miércoles, 11 de abril de 2018

Mimizuku to yoru no ou 3




Capítulo 3: Flores del purgatorio

Si alguien le diese un pequeño empujoncito a la puerta de la desgastada mansión, se abriría
completamente invitando a pasar a quien fuese que hubiese.

Era una mansión increíblemente inmensa. Tenía la claraboya cerrada, dejando el resto del área
envuelta en oscuridad. La habitación olía a árboles viejos secos.

Mimizuku anduvo por los alrededores, dando vueltas y entonces, empezó a subir las rechinantes
escaleras. Recorrió con la punta de los dedos la barandilla en la oscuridad, pero no sintió ni la más
mínima sensación de que hubiese polvo, aunque el pasamano parecía lo suficientemente antiguo
como para haberse podrido ya.

Llegó arriba. Al final del largo pasilla había una puerta entreabierta de donde una brillante luz
surgía. Como si fuese atraída, Mimizuku se acercó y abrió la puerta.

"Oh..."

Mimizuku perdió la respiración ante su visión. Una enorme ventana estaba tendida ante ella. La
luz de la habitación está totalmente fuera de balance en comparación con el resto del Bosque de
la Noche. La luz brillaba sobre la pared donde aparecía un gigantesco dibujo. Básicamente de
azules y verdes, era la imagen del Bosque de la Noche. Completamente surrealista, sin embargo,
un único vistazo a aquello te permitía reconocerlo como una obra maestra. De alguna manera, de
alguna manera, esa enorme imagen era hermosa.

Esto es.

Como si hubiese recibido una revelación divina, Mimizuku lo entendió de repente. Esto era hasta
donde Fukurou podía ver.

Qué hermoso, qué solemne, qué infinita quietud. No importa donde mirases, el mundo que

Fukurou podía ver era bello. No era la primera vez que Mimizuku había visto una obra maestra
como esta. Cuando Mimizuku aún estaba en el pueblo, había una obra maestra entre los objetos
que fueron saquearos por los pueblerinos. El pueblo era un pueblo de ladrones.

Sin embargo, esta imagen era diferente a cualquier otra, era infinitamente más hermosa. Fueran
cuales fueran los materiales empleados para dibujarlo, tenían un extraño realce. Hacían parecer
que el dibujo estaba vivo.

Mimizuku extendió la mano ausentemente, pero antes de que sus dedos pudiesen tocar la

superficie de la imagen:

"No lo toques."

Las palabras parecieron cortar el cuerpo de la niña como una espada. Sus hombros temblaron y se giró. Fukurou estaba ante ella.

"Ah..."

"¿Qué haces?"

Él no intentó ocultar su enfado.

La columna de Mimizuku tembló contra su voluntad. Era miedo instintivo, algo que había conocido
desde que nació. Sin embargo, Mimizuku lo consideraba insignificante. Ya no tenía miedo de nada.

"El dibujo es hermoso", contestó ella simplemente. Incluso si Fukurou estaba enfadado, no importaba. Después de todo, si la mataba y se la comía estaría bien.

Fukurou dio unos pasos hacia Mimizuku, sin hacer ruido al mover los pies. Entonces, extendió el
brazo como para agarrar la cabeza de Mimizuku.

Si muero, espero que no quede ni rastro de mí.

Mimizuku cerró los ojos. Como si millones de linternas hubiesen parado de moverse, Mimizuku
cayó en la más completa oscuridad, y su conciencia silenciosamente se escabulló.

Sentía su cuerpo pesado e incómodo, Mimizuku abrió los ojos. ¿Se había despertado porque se
sentía pesada, o se sentía pesada por qué se acababa de despertar? Cuando los abrió del todo, Kuro la estaba mirando, su estatura parecía grande por su proximidad. Sus ojos se encontraron con los de Kuro, que parecía estar abrazándola. Detrás de ella estaba el mismo bosque verde y despejado. La mansión de Fukurou ya no estaba.

