lunes, 16 de abril de 2018

Mimizuku to yoru no ou 7




Ocurrió al final del funeral de la reina, poco después de que la Sagrada Mujer de la Espada se inaugurase. En un camino que llevaba al castillo lleno de hierbajos. El cielo estaba claro y azul justo como el que las canciones de los trovadores describen.

“¿Quieres ser libre?” Un chico agarró el brazo de una hermosa chiquilla en un carro roto. “Ahora mismo, estás atrapada en una jaula. ¿Quieres ser libre?” Preguntó el chico.

La chica se río. Cruzó los labios para rídiculizar la falta de control e ingenuidad del chico. Era una extraña risa para la Doncella de la Espada Sagrada

“Si pudiese ser libre, ya lo sería.” Al duque Ann, al principio, su respuesta le tomó desprevenido, pero entonces, sonrió y asintió. Sólo habría un primer encuentro.

En ese instante, su amabilidad miró hacía el futuro y fuerza lo acercó.

En el pasillo de piedra que conectaba el castillo y el templo, se alzó una sombra.

“¡Fuera de mi camino!” Con esta única exclamación los soldados en guardia se echaron a un lado y abrieron la puerta. La sombra entró a la oscura habitación, únicamente iluminada por un cuadrado mágico, sin dudar.

“¡Señora Orietta…!”

“¡¿Qué es esto?!” Gritó conmoviendo a los magos. Sus cabellos eran un desastre por la falta de sueño. Su rostro era pálido por la fatiga, sin embargo, la luz de sus ojos era potente. “¡Explicadme esto! ¡¿Quién ha hecho esta asquerosidad?!”

“Fueron órdenes del rey.” Dijo Riveil.

“¡Señor Riveil! ¡¿Me estás diciéndo que tú también estás en esto?!”

“Simplemente actuo según las órdenes de su Majestad.”

“¡Ignorarle! ¡Acabad con esto ahora mismo!”

Orietta entró en el cuadrado mágico donde muchos de los magos temblaban. El Caballero Sagrado, el duque Ann y la Doncella de la Espada Sagrada, Orietta, tenían privilegios especiales debido a su estatús. En ocasiones incluso tenían más autoridad que los más cercanos al Rey.

El único entre los magos que podía hablar con Orietta como un igual era Riveil.

“Por favor, pare, señora Orietta. La magia está en proceso… Si lo paramos podría sucederle algo horrible al cuerpo de Mimizuku por la dureza. ” Dijo Riveil en tono reservado, aunque lo suficientemente ronco como para dar dignidad. Orietta dejó de pasar el dedo por el límite del cuadrado.

“¡Señora Orietta…! ¡Por favor, entiéndalo! Nosotros que lo hemos llevado a cabo seremos quienes acarreen con la responsabilidad de…”

“¿Tú no te quejarías si alguien se metiese en tus recuerdos?” Preguntó Orietta con los ojos llenos de lágrimas.

“…Por favor, entiéndalo. Es por el bien del país.” Riveil agachó la cabeza.

“Fuera.” Orietta apuntó a la puerta con su delgado y largo dedo. “Ya me ocuparé de ti luego. Si no queréis enfadar a mi esposo, salid de aquí inmediatamente.”

Los magos no podían oponerse a tales palabras, todos le hicieron una reverencia a Orietta y entonces, se marcharon. Únicamente Orietta se quedó. Miró la superfície mágica cuadrada y recordó el porqué había ido hasta allí. Cuando Mimizuku se desmayó notó una ligera presencia de poder magico en ella. Orietta había sido una estudiante excelente en artes magicas del templo y su genialidad en la magica le permitía notar incluso las más ligeras fluctuaciones alrededor de la niña.

Alguien, en algún lugar, estaba leyendo los recuerdos de Mimizuku.

Los recuerdos de Mimizuku eran por sí mismos como un kaleidoscopio y cambiaba la escena cantidad de veces. Orietta se mordió el labio. Fuera lo que fuera que estaba pasando, lo pararía. Si amaba a Mimizuku era su deber.





Tras escuchar que los recuerdos de Mimizuku habían vuelto, el duque corrió a su encuentro en el castillo. Cuando abrió la puerta, lo primero que le saltó fue Mimizuku gritando: “Asesinto sangriento”.

