lunes, 16 de abril de 2018

Mimizuku to yoru no ou 6




Claudius le pidió a Mimizuku que se sentase en la alfombra a su lado a lo que la niña respondió sin dudar. Desde que empezó a vivir en el castillo, sentarse en las alfombras era sus cosas favoritas, aunque a veces las criadas la regañaban por ello. Aquí, sin embargo, nadie podía reprenderla.

Sentada en la alfombra, Mimizuku miró al príncipe que hasta a ella le parecía pequeño. Claudius  estaba sentado en una silla muchísimo más grande que él por lo que parecía que se estuviese hundiendo.

"Enséñame tus marcas.", dijo Claudius moviendo sólo la boca. Mimizuku se quitó el sombrero obedientemente y le enseñó la frente.

"Es un dibujo muy raro..."

Mimizuku se rió.

"Enséñame tus muñecas y tobillos."

Tal y como le acaba de decir, Mimizuku le enseño las muñecas y extendió las piernas para enseñarle los tobillos.

"Están muy decolorados."

"Orietta no consigue quitarme las marcas."

"¿Llevabas grilletes?"

"Sí. Estaban oxidados o algo así."

"¿No tienes problemas para moverte?"

"¿Problemas? Mmm... No hacen daño, así que supongo que no."

"...Ya veo."

Y así, Claudius sonrió ligeramente. Era una sonrisa de un tipo que Mimizuku no había visto mucho.

Para empezar no podía determinar si estaba sonriendo.

"¿Vale?"

"¿A que mis brazos y piernas son feos?"

"Sí"

Mimizuku asintió con franqueza. No sabía lo que signficaba "asco" pero eran de un color que no había visto nunca.

"Soy así desde que nací, nunca he podido moverme."

"¿No puedes moverte?"

"No. Incluso maté a mi madre para nacer... así. Estoy seguro que les daré problemas a los ciudadanos. Siempre me han tenido aquí casi sin salir nunca."

Mimizuku abrió la boca con incrédulidad haciendo que Claudius sonriese.

"¿Podrías decir que tengo mala suerte, no?" Preguntó Claudius.

Mimizuku inclinó la cabeza.

"¿Mala suerte?"

"Sí."

Tener mala suerte es cuando no eres feliz, como el príncipe lo dice de sí mismo, entonces a lo mejor lo es. Pero por qué me lo pregunta a mí, pensó Mimizuku.

"¿Y cómo era? Me refiero a que el Rey de la Noche te tuviese como prisionera. ¿Crees que tienes más mala suerte que yo?" Dijo Claudius mirando a Mimizuku con expresión malévola.

Mimizuku no se sorprendió por su apariencia.

"Soy feliz, en este castillo soy feliz, creo." Contestó absentemente. Las palabras de Mimizku parecieron apuñalar a Claudius que abrió sus ojos esmeralda.

"Me han dicho que es gracias a Su Majestad, pero supongo que tú también tienes algo que ver."

Dijo Mimizuku sonriendo. Claudius apartó la vista.

"...Yo no tengo ninguna autoridad."

Mimizuku que desconocía el significado de "autoridad" se levantó de repente. No tenía el permiso de Claudius pero la puesta de sol era demasiado bella.

"¡Gua! ¡Increíble!" Gritó con alegría. "¡Genial, genial! ¡Tienes muy buenas vistas! ¡Hasta puedes ver el mercado!"

"Mimizuku, no he acabado de habla-" Sus palabras desaparecieron entre el griterio de Mimizuku.

"¡Hey, hey! ¡Las frutas de ahí están súper buenas! ¿Las has probado?" preguntó Mimizuku

despreocupadamente. El rostro de Claudius se retorció.

"¡Ya te he dicho que nunca he salido de aquí...!"

"¿Eso es un no? Bueno, pues te compraré unos cuantos. Soy amiga del dueño." Exclamó Mimizuku radiante. Claudius abrió la boca para protestar, pero la volvió a cerrar, dudando.

