miércoles, 11 de abril de 2018

Mimizuku to yoru no ou 5



El sonido de los aplausos llenaba la habitación. Todos los ministros del gabinete se encorvaron para brindar. Observando la escena desde su trono se hallaba el rey de cabello cano. Las gentes felicitaban la Brigada Mágica y al Caballero Sagrado por su triunfo y galantería. Desde las esquinas del salón los trobadores, animados, empezaron a cantar odas.

El duque Ann apoyó la esplada en una esquina del salón y observó la escena desde lejos.

"¡Señor Caballero Sagrado! ¡Están haciendo un concurso de beber! ¡Estoy seguro que podriáis ganarles sin pestañear siquiera!" dijo un soldado amistoso que iba hacia el duque.

"No, si bebo demasiado otra vez, mi mujer se enfadará." Contestó el duque con una sonrisa de lamentación.

"¿Podría saludarla de mi parte?"

"Sí, claro. Hay mucha gente del templo hoy, no ha querido venir porque estaba nerviosa y ha dicho que odiaba este tipo de cosas"

"¡Jaja! ¡Qué lástima...!" Dijo el soldado volviendo a desaparecer entre la multitud.

Habían conseguido subyugar al rey demonio y la niña prisionera había sido rescatada. Las noticías volaron por todo el país en un insante. Incluso en ese preciso momento, los villanos alzaban sus copas en nombre el triuno del reino. El duque Ann tampoco se privó de la bebida.

Sin embargo, la subyugación del rey demonio había estado el día anterior. Quería volver a su mansión y descansar. Su mujer debía estar esperando su regresa y no le gustaba venir a fiestas de este tipo donde todo el mundo se paseaba felicitando a diestro y siniestro.

Había pensando en ausentarse con la excusa de descansar, sin embargo, desde el punto de vista del reino, él era el rostro de su honor y había algo en lo que estaba interesado. Estaba esperando a que acabase el brindis para la información.

Al rato, un sirviento corrió hasta el duque y le susurró algo al oído. Al oírlo, el duque Ann asintió y se lo agradeció. Entonces, silenciosamente, abandonó el salón.

Si el rey supiese la razón de su marcha tampoco habría podido pararle. El Duque Ann había estado esperando por noticías del despertar de la niña que el rey demonio había compaturado. Tras pasar por el largo pasillo y llamar a la puerta entró, lentamente, en la habitación. Había solamente una cama iluminada por un candelabro. En ésta descansaba de lado una pequeña niña.

El duque anduvo hasta la niña que dormía en la cama rellena de plumas de aves acuáticas como si se hundiese. Sus mejillas estaban miserablemente delgadas y el duque Ann recordó lo sorprendido que estuvo de su ligereza cuando la rescató. Las llamas mágicas habían sido creadas para que no pudiesen herir a la niña, pero aún así era un desastre hollinoso.

Recorrió los dedos por su fino cabello que tenía el miso tacto que la paja. Retiró el flequillo de su frente para encontrar un extraño dibujo del que ningún mago sabía el significado. Sin embargo, definitivamente era obra del Rey Demonio y parecía que estaba bajo algún tipo de hechizo.

"¿Estás bien? ¿Cómo te encuentras?"

Ella miró con los ojos ligeramente abiertos, observando fijamente al duque.

"Ah... Ah..." gruñó incomprensiblemente.

"¿Sí? ¿Qué pasa?" preguntó gentilmente el duque Ann. Sin embargo, la chica no pudo reunir más

palabras e intentó incorporarse de alguna manera. Luchando contra su falta de fuerza, se agarró a la mano del duque.

"¿Estás bien? ¿Te duele algo?"

"N...No."

La voz de la niña era baja, como el aleteo de unas alas de insecto. Las muñecas que el duque cogía eran de un color marrón. Habían conseguido derretir las cadenas con magia, pero no pudieron eliminar las marcas ya que, aparentemente, las había llevado durante demasiado tiempo. Le dolía ver algo así. Sin embargo, el duque Ann agradecia la buena salud de la pequeña.

"Bien, pues." Él exhaló un suspiro de alivio.