“¡¿Dónde está Fukurou?!” Gritó Mimizuku agarrando a los criados de su alrededor. “¡Fukurou! ¡¿Dónde está Fukurou?! ¡¿Qué le están haciendo?!”

El duque se detuvó sin pensar ante el amenazador aspecto de la niña, con los ojos abiertos completamente y sus cabellos rizados y alborotados, parecía una bestia.

“¡No! ¡Devolvedmelo! ¡Devolvedme a Fukurou!” Mimizuku no parecía notar nada de lo que ocurría a su alrededor. Simplemente llamaba a alguien llamado Fukurou y golpeaba cosas.

“La Mimizuku con recuerdos puede ser alguien completamente distinto al que conocemos…” El duque recordó sus propias palabras. Pensó que ella había enloquecido, pero…

“¡Mimizuku!” El duque alzó la voz. Aunque Mimizuku no había estado allí durante muchos días, los días que habían pasado juntos habían sido categóricos. En tan pocos días, Mimizuku había sonreído y sentido felicidad y nada podía negarlo. Lleno de esperanza, Ann la llamó. Sus arrebatos pararon de golpe. Ya no arañaba ni mordía a los criados que miraron al duque como si fuese su salvación.

“Mimizuku, está bien. No tienes nada que temer.” Dijo el duque con la voz más tranquila que pudo poner, caminando lentamente hasta Mimizuku como si intentase calmar a una bestia herida.

Mimizuku, aturdida, le miró y lentamente parpadeó tres o cuatro veces. Hubo un destelló repentido. Su expresión había cambiado innumerables veces, hubo una mezcla de tristeza, felicidad y dolor. Entonces puso una cara inconexa, desfigurada como si estuviese eligiendo algo imposible.

“An…dy…”

“Sí, ¿qué pasa?”

El duque Ann paso la mano por los cabellos de la niña, estrechándola. En ese momento, tan rápido como había abandonado su rabieta se deshizo del tacto del duque. Desconcertado, el duque cerró los ojos abatido. Mimizuku miró al duque. En sus ojos había una voluntad inequívoca. No era odio. Era un amago de lamento y miseria.

“Váyase. ” declaró finalmente Mimizuku. “Váyase, duque Ann.”

“Mimizuku…”

“¡Vete de una vez! ¡No quiero ni a ti ni a nadie aquí! ¡Dejadme en paz!”

La cara que decía esas palabras no era alguien que el duque Ann conociese. La Mimizuku que el duque conoció estaba en un fugaz sueño, con su inocente sonrisa y su docil sorpresa. Jamás pensó que ella podría llegar a mostrar una expresión tan fuerte como la que en esos momentos tenía.

“Mimizuku… ¿Te dejo sola?” Preguntó, aún inseguro. Mimizuku cerró los labios y cerró los puños.

“Por favor, déjeme sola.”

“Entiendo… Me voy.”

Después de decir esas palabras el duque les ordenó a todos los criados que hicieran una reverencia y se marchasen. El duque se dio la vuelta una vez más y le habló a la niña, que estaba de pie, crudamente, en medio de la habitación.

“Mimizuku, no quiero que olvides una cosa.”

No importa qué tipo de recuerdos tenía Mimizuku, no importaba en qué mundo vivía.

“Te queremos. No lo olvides.” Al escuchar esas palabras, Mimizuku escondió la cara entre sus manos y se giró. Como si quisiera deshacerse de los recuerdos con el duque y el resto. Con un seco y silencioso sonido, la puerta se cerró a su espalda.

“…Yo también os quiero… Andy…”

Esas gotas cálidas eran lágrimas.

“Pero no puedo perdonaros.”

Os quiero pero no os perdonaré, pensaba la niña.

“Jamás os perdonaré que quemaseis el dibujo de Fukurou…”

¿Dónde estás?, pensaba Mimizuku que suspiraba y lloraba tan sólo pensando en Fukurou.





Aquella noche, Mimizuku encendió la lámpara de aceite de su mesita y se sentó en la cama. Le habían llevado la comida, pero no tenía hambre así que sólo se bebió el agua. Mimizuku se perdió en sus pensamientos. Nunca había usado demasiado la cabeza a lo largo de su vida, pero por el bien de Fukurou y por ella misma, pensó. Pensó qué debería hacer.

