. Entonces dio un paso adelante y se limitó a abrazar a su hijo. Ante la repentina acción de su padre los ojos esmeralda de Claudius se agrandaron notablemente.

“¿Su… Majestad…?”

Dantes no dijo nada. Simplemente abrazó a su hijo, con los ojos cerrados y los hombros temblando ligeramente, haciéndole daño a Claudius. Era un torpe anciano que no sabía ser géntil. Sin embargo, Claudius cerró los ojos. Siempre había querido esto.

El abrazo fue instantáneo. En el mismo momento en el que Dantes soltó a su hijo su cara se volvió severa de nuevo.

“Desde ahora, te enseñaré muchas cosas. Si tienes el espíritu necesario para ser Rey, sígueme, aunque tosas sangre.”

Los ojos de Claudius brillaron.

“¡Sí, padre!”

Era el príncipe que algún día sería llamado: “El Rey del Símbolo Ornamentado”.

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