"¿Me vas a comprar?" preguntó dócilmente.

"¡Sí! ¡Unas cuantas! Están buenísimas. También hay cosas divertidas y chulas." Mimizuku asintió

varias veces, estaba muy contenta. Recordó cuán feliz estaba el hombre del estante cuando dijo que su fruta era deliciosa.

Claudius miró a Miizuku desamparado como si quisiera escalarla.

"Tú..."

"¿Sí?"

"¿No me compadeces?"

"¿C...Compadecer?" Mimizuku inclinó su cuello como un pájaro.

"¿No crees que soy lamentable?"

"Oh... ¿Lo eres?"

Claudius se ruborizó en un instante y apartó la vista. Al parecer que le preguntasen la misma pregunta le hizo avergonzar.

"A mí también me han dicho que era lamentable, aunque, no entiendo que tengo yo de lamentable." Dijo Mimizuku sonriendo abiertamente. Claudius la miró a la cara con timidez.

"Hey... Mimizuku..."

"¿Sí?"

"Háblame del castillo, de lo que hay afuera, dime qué es bonito, qué es interesante y qué es maravilloso." Habló casi entre susurros. Mimizuku asintió a modo de respuesta.

"¡Claro! Te hablaré de ello y te traeré una cosa buenísima. Hay muchas cosas sorprendentes en la ciudad y también muchas cosas bonitas."

Claudius se quedó callado bajó la cabeza.

"¿...Mimizuku?"

"¿Sí?"

"¿Quieres...? Em..." Las orejas que sobresalían del cabello se sonrojaron. "¿Quieres ser mi... amiga?"

Mimizuku hizo una mueca ante su pregunta.

"¿Qué es un amigo?" respondió inocentemente.

Claudius la miró y estalló en carcajadas. Era la primera vez que Mimizuku le veía reir.

Aquel día, cuando el rey terminó sus asuntos governamentales, se dirigió al recibidor para encontrar al duque Ann en su sofa. Saludándole tras un largo día de trabajo. Pensó en encender una cerilla y metérselo por la nariz al duque, pero consideró que no podría vencer a alguien que había vivido su vida entera por la espada, por lo que se lo repensó. No podía permitirse ningún descuido.

"Tú, vago. Si no quieres perder el trabajo, ya estás saliendo de aquí." Diijo con voz grave.

"Sí, sí..." Contestó el haragán con voz soñolienta levantándose del sofa. Al maleducado Caballero Sagrado, este sofa, siempre le había parecido particularmente cómodo.

"¿Qué haces aquí?"

"Echarme una siesta."

"Fuera."

"Sí, claro. Ya me iba de todos modos. Si llego muy tarde, mi mujer se enfada, ¿sabes?" Dijo el duque Ann relajadamente mientras se ponía de pie. Entonces, de repente, se acordó de algo: "Por cierto, ¿has escuchado que Dia y Mimizuku se están haciendo amigos?"

"Sí."

"¿Mmm? ¿Ha sido cosa tuya?"

"Fue Claudius quien dijo que quería conocer a la princesa prisionera."

"Je... No ha conseguido lo que quería, como siempre. Bueno, en realidad, está bien. Me sorprendió cuando lo escuché pero yo también creo que es buena idea."

El rey volvió sus fríos ojos al duque que se estaba estirando como un gato.

"¿Qué intentas decir?"

El duque Ann puso una expresión de preocupación como si buscase las palabras adecuadas para proseguir.

"¿No deberías cuidar más de Dia? Deja de tenerlo encerrado allí. Si parases de dudar y lo

presentases al público sin dudar, podría estar en una buena escuela. ¿No conoces la Isla Remit? Es una isla más allá de las fronteras, pero las escuelas de allí son excelentes."Estuviese o no escuchando, el rey no miró al duque."Aunque su cuerpo sea... como es, es muy inteligente."