Encima de su cama, se arrodilló. Se secó las lágrimas pues no quería ver su patética cara. Entonces, habló.

“Kuro, sal.”

Espero unos pocos segundos. Sin respuesta. Sin embargo, Mimizuku no tenía dudas.

“¡¡Kuro…!!”

Simplemente gritó el nombre.

La pequeña figura de Kuro, estremeciéndose ante sus ojos como una llama, apareció con un pqueño sonido. Su cuerpo era distinto al que siempre había visto en el bosque, era una existencia transparente que apenas podía sentirse. Sin embargo, la forma como se rascaba la mejilla y el crujido que hacía confirmaban que era Kuro.

“Cuánto tiempo.” Dijo Mimizuku aún llorosa.

“Pensaba que no nos volveríamos a ver, Mimizuku.”

La voz que retumbó en sus oídos era, definitivamente, Kuro.

“¿Por qué?” tembló Mimizuku.

“Es por el mundo en el que vivimos.” Respondió con indiferencia.

“¿Porqué no tengo recuerdos?”

“Podríamos decir que sí.”

“No juegues conmigo, Kuro.” La voz de Mimizuku era grave y sus palabras acusaban duramente. Entones, como soltando una red, Mimizuku se apoyó en Kuro y dejó escapar sus pensamientos.

“¡Ugh! ¡¿Por qué Fukurou ha hecho algo tan estúpio?! ¡¡No me lo puedo creer!! ¡¿Tanto le molestaba?! ¡Sé que era pesada! ¡Lo sé, lo sé, lo sé, pero… para llegar tan lejos…!” Pequeñas piscinas de lágrimas empezaron a brotar de los ojos de Mimizuku. “¿De… verdad… no me quiere…? ¿Era… tan… molesta…?”

Mimizuku sabía cuán impúdica y descarada había sido en el bosque. Lo había sabido desde hacía mucho tiempo, incluso antes de salir de éste. Sentía que el dolor la partiría en dos. Sentía que si recordaba el pasado incluso por unos segundos, su mente y su cuerpo se destrozarían por el dolor. Sin embargo, no quería caer. No quería romper el mundo en el que vivía, sin importar cuánto lo quería. Porque tenía que volver a ver a Fukurou. Kuro no respondió la pregunta de Mimizuku, simplemente la miró con una expresión imposible de leer.

“Sabes, Kuro…” Dijo Mimizuku mientras se secaba las lágrimas. “Han capturado a Fukurou. ¿Qué hago? Me han quitado a Fukurou…”

“En efecto, eso he oído.”

“Sí. ¿No van a ayudarle los otros monstruos?”

“No pueden.”

“¿Por qué?”

“Mira este cuerpo, Mimizuku.”

Kuro extendió los cuatro brazos. Su cuerpo estaba tembloroso y débil y Mimizuku podía ver a través de él.

“En estos momentos, hay una fuerte barrera espiritual alrededor del país. También en el castillo y también alrededor de donde está el Rey. He conseguido infiltrarme por un agujero pero no puedo quedarme mucho tiempo.”

“Entonces, ¿los monstruos no pueden entrar?”

“Exacto.” Asintió Kuro.” Sin embargo, eso no es todo.”

“¿Qué quieres decir?” Respondió Mimizuku. Kuro abrió la boca.

“¡Los humanos menospreciáis el poder del Señor de la Luz de la Luna!” Dijo casi gritando. Sacudió las alas de murciélago aunque no hicieron su sonido habitual. “¡Aunque se le capture en luna nueva aunque su poder esté al mínimo…! ¡¿Quién creéis que es?! ¡Es el Rey de los Ieri, el Rey de la Noche! ¡Aunque haya luna nueva, aunque este retenido, puede enterrarlo todo, la ciudad entera, todo el país, en el suelo!” Ahí, Kuro, paró de moverse.

“Sin embargo, el Señor de la Luz de la Luna, no lo hizo.”

“S-Sí…”

Incluso Mimizuku entendió lo que Kuro quería decir. Desde el principio había reflexonado sobre el hecho de que si Kuro no se la comía, quién lo haría.