La niña no había usado demasiado el cerebro así que todo lo que consiguió decir fue:

"¿Dónde... estoy?"

"En el Castillo del Arco Rojo. No tienes que preocuparte más, no hay nada que temer."

"Nada... que... temer." Repitió ella como un loro.

"Sí, eso es. Soy el duque Ann. Duque Ann MacValen. ¿Cómo te llamas?"

"¿Mi nombre?"

La niña cerró los ojos suavemente. Sus pestañas se sacudieron como si temblasen. Entonces, volvió a abrir los ojos.

"Lo he olvidado.", susurró.

Ante tales palabras el duque la contempló maravillado. La chica le miraba con unos ojos completamente puros e inocentes y entonces, abrazó la cabeza de la niña gentilmente.

"Pobrecita...", dijo con voz profunda.

La niña pareció inclinar la cabeza un poco aún estando envuelta de los brazos del duque. No entendía por qué le decía eso.

Los rumores de que habían vencido al Rey de la Noche y rescatado a la niña cautiva llegaron a todos los rincones de la región en un abrir y cerrar de ojos. La gente alababa la Brigada Magica y el Caballero Sagrado y expresaban su lamento y simpatía por la pequeña. Los poetas cantaban sus elogios acompañados de notas con sus harpas. Cantaban sobre la niña con un dibujo en la frente, de su mala suerte y su destino cruel. Cantaban con ritmos melancólicos y bellos y también cantaban sobre las heroicas andanzas del Caballero Sagrado. Sin embargo, había algo sobre lo que no cantaban: sobre el Rey de la Noche, pues su paradero era desconocido.

"Te llamas Mimizuku."

Un día, una bella mujer de cabello negro entró en su habitación de palacio y le dijo esto con voz dulce. Llevaba el pelo recogido en tres trenzas y sus ojos, del mismo color que su pelo, emitían una brillante luz.

"Te llamas Mimizuku. Me lo ha dicho el cazador al que salvaste cuando se perdió en el bosque."

"¿Mi...Mimizuku...?"

"Sí, ¿lo recuerdas?"

"Yo... No lo entiendo... Pero, cuando lo dices... Es como que suena bien. Sí, me llamo Mimizuku." contestó ella en voz baja cerrando los párpados y abrazándose a sí misma como si tuviese algo realmente preciado entre sus manos.

"Me llamo Orietta, Orietta MacValen. Soy la mujer de ese vago Caballero Sagrado. ¿Le conoces, verdad?"

"Sí, conozco a Andy."

Desde que Mimizuku se había despertado varios días atrás, el duque iba a visitarla cada día.

Mimizuku dormía amenudo y él solía hablar con los que se ocupaban de ella sin apartar la vista de la niña.

"Sí, soy la mujer de ese caballero niñera. Es un placer conocerte, Mimizuku."

Mimizuku le estrechó la mano y sonrió. Su mano era como un vibrante pez blanco totalmente contraria a la de Mimizuku que parecía una hoja podrida. Orietta frunció un poco el ceño al sacudirle la mano.

"Es un placer, eh..."

"Orietta."

"Sí, es un placer Orietta, eres la mujer de... ¿Andy...?"

"Sí, desgraciadamente soy yo."

A pesar de sus palabras el rostro de Orietta era alegre.

"Mimizuku... ¿te importa si te llamo así?"

Los ojos de Mimizuku brillaron ante la pregunta de Orietta. Aunque le habían dicho que se llamaba así, se sintió increíblemente bien cuando la llamaron de ese modo.

"Mimizuku, ¿cómo te gusta vivir aquí?"

Al escuchar la pregunta, Mimizuku se limitó a inclinar la cabeza y decir lo primero que pensó.

"Bueno, mmm... Hay mucha comida buena y me dan muchos vestidos bonitos y todo el mundo es muy amable."

"¿Te falta algo?"

"¡Andy siempre pregunta lo mismo! No, no falta nada."

Mimizuku, a modo de respuesta, sacudió la cabeza. Verdaderamente su estilo de vida era más que suficientemente. Siempre se preguntba por qué hacían tanto por ella... Seguramente porque podían hacerlo. Orietta le sonrió.