"¿Estás despierta, Mimizuku?"

"¿Kuro?"

Mimizuku extendió los brazos, acariciando los lados de la suave piel de Kuro.

"¿Mimizuku... aún está viva?"

"Eso es, ¿no?"

"¿Aún no te ha comido?"

"Eso parece..."

Mimizuku se mordió el labio. No servía para nada. Estaba llena de lamentos y sin esperanza. Sin embargo, eso no era todo lo que sentía. Se levantó y se sentó.

"Kuro, he visto el dibujo de Fukurou."

"¿Ah, sí?"

"Era hermoso."

"¿Ah, sí?"

Es cierto, era hermosos, impensablemente hermoso.

"Sobre el dibujo del rey... Lo más hermoso es cuándo pinta de rojo.", dijo Kuro, mostrando un extraño momento de duda.

"¿Rojo? Pero no tenía nada. No había nada rojo en ese dibujo."

Mimizuku recordaba el dibujo claramente. Estaba lleno de bellos azules y verdes. Era como un bosque nunca cambiante. ¿Pero, y la puesta de sol?, pensó Mimizuku.

Kuro asintió.

"Sí... El rojo no se puede conseguir en este bosque. Las pinturas que usa el Rey de la Noche son
especiales, llenas de poder mágico. Por eso son tan bellas, por ese poder."Kuro habló como si
estuviese cantando. "Sin embargo, es difícil conseguir los ingredientes para el rojo."

"¿Difícil? ¿Por qué?", preguntó Mimizuku con interés.

"Mimizuku. ¿Conoces las flores llamadas Renka?"

"¿Renka?"

"También son llamadas las flores del purgatorio, una especie que crece en lo más profundo del bosque. Son de un color rojo carmesí. Sus raíces son extraordinarias y pueden volverse pintura roja."

"Si están en el bosque, ¿por qué no vas y las consigues?", preguntó Mimizuku inclinando la cabeza.

"Porque para los Ieri, su polen es un veneno muy fuerte."

"¿Veneno?"

"Sí, veneno. Además, los Ieri no nos podemos acercar a su hábitat. Los humanos de la ciudad las
venden a los Ieri. Sin embargo, irónicamente, los humanos no pueden entrar al bosque por los Ieri."

Mimizuku pensó en sus palabras y tras un momento de consideración, se levantó y le saltó a Kuro:

"¡Kuro! ¡Ya voy yo! ¡Las conseguiré!"

Parecía que Fukurou quería las flores del purgatorio, aunque no fuese capaz de conseguirlas. Pero

Mimizuku no era un monstruo, así que podía recoger las flores. Podía hacer algo. Sabiendo esto, su corazón brincó.

"¡Voy a recoger Renka!"

Al escuchar esto, Kuro retrocedió ligeramente. Era una de las cosas que los humanos decían que añadía otra arruga a su frente.

"Pero Mimizuku, el hábitat de las Renka es difícil de alcanzar para un humano."

"Sí, está bien. Tú sólo dime dónde está."

Mimizuku estaba a punto de salir corriendo, le dio a Kuro unos pequeños puñetazos con sus pequeños puños como para sacarle la información. Podía hacer algo, algo para el hermoso Rey de la Noche.

Ella jamás había querido hacer nada para otro alguien, a pesar de esto, se sentía preparada para hacer cualquier cosa por el bien de Fukurou.

Mimizuku se secó el sudor con la parte trasera de la mano. Extendiendo sus finos, temblorosos brazos, se agarró a una roca de encima de su cabeza. Según Kuro, sólo pasando este acantilado se hallaba el lugar donde crecían las Renka. Kuro le había dicho que sus endebles brazos no podrían
subir acantilados, pero Mimizuku hizo caso omiso. Empezó a correr sin Kuro, y llegó, sola, a la cuea
donde estaban las Renka.