“Estar aquí, en este país es la voluntad del mismísimo Señor de la Luz de la Luna y no importa lo que deseen los Ieri, no pueden oponerse…”

“¡¿Han abandonado al Rey de la Noche?!” Gritó sin pensar Mimizuu. Kuro bajo la cabeza para escapar de la mirada de la niña.

“…El Rey de la Noche es indestructible…”

“¡Pero…!”

“Incluso si el Rey actual muere, el tiempo pasará y la magia volverá a reunirse trayendo al mundo a un nuevo Rey. Así es como funciona.”

“¡Entonces tú has abandonado a Fukurou!” Kuro no respondió.

Mientras la llama de la vela parpadeaba, un silencio extendió opr la oscura habitación. La luna, más allá de la ventana, estaba en un punto de cambio, pero era bella. Finalmente, Kuro habló.

“No puedo hacer nada.”

Mimizuku se mordió el labio en respuesta. Preguntándose qué podría hacer ella, pues. Desde un principio deseaba hacer algo. Lo deseaba por ella misma, a quien le habían borrado los recerdos. Incluso si pensaba y actuaba por Fukurou, sólo volverían a rechazarla.

Finalmente Mimizuku entendió lo que significaba la palabra rechazo. Abrazó sus rodillas, abrió la boca y pensó. La antigua Mimizuku del bosque jamás habría pensado tanto. Habría vivido sin saber lo que existe en los corazones ajenos y simplemete habría hecho lo que quería. Mimizuku había llegado a saber lo que era ser querido, lo que era temer no serlo y había llegado a conocerse mejor por ello.

Aún así, no quería volver. No quería volver a aquel entonces en el que sólo comprendía lo que era el dolor. Quería rescatar a Fukurou. Deseaba regresar, con todo su conocimiento de la felicidad y la tristeza y las lágrimas. Quería volver al bosque con Fuurou.

Aún así, habían demasiados recuerdos. Los del bosque, los de aquel pueblo, y los de este… país. El duque Ann la había acariciado dulcemente.

Orietta la había abrazado gentilmente.

Claudius se había hecho amigo suyo.

En este tipo de vida todo el mundo era amable con ella. ¿Quién atacaría a aquellos que tan amables habían sido con ella? Ni siquiera Fukurou quería que lo salvasen. Volvería a ser rechazada aunque le salvase. Si Fukurou la rechazaba como en el bosque, ¿podría soportarlo? Vivir aquí, comer cosas deliciosas, ser tratada con amabilidad, ser feliz.

“Oh, es verdad, Mimizuku,” Dijo Kuro gentilmente interrumpiendo los pensamientos de Mimizuku. Mimizuku sorprendida le miró. “Hace una luna, siguiendo las órdenes del Rey de la Luz de la Luna, fui a buscar esto. Dame la mano, Mimizuku.”

“¿Eh?”

Kuro dejó caer un único pelo en la palma de la mano de la niña, un pelo rojo.

“¿Qué es esto?”

Creía que lo había visto antes, pero Mimizuku no recordaba donde.

“Lo fui a confirmar por órdenes del Señor de la Luz de la Luna. Esta es la prueba. El hombre al que apuñalaste… sigue vivo.”

“¿Eh?”

Mimizuku abrió los ojos con sorpresa. Mimizuku miró el pelo de su mano. Definitivamente ese era el color. Sí. El hombre de sus recuerdos teñidos de rojo estaba vivo. No sabía si era o no verdad. No podía dudarlo porque no tenía pruebas, y si se hubiese mentido sobre ello podría haber cogido un arma tanto como hubiera querido. Sin embargo, Kuro fue a confirmar que aquel hombre seguiía vivo. Y Fukurou lo había ordenado.

“Ah…”

Mimizuku levantó la mano y se dio un golpecito en la frente. ¡Qué difícil era de comprender! ¡Qué fácil de romper eran sus esquemas! ¡Qué poco habilidosa! Y aún así por fin lo entendió, siempre la había tratado amablemente. Por fin lo entendía. Gotas cálidas volvieron a caer. No estabatriste, pero cayeron de todas formas.

“Tengo que irme, Mimizuku.”

“Oh… ¡Kuro…!”

Mimizuku miro y vio la figura de Kuro temblando inestablemente.

“Lo siento, pero desde el principio había un límite. Si uso más magia podría desaparecer.”