"¿Has recordado algo?" preguntó con voz pequeña. Se refería a los días antes a que despertase, en el bosque Mimizuku no respondió, simplemente volvió a sacudir la cabeza pero con lentitud, con otro sentimiento. Orietta se arrodilló en la alfombra al lado de la cama y miró a los ojos de la niña.

"Sabes, Mimizuku... Hasta ahora, estabas en el bosque. Los monstruos te tenían prisionera y tenías

los ojos llenos de temor... Por eso debes haber perdido la memoria... Para protegerte a ti misma.

No te sobrefuerces demasiado para recordar. Mimizuku, lo mejor debe ser olvidarlo todo.

Desde ahora tienes una nueva vida."

El Bosque de la Noche.

Ojos llenos de temor.

Las palabras daban tumbos por la cabeza de Mimizuku.

Lo mejor debía ser olvidar.

"Tengo... ¿una nueva vida?"

"Exacto." Afirmó.

¿Por qué...? pensaba la niña en el fondo de su corazón. Desde algún lugar Mimizuku escuchó un tintineo.

A lo largo de un antiguo camino de piedra el olor a moho llenaba el aire. El techo estaba alto pero no habían ventanas. Gracias a magia todo ardía brillantemente, las llamas cambiaban de rojo a azul. El rey caminó hacía adelante, sus pasos hacían eco en las paredes de la habitación. Los magos que le flanqueaban no decían nada. Lo único que se podía oír era el sonido de los zapatos golpeando el suelo y algo que parecía un doloroso gemido.

Al final más alejado del pasillo, una sombra negra estaba crucificada en la pared. Cuando el rey se detuvó, su último paso fue el más sobresaliente de todos.

"El Rey de los monstruos."

La voz del rey era digna aunque ronca. Fukurou estaba crucificado en la pared con el cuerpo sostenido por varios hilos transparentes. Sus ojos estaban cerrados y sus alas no se movían lo más mínimo.

"¿Está consciente?" Preguntó un mago situado al lado del rey.

"Veámos si puede oirnos," respondió Riveil desde su oscura capa.

"Rey Demonio."

El rey habló con fuerza. Respondiendo a su voz o quizás por otro motivo, Fukurou levantó los párpados. Una débil luz plateada flujó de sus ojos aunque estaban algo oscurecidos por el uso de la magia, pero la fuerza de esa luz dejó claro que era el governador de los monstruos.

El rey cogió aire y se giró inquebrantable.

"Rey Demonio. ¿Qué tal sienta ser capturado por humanos...?"

Habló con provocación, sin embargo, el Rey demonio ignoró su pregunta.

"...¿El rey de los humanos...?"

Su voz era lo suficientemente grave para como para sentirla en el suelo.

"Efectivamente. Soy el rey de este país, El Arco Rojo."

Por un momento, una pizca de emoción pareció aparecer en los ojos de Fukurou. Era algo cercano a desdén o disgusto. El rey pensó que parecía humano. No creía que algo beliguerante con sólo intenciones malvadas pudiese sentir algo como odio o desdén.

"¿...Odias a los humanos? Pareces humano, Rey de los monstruos. Parece ser que esclavizaste a una niña humana, ¿no es cierto? No mataste ni usaste tus poderes... ¿planeabas venganza?"

Fukurou respondió a la pregunta con un rechazo silencioso sin crisparse en absoluto. El rey admirado pensaba que si él estuviese atado como lo estaba Fukurou no sería capaz de mantener esa dignidad. No había alternativa, después de todo, su enemigo era un monstru.

"...Como quieras. La chica está bien atendida en palacio. Ha perdido sus recuerdos pero para ella es algo bueno, considerando que su vida a partir de ahora estará colmada de suerte. Rey demonio, tus expectativas han salido todas mal."

Fukurou no respondió, simplemente cerró los ojos otra vez como si hubiese perdido todo interés.

El rey intercambió unas miradas con los magos y reverentemente sostuvo´un enorme orbe de cristal.

El cristal brillaba por el poder magica y la llama se balanceaba en su interior. Aquellos que osaban mirarla se quedaban maravillados por el hermoso trabajo de la magia.