El rey respondió con silencio. El duque suspiró de nuevo y cambió el rumbo de la conversación.

"¿Cómo va el plan de momificación del Rey Demonio? "

"Ah, sí, sin atrasos."

"Ya veo... Entonces, está bien."

El rey cambió el tono de su voz cuando cuando se acabó el anterior tema.

"¿A qué te refieres?"

"Bueno... Es que todo está yendo demasiado bien, o sea, estamos hablando del Rey Demonio."

Era quien había reinado en el Bosque de los Monstruos por cientos de años pero había caído en el yugo de los humanos muy fáiclmente.

"Simplemente, la Brigada Mágica es muy poderosa." La respuesta del rey era firme.

"Entonces, está bien, ¿no? Por cierto, ¿qué vas a hacer con el poder mágico del Rey Demonio?" preguntó el duque.

"...lo usaré por el bien del país."

"Entiendo."El duque asintió ante la respuesta sin entusiasmo del rey, y después de una corta despedida, abandonó el recibidor como siempre. Cuando el Rey escuchó los pasos alejándose, cerró los ojos y soltó un pequeño suspiro.

"Aileidia..." Era un nombre hermoso. Cuando lo nombró la dueña de éste revivió en su mente. Los únicos retratos que existían de ella estaban en el recibidor y en el aposeto. Allí, sonriéndole, estaba la fallecida rena. Fue una mujer de constitución débil, amada por ambos, el país y el Rey. En vez de vivir unos cuántos segundo más, prefirío entregar al mundo una nueva vida. Sólo contestó una cosa a los que querían interrumpir el alumbramiento:

"Quiero ser la única y primera Reina de este país."

Ahora estaba muerta y desde entonces había sido la única reina. El príncipe también tenía que cargar con el dolor del país totalmente solo.

"¡Príncipe! ¡Mira esto, lo he cogido en las fronteras del país!"

"¿Qué es?"

Claudius miró el bulto transparente amarillento qu Mimizuku le enseñaba.

"Es un líquido que se ha caído de un árbol y se ha solidificado. Mira, eso es un bicho, ¿no?"

"Es verdad..." Claudius entrecerró los ojos.

"Pensaba que sería algún tipo de miel y que sería dulce, así que lo lamí, pero no está muy bueno..."

"Yo no habría hecho eso."

"Oh, ya veo, así eres tú." Dijo Mimizuku entre risas. Cada tres días Mimizuku visitaba a Claudius. A veces, habían otras personas como los profesores pero en cuánto él la veía echaba al resto.

"...Mimizuku, te concederé el honor de llamarme por mi nombre."

"¿Eh?"

"Como agradecimiento... por todo. No tienes que llamarme príncipe, puedes llamarme Claudius..."

Mimizuku parpadeó estupefacta cuando el príncipe le dejó llamarle por su nombre. Sin embargo, pensó que su nombre era demasiado largo y difícil de pronunciar. Igual que a Andy le llamaba así porque "Duque Ann" era demasiado difícil.

"Bien, como te llamas Claudius, te llamaré Kuro..."

De repente dejó de habla y se quedó quieta. Algo pitaba dentro de su oído. Algo en su mente le decía que no podía llamarle así, no con ese nombre.

"¿Kuro? No me abrevies mi nombre de una forma tan sórdida. Si quieres puedes llamarme Dia, como Andy y los demás." Dijo Claudius con expresión oscura.

"¿Dia?"

"Sí. Es el... nombre que me dio mi madre."

"¿Tu madre?"

Claudius bajó la mirada.

"...Después de darme a luz, murió. Yo la maté."

"¿La mataste?"

Mimizuku inclinó la cabeza.

"Sí, la maté. El cuerpo de mi madre era débil, no tenía resistencia a la magia. Su cuepo estaba bajo presión por el crecimiento magico del país. La verdad es que su cuerpo nunca podría haber aguantado un alumbramiento."