Y entonces, Kuro dudo un instante y Mimimizuku creyó verle sonreír.

“Entonces, Mimizuku… Si el destino nos lo permite… Nos volveremos a encontrar.”

“¡Espera! ¡Espera Kuro! ¡Sólo dime una cosa!”

Se dijo que no lloraría, pero las lágrimas no paraban.

“¡Dime sólo una cosa! ¡Kuro… ¿Fukurou es importante para ti?! ¡¿O te importa sólo porque es tu rey y no Fukurou…?!”

La forma de Kuro ya era pálida como la ceniza pero respondió igualmente.

“Exacto.”

Mimizuku le miró extrañada.

“Es como tú dices, Mimizuku.”

Así respondió Kuro, sin embargo, su figura ya había desaparecido pero sus últimas palabras resonaron en los oídos de Mimizuku:

“Sin embargo… Los dibujos del Rey… son incomparablemente bellos. Eso creo.”

Esas fueron las últimas palabras de Kuro.

Sola, en silencio con sólo la lámpara de aceite por compañía, Mimizuku se sentó callada y finalmente se secó ls lágrimas con la mano y miró por la ventana a la luna.

Era tan bella como los ojos de Fukurou.





El mismo día, el duque Ann fue a la oficina del Rey. Cuando entró el Rey no dejó de mover la mano ni de mirar sus documentos. El duque golpeó con las manos en el lacado escritorio del Rey haciendo un fuerte estruendo. Sus ojos eran de un apasionado azul y su cara ardía.

“¡Suelta al Rey de la Noche en este preciso instante!” Dijo el duque con voz grave.

“No puedo.” El rey no le miró, y su respuesta mostró que sabía todo lo ocurrido.

“¡¿Por qué?! Lo has sabido desde el principio, ¡¿verdad?! Te lo han dicho tus magos, ¡¿cierto?!”

Superado por la impaciencia, el duque agarró del cuello al Rey.

“Suéltame.” La voz del Rey también era grave y fría. “Intenta alzarte contra mí aquí. Yo también tengo algo que no puedo soltar. Si coges a tu mujer y os vais del país, acorralaré a los familiares que se queden aquí y los decapitaré públicamente como advertencia. ¿Estás preparado para ello?”

El duque Ann sintió un nudo en la garganta e hizo un ruido. Sabía que el Rey iba en serio y que no era un farol. Lentamente soltó su garganta. El Rey no le miró.

“¿Por qué hacer prisionero a un monstruo que no nos ha atacado…?”

“Los monstruos son monstruos y por ello, malvados. Es una razón en sí mismo.”

“¡Bromeas!” Gritó el duque.

Su mujer había vuelto a casa tarde la noche anterior y se lo había contado todo entre lágrimas. Le era imposible quedarse quieto sin hacer nada. El camino que Mimizuku había recorrido hasta este punto no era nada menos que heroico.

“Entre los humanos degenerados que la hiríeron y el Rey de la Noche que se ocupó de ella, dime, ¿cuál es el verdaderamente malvado?”

“Fuiste tú quien le subyugó, Señor duque Ann.”

El duque asintió, preparado para aceptar su pecado.

“Es cierto. Por eso ahora te estoy diciendo que le liberes.”

Sin embargo, el Rey no se rindió.

“No puedo hacerlo.”

“¿Por qué?”

“Ha pasado demasiado tiempo. En unos pocos días, cuando vuelva a haber luna llena, la momificación del Rey de la Noche se habrá completado. Si le soltásemos no vivíria demasiado.”

“¡¿No puedes devolverle su magia y punto?!”

“¿Te has vuelto loco, duque Ann?” El canoso Rey cerró los ojos y sacudió la cabeza. “Inténtalo. Si el Rey Demonio recupera su poder volverá con todos sus monstruos a atacarnos.”

“El Rey Demonio no es un monstruo normal. Si hablas con él, quizás lo entiendas…”

“Qué inocente. Duque Ann, ese tipo de pensamiento sólo servirá para poner en peligro a mi pueblo.”

Aburrido de mirar los ojos puntiagudos del Rey, el duque cerró sus propios ojos.

“Les protegeré.“Dijo entre dientes. Dejó caer sus manos sobre el escritorio con la cabeza colgando. “Protegeré a los ciudadanos y a este país…” Escupió con un tono fuerte.