"Esta llama representa tu poder magico, cuando la llama cambie a azul tu poder habrá desaparecido, tu cuerpo se secará y te convertirás en una momia que representará el poder magico de este país."

Explicó el rey casualmente y aunque estaba sentenciando a Fukurou a muerte, éste permaneció en silencio. Sin nada que decir, el rey dio la vuelta y volvió por donde había llegado. Conforme sus pasos se alejaban una voz se alzó.

"Rey Humano."

El rey se paró, conservando su majestuosidad lo mejor que pudo, y se dio la vuelta para volver a encontrarse con los ojos de Fukurou.

"Rey Humano. ¿Qué valoras más: a ti o tu país?"

Esta fue la primera pregunta que el Rey de los Monstruos le hacía al Rey de los Humanos. El Rey de los humanos frunció el ceño y respondió sn dudar.

"Esta pregunta no tiene sentido, Rey Demonio. Son cosas que no se pueden comparar

Siempre que yo sea yo mismo, escogeré a mi país."

Mientras tuviese esa voluntad, nunca jugarían en la misma liga. Fukurou cerró los ojos ante la respuesta del rey y se quedó callado, como si durmiese.

El cielo azul tan sólo se manchaba por finas nubes rodeaba el bullicioso mercado de palacio. De pie en la entrada del mercado, los ojos de Mimizuku estaban completamente abiertos.

"¡Cuánta gente!"

"¿Es la primera vez que estás en un sitio con tanta gente?" preguntó el duque a su lado.

"¡Definitivamente sí!" respondió la niña.

"Bueno pues, cógete de mi brazo para que no te pierdas ¿vale?" Dijo Orietta al lado de Ann. Cogió la pequeña mano de Mimizuku quien parpadeó varias veces sonriendo felizmente.

Era el primer día que la niña abandonaba palacio. Vestía ropas bien hechas aunque no ostentosas con un sombrero a juego. Ann y Orietta la escortaban.

"¡Orietta, todo el mundo lleva muchas cosas!"

"Sí, depués de todo aquí se viene a comprar." Dijo Orietta preguntándose si la niña la había entendido. Mimizuku no lo comprendió del todo así que inclinó la cabeza.

"Compras cosas a cambio de dinero. Toma, Mimizuku, abre la mano."

Orietta puso tres monedas en la mano de Mimizuku. Las aves representadas en las monedas le parecieron tesosoros a la cría.

"Úsalas."

"¿Pagar ¿Con dinero? ¿Lo que yo quiera?"

"Claro, lo que tú quieras."

"Algo que quiera..."

Mimizuku pensó durante un rato y el duque rió.

"¡Vamos a dar una vuelta primero!" Dijo empujando la espalda de Miizuku. Habían estantes de frutas y verduras, de ornamentos hermosos y finos objetos que Mimizuku no había visto nunca antes. Mimizuku miró y lo que veía era mayoritariamente nuevo para ella.

"¡Oh, hola, mi señora Orietta!"

De repente, una voz vino de uno de los estantes. Una mujer que vendía harina de triga apareció ante Orietta.

"¿También está con el Caballero Sagrado? Qué envidia que os llevéis tan bien..."

Al decir esto soltó una ruidosa carcajada.

"Nos llevemos o no bien, hoy tenía que venir. No me tengo que preocupar de llevar a casa lo que compre porque está aquí." Contestó Orietta mostrando su mejor sonrisa.

"¡Jajaja! ¡Claro que sí! Dígame, Orietta, ¿quién es esta niña?"

La mujer observó a Mimizuku y la niña miró a Orietta preguntándose qué iba a hacer.

"¿Mi señora Orietta ya tiene una hija tan mayor?"

"¿A que es adorable?" Respondió Orietta con una gran sonrisa ignorando las palabras de la mujer.

Antes de darse cuenta, Orietta soltó la mano de la niña para tocar su espalda. Mimizuku creyó que

significaba que tenía que irse así que su corazón latía como loco, se mezclo entre las gentes de las calles. Saludando a la gente de aquí y allí, el duque siguió la figura de la pequeña con la vista para asegurarse que no se perdía.