Mimizuku se preguntó qué significaba que él la había matado.

"Pero, Dia, ¿ella no quería tenerte?"

"...Si fuera así, entonces estaría bien, creo."La cara de Claudius se deformó conforme hablaba. "Sin embargo, tengo este cuerpo. El rey también me rechaza..."

"¿Rechazar?"

Mimizuku giró la cabeza, no conocía la palabra.

"Significa que me odia, Mimizuku."

"¿Eh? Aunque no lo acabo de entender..." Mimizuku sonrió ampliamente. "Aunque te odien, creo que es mejor seguir viviendo y, yo no te odio, Dia."

Los ojos de Claudius se estrecharon con dolor.

"¿Alguna vez te han odiado, Mimizuku?" Suspiró.

Mimizuku miró al suelo, dócilmente.

"No me acuerdo."

Claudius pensó que la cara de ella era como si estuviese llorando.

Un día, el duque Ann fue al cuarto de Mimizuku y la encontró con los codos apoyados en la ventana, absorta observando el cielo.

"¿Mimizuku? Ya es por la tarde, ¿sabes?"

"Sí, blanco. Quiero verlo. El dorado también."

"Mmm... Estás en las nubes, ¿eh?"

Por alguna razón cuando dijo eso la cara de Mimizuku se entristeció.

"Sí, un poco. Es... nostálgico." Susurró como si suspirase.

"Hey, Orietta, he estado pensando..."

Ya en su mansión, el duque Ann, se sentó en el sofá y empezó a hablar.

"¿Sí?" respondió Orietta mientras seguía trabajando en su agenda.

"Me he estado preguntado si Mimizuku es feliz sin sus recuerdos." La mano de Orietta paró. El duque cerró los ojos y prosiguió. "Me he estado preguntando si es bueno olvidarlo todo tan frívolamente. Por ejempo, ¿la felicidad no llega después del esfuerzo y las lágrimas? ¿No es de ahí de donde viene la fuerza humana?"

"...Andy" dijó Orietta con una débil voz. Cuando el duque la miró, Orietta ya se había puesto en pie y estaba sacando un documento de la estantería, parecía un manuscrito viejo. "Intenté no hacerlo, pero no pude evitarlo. Eché un vistazo a algunos viejos libros del templo."

En la biblioteca subterránea del templo habían documentos centenarios. La gente común no podía accender a elos, pero Orietta, como Doncella de la Espada Sagrada, tenía una grata influencia en los asuntos del templo y podía entrar en la biblioteca.

"¿A qué te refieres con "echar un vistazo"?"

"El símbolo de la cabeza de Mimizuku... Intenté averguar qué hechizo era."

"¿Lo has averiguado?"

Orietta se posicionó a su lado, arrodillándose.

"Es el símbolo del final de la luna menguante."Lentamente abrió el siguiente texto. Allí, en el

papiro amarillento, con tinta agrupta, estaba, sin duda, el símbolo de Mimizuku. "Es el sello de los recuerdos."

El duque abrió los ojos y se tapó la boca, incrédulo, y entonces, frunció el eño.

"¡Qué malicioso! Los monstruos que la capturaron han borrado sus recuerdos."

"No." Orietta negó su afirmación firmemente. "No es así. La secuencia de los hechos es extraña.

Mimizuku también se ha olvidado de lo del bosque..."

El duque, de repente, recordó. El bosque estaba en llamas y allí en medio había una niña acobardada. Hubo un gran grito de dolor. Estaba llamando a alguien. Se cubría la boca con la mano y bajó los ojos mientras suspiraba.

"Para los monstruos... ¿era necesario sellarla?"

"Ni idea... No sabemos las verdaderas intenciones del Rey Demonio. Sólo sabemos que la pérdida de recuerdos de Mimizuku no ha sido por propia voluntad." Dijo Orietta, cerrando los ojos.