Puso toda su fuerza en la punta de sus dedos. Se le rompió una uña y empezó rezumar sangre.

Aún así, su delgado, ligero cuerpecito estaba feliz. Al ver formas similares a plantas más allá del
acantilado, se agarró a la roca y se tiro arriba para llegar a la cueva.

Mimizuku se tomó un momento para recuperar el aliente y entonces, continuó hacia adelante.

Al final de la cueva había una grandiosa área abierta donde creían las flores del purgatorio. La luz
se filtraba por las grietas del techo de la cueva, sin embargo, incluso en la más completa oscuridad,
su belleza era inequívoca. El rostro de Mimizuku centelleó por un instante. Se arrodilló frente a las
raíces de las flores.

"¿Está bien, Mimizuku?" preguntó Kuro reservadamente como si estuviese guardando algunas
palabras en su boca. "¿Está bien, Mimizuku? Las flores del purgatorio sn flores de sangre. Se marchitan fácilmente y además su pierden el color rápidamente. Tienes que cogerlas por las raíces
primero, o sino se marchitarán y pudrirán inmediatamente..."

Mimizuku cogió una rama de árbol cercana y empezó a cavar en el suelo.

"Con un puñado ya estará bien," dijo Kuro. "Con sólo eso ya se conseguirá un color rojo intenso"

Al cavar en la tierra seca, las raíces de las Renka empezaron a aparecer. Mimizuku desplumó la delgada y dura hoja de Renka que estaba cerca.

"Esta es la parte más importante."

Cogió el final de la hoja con una mano y la base de ésta con la otra. Aguantando la respiración,

Mimizuku arrancó la hoja de un tirón. Escuchó el sonido de algo cortando la piel de su mano. Fue
un sonido ligero, pero probablemente tan sólo estaba imaginándose cosas.

La hoja cortó la mano de Mimizuku. Sangre roja empezó a brotar y gotear al suelo. Mimizuku se
clavó la uña expandiendo la herida. Empezó a sudar y no, precisamente, de fatiga. Arrugó las sienes.

Limpió la Renka y asió las raíces blancas en su mano manchada de sangre.

"Esta es la parte más importante. Para evitar que la Renka se marchite por el camino, necesitas sangre roja carmesí. Mimisuku, tienes que cortarte para que la Renka absorba tu sangre. ¿Puedes hacerlo?" Le preguntó Kuro.

"¡Por supuesto!", respondió ella.

La flor pareció volverse más roja y llena de vida al succionar la sangre de Mimizuku. Al verlo,

Mimizuku se sintió feliz y sostuvo la Renka con estima. Kuro había dicho que las raíces estaban bien, pero de hecho, la flor entera parecía mucho más bella.

"¿No te vas a llevar un cuchillo?", le preguntó Kuro a Mimizuku antes de partir. Esa hubiese sido la
forma más sencilla de completar su misión, sin embargo, Mimizuku negó con la cabeza.

"Odio los cuchillos."

Con un pequeño y corto suspiro, Mimizuku se levantó. Se tambaleó un poco pero llegó a la conclusión que mientras tuviese la Renka, estaba bien. Estaba más tranquila que cuando se había marchado.

Con cuidado, descendió el acantilado. Esta vez era más difícil ya que una de sus manos estaba ocupada. Su atención estaba completamente concentrada en la Renka, y mientras bajaba, una roca bajo sus pies cedió.

Cayó al suelo o eso pensaba que pasaría, pero en su lugar, escuchó un fuerte ruido sordo.

Dejó escapar un grito al sentir un afilado dolor en los hombros y muñecas. Se sintió levitar en el aire.

Más que caer, se quedó colgada de una rama por la cadena en sus brazos. El dolor parecía demasiado lejano como para notarlo.