El Rey pensó que rechazar tales palabras sería exagerar. Miró directamente al Duque.

Desde hacía mucho tiempo, el nombre de los MacValen había sido famoso en el país. Cuando el hermano más joven sacó la Espada Sagrada de su vaina, e hermano más mayor se quejó, inmediatamente, al Rey: “Mi hermano pequeño es demasiado bueno para esgrimir esa espada.” le dijo. El mediano que también era el líder de la familia MacValen en esos tiempos declaró: “Mi hermano pequeño es demasiado rígido para esgrimir esa espada“.

El Rey sabía que ninguno de ellos se equivocaba. Él era ambas cosas, demasiado bueno y demasiado rígido para esa espada. La espada no se negaba a asesinar y él no era alguien que o dejaría todo por esa vida que había abandonado. Aún así, el Caballero Sagrado fue capaz de convertirse en un símbolo del país porque encontró algo que proteger. La mujer que amaba, su familia y su país. Así que el Rey puso la mano firmemente en el hombro del duque Ann.

“El Rey de este país… soy yo.” Declaró casi presionándole para que respondiese. “Hay que reconocer que ha habido un malentenedio. Aún así es imposible deshacer algo que ya está hecho. La subyugación del Rey Demonio es algo que hemos ansiado desde hacía mucho tiempo. Para traer prosperidad al reino teníamos que clarificar nuestro poder y para ello, necesitamos mucha magia. Todo es por el bien del país.”

El duque apretó los dientes. Las palabras del Rey tenían su significado. El Rey era un hombre que anteponía su país antes que cualquier otra cosa, por eso era el Rey y por eso el país era el que era.

“Con la magia del Rey de la Noche…” dijo Ann en tono acusatorio. “¿Vas a arreglar las piernas y los brazos de Dia?”

Siempre lo había sabido pero no podía decírlo. Sabía que si el Rey consiguiese tal poder su prioridad sería Claudius.

“Es por el bien… del país.” Inmediatamente después de hablar el Rey alzó la vista. “No pienso entregarle el trono a nadie más que a Dia. Sin embargo, si muriese, me temo que con ese cuerpo suyo… No podría proteger todo el país. Si puedo hacer algo, sea la que sea, lo haré. He desarrollado un ejército y hecho crecer la agricultura y el comercio. Sin embargo, con ese cuerpo… con esas piernas y esos brazos… No sé si aguantará la presión del trono.”

El duque Ann era incapaz de seguir criticando al desdichado Rey. El Rey no podía evitar amar a su propio hijo, incluso el duque que no tenía hijos, entendía cuán doloros era.

“¿Qué pasará con Mimizuku…?” Aún así no podía rendirse. “Incluso ahora, esa niña sigue llorando buscando al Rey de la Noche. ¿Qué pasará con ella?”

El Rey soltó un suspiro profundo.

“Duque Ann… ¿Intentas decirme que si liberásemos al Rey de la Noche y entonces se la llevase con él al bosque, Mimizuku sería feliz? Si Mimizuku volviese a ese bosque, ¿sería feliz? ¿Por eso pierdes la paciencia?” Ante esas palabras el duque se turbó. “¿De verdad crees que un monstruo quiere hacer feliz a una niña?”

“¡Pero…! ¡Aún así…!”

El Rey le dio la espalda al duque que aún no quería rendirse. El Rey miró la ciudad desde la ventana de su oficina.

“Críala, duque Ann. Si lo haces esa niña no tendrá más problemas en su vida. Dale la felicidad.” Dijo el Rey con un tono algo más gentil. Como el Rey estaba de espaldas el duque no pudo verle la expresión de su cara cuando lo dijo. “La felicidad de una persona yace en otra persona, duque Ann.” Dijo el Rey que tenía un hijo propio.

El duque se mordió el labio y cerró los ojos con fuerza. Quería hacer feliz a Mimizuku. Si pudiese lo haría con sus propias manos. Había renacido ante el duque como una niña sin nombre y de ojos puros. Quizás había sido el destino. Quizás había aparecido para su amor y afecto. Pensó que podría enseñarle a esa pequeña niña pobre la alegría de vivir. Pensó que sería maravilloso si pudiese salvar a la chiquilla que ni siquiera comprendía el significado de las lágrimas. ¿Pero quién lo entendería? ¿Por qué los otros pueden limitar la felicidad de otra persona?