Después de chocar con mucha gente, Mimizuku se encontró delante de un estante donde se detuvó a descansar rodeada de las dulces esencias que provenían del estante.

"Hey, pequeña señorita, ¿quieres algo para comer?" Le dijo cortesmente a la nña el vendedor.

Mimizuku entró un poco en pánico.

"¿Está bueno?"

"¡Prueba un poco y verás! Ven, siéntate."

El vendedor le dio una fruta azucarada envuelta en un papel oscuro. Cuando la mordió, en su boca la dulzura y el zumo de la fruta se mezclaron. Los ojos de Mimizuku brillaron.

"¡Está buenísimo! "

"¡Claro, claro!"

Sin descanso, Mimizuku continuó mordiendo la fruta y conforme seguía proclamano lo delicioso que era un grupo de adultos se reunió a su alrededor.

"¡Sabe mejor que la fruta de palacio! " comentó la niña sinceramente haciendo que la multitud se acelerase.

"¡Ese elogio es lo mejor que me podrían decir!"

"Pequeña, ¿no lo estás adulando demasiado?"

"¡Pero es verdad! ¡Está increíblmente bueno!"

Mimizuku respondió con honestidad aunque no conocía a la persona que le había hablado.

"¡Dios, entonces yo tengo que probarlo también!"

La desfachatez de Mimizuku atrajo a muchos clientes y la niña de repente entró en pánico cuando les vio a todos rebuscar las monedas.

"Oh, sí. ¿No tengo que pagarte?"

El estante del dueño estaba a rebosar.

"¡Para nada! ¡Con que digas que está bueno ya me va bien!"

Las gentes ensalzaron su generosidad y expresaron su deseo de comprar más.

"Pero eso no está bien, Orietta me ha dicho que tengo que intercambiar el dinero..."

La gente se sorprendió al escuchar ese nombre.

"¿Qué? ¿Conoces a la señora Orietta? La candidata para ser la sacerdotisa del Templo, ¿no...?"

Una anciana se adelantó a Mimizuku.

"Ay, mira esa boca. Espera, que te limpiaré."

Y extendiendo su arrugada pero gentil mano limpió el área de alrededor de la boca de la pequeña.

Mimizuku había comido tan rápido que tenía comida por toda la cara. Todo el mundo le sonrió amablemente.

"Ya está, ya estás limpia. Oh, vaya. ¿Y esto de tu frente...?"

La anciana le apartó el flequillo a Mimizuku revelando su extraño dibujo.

"Tú... No puede ser... "

La anciana se quedó sin aliento y el gentío quedó en silencio. Mimizuku, allí de pie, les miraba perpleja.

"Jovencita... ¿Sois una princesa...?" Preguntó la anciana con dedos temblorosos.

"¿Eh? Vivo en el castillo pero no soy una princesa."

La multitud se movió.

"No, no me refiero a eso. ¿Eres la princesa del Bosque de la Noche a la que salvaron de las garras del Rey Demonio...?"

"¿Eh? ¿Puede ser...? Yo..."

El gentío, al escuchar esas palabras, empezó a murmurar en excseo. Aunque ella no lo entendía del todo y aunque no era una princesa, sentía que era lo que había dicho. Mimizuku recordó lo que Orietta le había explicado.

"¡Ah!"

La anciana gritó de repente y entonces la abrazó con fuerza.

"¡¿P-Por qué...?!"

"Ha vuelto con vida, tenía tanto miedo... ¡Es maravilloso!"

Mientras abrazaba a Mimizuku a la anciana le empezaron a rodar lágrimas por las mejillas,

Mimizuku, en cambio, se sentía totalmente confusa cuando las lágrimas empezaron a caerle sobre los hombros.

"¡Es la princesa! ¡La princesa que han salvado del Bosque de la Noche está aquí...!"

Miles de voces alegres se escuchaban. Varias personas zarandeaban, tocaban y abrazaban a

Mimizuku. En un revuelo nervioso se dedicó a estrecharle la mano a desconocidos. El corazón de la niña cada vez latía con más fuerza y más rápido.

Era cálido, pero no entendía lo que pasaba.

Al cabo de un rato, el duque Ann emergió entre el gentío y se la llevó

"Hey, duque Ann."