Sin embargo, Mimizuku apretó los dientes y reafirmó el agarre de su entrega especial. La sangre de sus manos goteaba bajando por su brazo a su cuerpo cubierto de heridas. Mimizuku siguió ignorando el dolor. Agitaba las piernas buscando un lugar donde poner los pies y recuperar la consciencia de los alrededores. Encontró un lugar para aterrizar y aflojó su cadena de la rama.

Cuando miró sus muñecas, estaban completamente rojas por la sangre.

Se rio alegremente. Supongo que mientras consiga bajar el acantilado...

Empezó a bajar por el camino por el que había venido, pero de repente, la venció una sensación misteriosa.

Qué extraño...

Caminó por las ramas y la hierba. Todo para llevarle la flor a Fukurou.

Es como... Si quisiera vivir...

Avanzó por una espesura donde los rayos del sol no podían penetrar, y salió cerca de un pequeño rio.

Sin embargo, de repente, paró de andar.

Escondido en la sombra de los árboles, vio una sombra. No parecía la de un monstruo. Era un humano. Era imposible confundirse.

Mimizuku se acercó. Era un hombre regordete y bajo con el pelo blanco. Llevaba un arco colgado de su espalda y miraba un mapa con mirada temerosa.

"¿Qué haces?", gritó Mimizuku. El hombre paró en seco.

"¡Guaaa! ¡E-Estoy perdido! ¡Te lo ruego, créeme! ¡Por favor, sálvame...!" dijo él en cuclillas por el terror.

Mimizuku le observó con la mirada vacía. Le volvió a llamar.

"¡Hey! ¿Estás bien?", simplemente dijo ella. El hombre levantó la cabeza con timidez.

"¿U-Una n-niña...?!

Él parpadeó varias veces y observó a Mimizuku que se había dejado ver.

"¿Te has perdido, abuelo? Si sigues este rio, no te encontrarás con ningún monstruo a estas horas.

Pero quieres irte, ¿no? Mmm.... Dame un segundo, ¿vale?"

Pensó durante un momento y sacó el estambre de la Renka. Tenía que aferrarse a la flor hasta llevársela a Fukurou, pero incluso si se la llevaba, ésta esparciría su polen y no quería hacer enfermar a Fukurou.

"¡Vale, toma esto!"

Cogió la mano del hombre. Había un poco de sangre en su mano pero el hombre la cogió a pesar de mirar, evidentemente, confundido la apariencia sangrienta de Mimizuku.

"Con esto los monstruos no se te acercarán, siempre que te aferres a esto estarás bien. ¡Pero asegúrate de irte antes de que se seque y cambie de color! Bien pues, ¡qué te vaya bien!", dijo ella.

"¿Y tú...?", preguntó el anciano atónito.

"¿Mmm? ¡Soy Mimizuku!" respondió ella, sin entender la pregunta de aquel hombre. Él sacudió la
cabeza.

"N-no me refiero a eso. ¿No vendrás conmigo? No puedes quedarte aquí sola, ¿no?" El hombre miro de arriba a abajo a Mimizuku con lástima. Mimizuku no comprendía el significado de esa mirada.

"¿Yo?", respondió. Parpadeó unas cuantas veces y entonces se rio. "¡No puedo irme! Tengo que

llevarle esta flor a Fukurou. Bueno, ¡nos vemos!"

Decir esas palabras le recordó su propósito. Mimizuku se giró, sin prestarle al anciano la más mínima atención. Llena de energía volvió al bosque. Con el tiempo se redujo a un simple punto en la distancia. El anciano observó al flor manchada de sangre en su mano. Tuvo el fuerte impulso de seguir a la niña, pero se rindió y siguió el camino que Mimizuku le había explicado.

"Tengo que contárselo... Tengo que contárselo al Caballero Sagrado", musitó.

Mientras corría a la mansión, de repente Mimizuku se paró. Una figura oscura con alas oscuras
estaba de pie, mirando el lago. Mimizuku agitó la cabeza varias veces para asegurarse de que no
eran visiones.