“Atenderás a la ceremonio de la próxima luna llena, duque Ann.” Dijo el Rey con abundante severidad. “El último en apuñalar el corazón del Rey Demonio serás… tú.”

El duque cerró los ojos fuertemente al oír esas palabras y cerró igual de fuerte los puños.

“Como desee…” Respondió con voz cascada como si escupiese sangre. “…Su Alteza, Dantes.”

Ese era el raramente nombrado nombre del Rey.

“Quería ser tu amigo… Duque Ann.”

El duque Ann le giró la espalda al Rey.

Y no la volvió a girar jamás.





Quien le trajo la sopa tibia a Mimizuku no era el criado de siempre.

“Mimizuku, ¿cómo estás?”

Mimizuku seguía dándoles la espalda a todos los visitantes pero por acto reflejo se giró al escuchar aquella voz tan suave y familiar.

“Orietta…”

Era Orietta quien sonreía y sujetaba la bandeja.

“¿Por qué pones esa cara? ¿Quieres adelgazar aún más?”

Mimizuku apartó la vista sin responder. Interponiéndo la gran cama, se giró. Orietta sonrió como si suspirase y dejó la bandeja con la sopa a un lado. Entonces se giró un momento y se sentó en la cama. Mimizuku le daba la espalda.

“Hey, Mimizuku.” Dijo Orietta con la voz más suave que pudo poner como siempre. “¿Te gustaría ser nuestra hija?” Mimizuku parpadeó varias veces ante las palabras de Orietta. “Sabes que no tengo ninguna hija y menos una tan grande como tú.” Orietta dijo entre risitas. “No puedo tener hijos.” De repente el corazón de Mimizuku latió.

Duele, pensó. Algo dentro de ella dolía muchísimo. Orietta empezó a hablar lentamente como si contase un cuento de hadas.

“No puede curarse es así. Soy la Doncella de la Espada. Y con la Espada soy ofrecida al héroe, nada más.” Mientras la escuchaba hablar Mimizuku pensó en ella.

Los ojos de Orietta de color indigo recordaban al cielo nocturno, le parecían a la niña muy nostálgicos. Eran del mismo color que el pelo de Fukurou.

Orietta continuó hablando como si cantase:

“Si muero o vivo es cosa del héroe, no soy muy diferente a una esclava.” Mimizuku tembló al escuchar la palabra esclava. Un sudor frío le recorrió la espalda. Orietta rió, al menos eso parecía.

“Pero el duque Ann me dijo que… Me dijo que todos los tesoros que recibiera por ser escogido el portador de la Espada Sagrada… me los daría.” Por alguna razón el mundo de Mimizuku empezó a oscilar incesantemente. Ante los ojos de Mimizuku se espandió una escena de hacía mucho tiempo. Partículas de llamas. Dos lunas en el cielo.

“Ves donde queiras. Ya eres libre.” dijo él. “Vete, niña que nombra bestias. Ya no hay razón para que te quedes.”

Era él. Él era la razón por la que había estado allí desde un principio.





“Eres libre.”

“¿Por qué?” Dijo Orietta mirando al Duque Ann. Actuó bravamente, estirando la espalda. Era la segunda vez que habían hablado. Tan sólo habían pasado unos días desde el accidente del carro. El duque aún era joven y Orietta era pequeña.

“Soy tuya.”

Así es como la habían educado. Nació como una bebé, criada en un orfanato y entregada al templo tras descubrir su genialidad en la magia, aprendió rigurosos estudios de artes magicas para convertirse en la sacerdotisa que defendía la Espada Sagrada. En el proceso, perdió la habilidad de dar a luz pero no pensó mucho en ello.

“Siendo así, vete más allá del horizonte. No haré nada para impedirlo.”

“¿Por qué?”

La cara de Orietta se torció. No sabía qué cara poner.

“¿Por qué me dices esto?”

“Me lo dijiste hace tiempo, que si pudieses ser libre ya lo serías. Como puedo hacerlo, te libero de tu jaula de pájaros.”

“Pero no ganas nada con ello.”

El duque Ann se encogió de hombros.