"¿Hay alguna forma de devolverle los recuerdos?"

"Creo que es bueno intentarlo, pero, no sé si es lo mejor. Su cuerpo estaba desnutrido, tenía marcas de cadena en los tobillos y muñecas... Probablmente no era la mejor vida. Además, estamos hablando del Rey de los Monstruos... No es algo a lo que nos podamos oponer... Pero si es lo que quiere... Probablemente es cosa de Mimizuku decidirlo."

"¿Qué quieres hacer?" Preguntó el duque con franqueza. Mimizuku mostró una expresión confundida. "Haz lo que tú quieras. Es tu vida. Aunque no tengas recuerdos puedes ser feliz, ¿no?"

Sin embargo, Mimizuku estaba preocupada por otra cosa.

"¿Si deshacen la magia, el diseño de mi frente desaparecerá?" Preguntó la niña con nerviosismo.

El duque alzó una ceja.

"No, sólo borrará el efecto... Desafortunadamente, no creo que podamos deshacernos del sello..."

"¡Genial! ¡Vamos a ello!" Mimizuku respondió rápidamente y sonrió con los ojos brillando.

"Mimizuku... ¿Te gusta el símbolo?"

Con una sonrisa llena de pureza, Mimizuku rio.

"¡Sí! Después de todo es bonito."

El duque llamó a la puerta y consiguió el esperado: "¿quién anda ahí?" a lo que respondió con un: "yo" y como siempre, le dieron el permiso para entrar.

"Hey, cuánto tiempo."

El duque levantó la mano y sonrió, haciendo que Claudius también lo hiciera.

"¿No tienes profesores a estas horas?"

"No"

"Ya veo"

"Hey, Andy"

Claudius que normalmente sólo escuchaba lo que tenía que decir Andy, empezo la conversación.

"¿Qué tal está Mii?"

"¿Mii?" El duque inclinó el cuello durante un instante pero rápidamente se dio cuenta de quien estaba hablando. "¡Ah! ¿Te refieres a Mimizuku?"

"S-Sí..."

Claudius asintió ruborizándose.

"Al parecer os habéis hecho muy amigos. ¿Te ha visitado hoy?"

"Sí. Dice que vais a intentar disipar su hechizo. ¿Sus recuerdos volverán?"

"...No estoy seguro. Riveil y los demás han estado trabajando con ella todo el día. Mi mujer también está."

"Ya veo.."

"Así que te has hecho bastante amigo suyo, ¿eh?" Dijo el duque incapaz de contener una sonrisa.

Claudius bajó la vista.

"Esa chica es muy rara. No tiene ninguna vergüenza ni lástima. Siempre sonríe."

"Dia... ¿Quieres que te tengan pena?"

Claudius levantó rápidamente la cabeza para responderle al duque pero tenía un nudo en la garganta hecho de palabras por lo que cerró la boca. Entonces, las palabras empezaron a deshacerse, poco a poco.

"No lo entiendo. Mii dice que ella es feliz. Cuando veo eso, yo... yo..."

Parecía que no podía continuar. El duque, lentamente, se acercó y le dio un par de palmadas

cariñosas en la cabeza. El duque Ann, Orietta y el canoso rey eran las únicas personas que podían tocar al príncipe de esa forma. Ann conoció al niño por primera vez, él aún era un bebé. Le observó al crecer por lo que Claudius era importante para Orietta y Ann que no tenían hijos.

"Si los recuerdos de Mimizuku vuelven..."Dijo el duque gentilmente, "Puede que no sea la misma."

"¿Eh...?" Claudius le miró, ligeramente compungido.

"Los recuerdos de una persona definen su carácter. La Mimizuku con recuerdos podría ser alguien completamente distinto a la Mimizuku que conocemos..."

"¡¡No quiero eso!! " Gritó Claudius sin pensar. El duque Ann sonrió para tranquilizarle.