"¿Mmm? ¿Qué pasa?"

"Esa anciana estaba preocupada por mí."

"Sí, estaba llorando."

"Llorando..."

"Sus lágrimas eran por tu bienestar." dijo el duque con una sonrisa amable.

Mimizuku no sabía lo que eran las lágrimas, pero eran cálidas y cariñosas.

Generalmente, Mimizuku era obediente como cualquier otra persona que vivía en el palacio sin nada a cambio. Nunca se aburría. Le gustaba dormir en la cama y disfrutaba de contemplar el paisaje desde su ventana y le encantaba hablar con las visitas que de vez en cuando llegaban. Todo el mundo era amable con ella, y el duque Ann y Orietta eran como una familia. Incluso una vez habló con el rey.

"Es la primera vez que nos encontramos, Mimizuku."

El rey de pelo cano llegó al cuarto de Mimizuku rodeado de criados. El duque estaba al lado de ella y le susurró que era el hombre más importante del país.

"Ah, eh, encantada de conocerte."

"Oh... Veo que tienes bastante energía."

"Yo, eh, me has ayudado mucho."

"En realidad eso es lo de menos. Te daré todo lo que necesites."

Su charla terminó así y tras acabar con ella, la expresión el rey se tornó severa. Mimizuku le preguntó al duque si estaba enfadado haciéndole reír.

"Por su cara, diría que sólo le preocupa algo."

"Sí, eso parece."

Y entonces, varios días más tarde unos criados visitaron a Mimizuku.

"Señorita Mimizuku, le hemos traído esto."

El criado le entregó un manojo de llaves.

"¿Esto qué es?"

"Son las llaves de la torre del oeste."

"¿Mm...? ¿Torre del oeste?"

"Mi deber es informarle que la persona que vive allí le gustaría conocerla, señorita."

"¿A mí? ¿Por qué?"

El viejo criado se limitó a sonreír.

"Por favor, tómelas y vaya."

Sin quererlo realmente, Mimizuku cogió el manojo de llaves. Escuchó las indicaciones que le dio y entoces el sirviente desapareció por el pasillo. Viendo como su figura desaparecía en la lejanía, Mimizuku suspiró.

La entrada a la torre del oeste precisaba muchas llaves. Fue probando todas las llaves hasta conseguir abrir la puerta. Había un soldado justo a su lado cuando entró pero al ver las llaves de Mimizuku simplemente la saludó sin comentar nada más ni volver a mirarla, permitiéndo que entrase ella sola.

Cuando abrió la puerta, encontró una larga escalinata. Mimizuku la subió sin dudar. Recordó plegarse el dobladillo del vestido antes de subir y tras recuperar el aliento arriba del todo se encontró ane una ricamente ornamentada puerta de roble.

Mimizuku llamó tres veces, imitando a los moradores del palacio.

"¿Quién es?"

Mimizuku se asustó de la voz que provenía de dentro.

"Soy Mimizuku."

No había otra forma de decírlo.

"...Adelante."

Cuando consiguió el permiso, Mimizuku entró. Al abrir la puerta una enorme habitación se extendió ante ella. Era el doble de grande que su cuarto. Con una ventana con rejas, una estantería, una gigantesca cama y peluches y figuras de soldados. En el centro de la habitación, sentada en una silla de forma extraña, había una sombra.

"¿Qué pasa? ¿Por qué no entras?"

La voz de la silla era aguda como la de una chica. La pequeña sombra estaba sentada en una silla con ruedas pegadas a ésta y tenía brazos y piernas delgados y decolorados. Tanto el cabello como los ojos eran claros, y el cuerpo pequeño. El color de su pelo le recordaba a Mimizuku a alguien.

"Encantado de conocerte, Mimizuku."

Sentado con la espalda recta en la silla había un niño que parecía tener unos diez años. Sonreía débilmente.

"Soy Claudius. Claudius Vain Yordelta Arco Rojo." Mimizuku parpadeó. "Soy el príncipe... de este país." Con el cabello reluciendo a la luz del candelabro Mimizuku pensó que se parecía al Rey.

No hay comentarios:

Publicar un comentario