“Tampoco pierdo nada. Soy el hijo inútil de una familia de caballeros. En realidad, hay una cosa que pierdo al soltarte. Pierdo mi oportunidad de estar con una chica tan hermosa… Pero aún así, quiero que sonrías. Por eso.”

Y entonces el duque Ann miró a los ojos de Orietta.

“Si obliga a sacrificarse a una mujer, entonces, la Espada Sagrada no es tan sagrada.”

Ante esas palabras, los hombros de Orietta se relajaron. Ese era, sin duda, el hombre escogido por la Espada Sagrada.

“¿Dónde voy?”

“Ni idea.”

“Ya veo. ¿Dónde vives?”

“¿Eh?”

El duque se quedó boquiabieto.

“Que dónde vives. Siempre he querido cocinar y limpiar para mí. Me harías un favor si me contratases.”

“¿En serio?”

“Completamente. Por supuesto sólo si tu mansión es cómoda.”

Entonces Orietta sonrió ampliamente.

“No me importa si me contratas o me abandonas.”





“Orietta…” Jadeo Mimizuku.

“Aunque eras libre, ¿por qué no te fuiste?”

Orietta se giró y miró la cara redondeada de la niña.

“Bueno,” dijo ella “incluso si escojo no irme, es una decisión que he hecho libremente.”

Mimizuku se tapó la cara con las manos y las lágrimas empezaron a caer de sus ojos. Pensó en Orietta. Pensó en Fukuro. Pensó en lo que Orietta había dicho, sobre que irte o no era una decisión que podías hacer libremente.

“Fukurou” llamó. “Hey, Fukurou. ¿Dónde me dijiste que me fuera? En ese momento habría escogido quedarme contigo. ¿Está bien que me quede contigo?” No. No necesitaba el permiso de nadie. ¿No lo había decidido ya antes? Entre los crujidos del Bosque de la Noche. “Aunque no me dejes, me quedaré a tu lado. Cómeme, Rey de la Noche.”

Sabía lo que era llorar. Se lo habían enseñado. Lo recordó. Por algúna razón, su pecho se sentía pesado, la gargante le ardía y no podía respirar. De repente, gentilmente, olío una fragancia serena. Orietta la estaba abrazando por la espalda. Gentilmente le acarició la cabeza y comprendió que Orietta también lloraba. Mimizuku quería quitársela de encima. Sin embargo, Orietta, temblorosa, habló.

“Lo has hecho muy bien.” Los brazos de Orietta eran cálidos. “Lo has hecho muy bien… Hasta llegar hasta aquí…”

Esas palabras rompieron la presa haciendo que Mimizuku llorase y llorase.

“No era tan malo…” Dijo sorbiendo incontrolablemete. Jamás había pensado que había sido duro. Aunque vivió una vida como la suya, jamás pensó que era complicada y entonces, cada día que pasó en el Bosque de la Noche había sido divertido.

“Hey… Hey, Orietta…”

“¿Sí…?”

“¿Puedo preguntarte algo?”

“Dime.” Respondió la mujer dándole palmaditas en la espalda.

“Cuando me dieron toda esa ropa bonita y toda esa comida y cuando todo el mundo era amable conmigo, ¿qué tenía que decir en esos momentos?”

Orietta sonrió ante la pregunta de la niña.

“En esos momentos tienes que decir gracias.”

“Gra…cias…”

Eso es, había una palabra para eso. Mimizuku le cogió la mano a Orietta y dijo;

“Gracias, gracias, gracias, Orietta.” Lloraba mientras hablaba. Tenía que decírlo, tenía que decírlo. Gracias, gracias, gracias. Sus pensamientos se desbordaron.

“¿Mimizuku…?”

“Uh… G-Graci…as… K-Kuro…. Fuku…rou… gracias…” Mimizuku colapsó y gimió como perdida en un sueño. “¡Gracias, gracias…!”

Era feliz. Era increíblemente feliz. Aunque no había hecho nada por ella, había escuchado su historia. Con sus ojos fríos, hermosos como lunas, él miraba a Mimizuku. Existía en esos ojos. Fue la primera vez que Mimizuku supo que estaba viva.

“T-Te… echo de menos…”

Orietta, aunque había tomado una decisión, abrazó a Mimizuku con más fuerza.

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