"Pero aún así, creo que sería genial si también te hicieras amigo de la nueva Mimizuku, ¿no crees?"

"Eso... sí..." Mordiéndose el labio, Claudius asintió. El duque también hizo lo mismo y continuó hablando.

"Si los recuerdos de Mimizuku vuelven y aún quiere quedars een este país con nosotros... Haré que sea mi hija." Ante las palabras del duque, Claudius engrandeció los ojos. El duque Ann sonrió tímidamente. "Por supuesto, que eso será si ella está de acuerdo." añadió.

"Yo también quiero..." Musitó Claudius mirando al suelo. "Desearía haber sido tu hijo..." Soltó con voz pequeña, como la de un mosquito. El duque le miró de forma extraña.

"¿Odias a tu padre?"

"¡No le odio!" Gritó Claudius. "¡No es que le odie! Pero un príncipe como yo sólo le traerá desgracia al país. Para alguien como yo que vino al mundo matando a su propia madre..."El duque sonrió y lentamente negó con la cabeza.

"No pongas a tus padres en un pedestal."

"Pero..."

"Hey, Claudius." El duque avanzó un paso hacía el poyo de la ventana dándole la espalda al príncipe. "¿Crees que todo sería mejor si pudieras mover los brazos y las piernas?"

"Sí. Es lo que quiero, pero no importa lo que hagan los magos, es imposible."

"¿Estás completamente seguro?"

"¡¿Hay alguna forma?!" Preguntó Claudius.

"Si tuviésemos un poder magico fuerte... Podría haber..." Dijo el duque girándose en silencio.

"¡¿Dónde se puede conseguir un poder así?!" Gritó el niño mordiéndose el labio. El duque miró a Claudius una vez más.

"Volveré."

Incluso después de que el duque retirase la mano, Claudius continuó mirando adelante.

"Si pudiese hacer que Mii viniera... La esperaré... Le diré..." Habló el joven con frases cortadas.

Parecía al borde de las lágrimas. Después de todo, no podía secárselas.

"Prometo que se lo diré." Asintió el duque saliendo de los aposentos del príncipe.

"Mimizuku, ¿cómo estás?" Le preguntó a Mimizuku Orietta que acababa de terminar un día entero de tratamientos para deshacerse del hechizo. El duque miró a su lado. Como era de esperarse el sello del Rey de la Noche no desaparecería del todo.

"Francamente, no podemos con la última barrera." Había dicho Riveil, el jefe de la brigada Mágica.

"Sin embargo, el sello está en la cuerda floja... Es posible que los recuerdos vuelvan a través del rasgón que hemos hecho."

Hundida en la cama, Mimizuku cerró los ojos calladamente.

"Me duele la cabeza..."

"¿Estás bien?"

Con su pequeño cuerpo, sin duda, era muy doloroso.

"Sí, he tenido un sueño."

"¿Qué clase de sueño?" Preguntó Orietta.

Mimizuku abrió sus secos labios.

"Uno en el que alguien me decía: olvida, olvida. Yo no quería. No hagas estupideces, idiota. ¿Por

qué tengo que olvidar?"

Ver que Mimizuku decía tales palabras tan duras de forma tan monótona hizo que Orietta

sonriese.

"No pareces la Mimizuku normal."

"Soy yo, definitivamente." Respondió Mimizuku claramente. "Es mi voz."

"No hagas estupideces, idiota..." Volvió a repetir una vez más, como para confirmar que era ella.

Al día siguiente un extraño invitado se reunió en la habitación de Mimizuku.

"Ah, cuánto tiempo. Sí, eras tú."

Con gran humildad, pisó la alfombra de palacio e inevitablemente se le escapó una mueca cuando vio a Mimizuku. De cuerpo rechoncho y ropa simple, su apariencia era inusual entre los habitantes del castillo.

"Me pregunto si me recuerdas. Nos conocimos en el bosque."

Sentada en la cama, Mimizuku inclinó la cabeza. Orietta que había traído con ella al hombre se acercó a la niña.

"Señor Shiira, por favor, cuéntele los detalles de aquella vez."

"Sí, señora Orietta."

El hombre llamado Shiira se puso el sombrero en el pecho y bajó la cabeza ante Orietta, entonces, se giró hacia Mimizuku.

"Estaba en problemas, pérdido en el bosque cuando de repente viniste y me hablaste. Pensé que eras un monstruo y me enervé. Pero entonces... me llamaste <>"

"Abuelo." repitió Mimizuku. Shiira sonrió y asintió varias veces.

"Eso es. Me diste la direccion y gracias a esas palabras conseguí salir del bosque. Te pregunté qué pasaría contigo pero lo malentendiste y respondiste con un << Soy Mimizuku>>"

"Soy ... Mimizuku" Algo en su mente chispeó. Una voz... ¿De quién era?

"Entonces pregunté si no vendrías conmigo, pero tenías que entregar una flor así que dijiste que no podías. Llevabas una flor roja en la mano, me diste el estambre y dijiste que con eso espantaría a los monstruos."

Mientras Shiira rememoraba lo ocurrido describía la escena.

"Tu mano estaba ensangrentada. Era una flor increíblemente roja, como nunca había visto."

"Flor... Roja..."

Por la espalda de Mimizuku empezó a sudar. Su corazón latía más fuerte.

"Dijiste algo como... Eh... Ah, sí, ya me acuerdo. Dijiste que se la darías a Fukurou. "

"Fukurou."

La noche era profunda.

La oscuridad tenebrosa.

La luna estaba hermosa.

"Fukurou... Fukurou..."

"¿Mimizuku? ¿Qué pasa? ¿Estás bien?" Preguntó Orietta a su lado. Mimizuku no respondió

simplemente se murmuró a sí misma el nombre una y otra vez.

"Oh, perdona. Pero parece que el diseño de tu frente ha cambiado."

"¿Qué había antes?" Preguntó Orietta sorprendida.

"Mmm... Cuando lo vi no era un dibujo, eran números... Tres... No, era tres cientos dos"

Eso era mío, pensó la niña, mi número.

"No... No..."

Los ojos de MImizuku se abrieron de par en par y se puso las manos en los oídos.

Mimizuku gritó angustiosamente como si estuviese muriendo, al igual que el día que se separó de Fukurou.

Mimizuku vomitó. Mientras lloraba vomitó hasta que sólo echaba líquidos gástricos. Orietta le aguantaba la espalda pero ella seguía vomitando. Las fangosas aguas de sus recuerdos la engullían mientras vomitaba. Recordó sus recuerdos una vez más. Recordó dónde y cuándo, qué sintió y qué mató. No podía olvidarlo. El dolor, el sufrimiento. Ahora lo entendía. Entendía lo cerca que había estado la muerte de ella en el pueblo donde vivía. Todo había vuelto a ella. No podía huir de ello.

No podía seguir abandonando sus recuerdos.

Mientras recordaba, buscó desesperadamente. Aquella vez en la que alguien fue amable con ella.

¿Cuándo fue? Tenía que estar en algún sitio... Dos lunas.. Plateada y Dorada. Dos lunas.

El sonido tintilleante de sus grilletes, el sonido del mundo de Mimizuku.

Fukurou.

"¿Cómo he podido... olvidarlo...?"

Mimizuku se paso las manos por las muñecas y gritó.

"¡¡Fukurou, idiota, no borres los recuerdos de la gente como a ti te de la ganaaa!!"

Y entonces, al lado de Orietta, Mimizuku perdió la consciencia y colapsó.

Mientras tanto, debajo del castillo, Fukurou a quién le estaban robando la vitalidad y el poder mágico poco a poco, suspiró suavmente.

"La idiota eres tú. Niña estúpida..."

Fueron unas palabras pequeñas que nadie pudo oír.

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