"¡Fukurou!", gritó ruidosamente, la sombra oscura se giró lentamente.

Ella corrió hasta él, sin embargo, no pudo acercarse lo suficiente como para tocarle. El aire alrededor de Fukurou la paró de hacer algo así. "¡Fukurou, toma!"

Mimizuku extendió sus manos ensangrentadas. Enseñando la Renka a Fukurou. Fukurou miró la
flor con sus ojos de luna. En las manos ensangrentadas y llenas de barro de Mimizuku había, sin
lugar a dudas, un fuerte rojo carmesí. Finalmente abrió la boca para hablar.

"¿Qué quieres a cambio?", preguntó con un tono profundo y bajo. Los ojos sanpaku de Mimizuku
engrandecieron como platos, estaba sorprendida. No había pensado en qué pedir.

Podría pedirle que se la comiera otra vez. Kuro le había dicho que era inútil pero quizás, podría volver a probarlo.

¿Por qué le he traído la flor?, pensaba Mimizuku. No le importaba derrochar su sangre y aguantar
el dolor. Y también había pensado que no quería morir. Si quería llevarle la flor, no podía morir.

Jamás había pensado en hacer algo por alguien. Finalmente, pensó algo que podía pedir y sonrió.

"Elogiame."

Cualquier cosa estaría bien. Jamás había pensado en hacer algo por alguien más, pero había querido llevarle la flor a Fukurou por sí misma. En toda su vida, jamás había sido elogiada por nada.

Normalmente, después de terminar un trabajo solían pegarle o regañarla. Nunca había hecho nada para que la alabaran pero había pensado que sería maravilloso si lo hicieran. Nadie en el pueblo le había dicho nada ligeramente amable. Jamás consideró la oportunidad de que la elogiarán cuando estaba en el pueblo pero ahora, Mimizuku quería que Fukurou la alabara.

Fukurou no respondió. Apretó los ojos y cogió la Renka. Sin mirarla a los ojos, movió los labios.

Mientras lo hacía, se podía sentir vibrar el aire. Entre Fukurou y Mimizuku apareció una pequeña
figura, era Kuro.

"Mi señor."

Kuro aleteó hasta la cabeza de Mimizuku y se arrodilló ante Fukurou. Incluso desde la cabeza de
ella, los ojos de Kuro y Fukurou no se encontraron.



"¡Es Kuro!", dijo Mimizuku conmoviendo la atmosfera. Mimizuku sintió a Kuro caminando por su
cabeza.

"Me alegro que hayas vuelto, Mimizuku," dijo él en voz baja de modo que sólo ella podía oírle. Con
esas palabras, Mimizuku se sintió extremadamente feliz, y empezó a reír despreocupadamente.

Fukurou se giró hacia Kuro.

"Haz la pintura, prepara el fuego." ordenó.

Kuro estaba apunto de decir algo cuando Mimizuku erguió pecho.

"¡Sí, señor! ¡Lo haré! ¡Prepararé los fuegos!" dijo ella con los ojos brillando. Dio un paso hacia

Fukurou, sin embargo, de repente perdió la fuerza y cayó de rodillas.

Sin poder respirar cayó al suelo. Incapaz de extender los brazos a tiempo, cayó sobre sus hombros,
acabando boca arriba. Se empezó a sentir mareada y su visión era cada vez más borrosa. La conciencia de Mimizuku desapareció en la oscuridad. Kuro, que había estado todo el rato en la
cabeza de ella, aleteó y aterrizó al lado de la niña.

"La tonta... Es normal que sufra pérdida de sangre."

Kuro empezó a tirar la mano que se había quedado debajo de ella, pero de repente paró y miró maliciosamente a su rey.

"¿Cómo prefiere el fuego, su alteza?"

Fukurou observó a su subordinado y exhaló pesadamente.

"Olvídalo.", escupió. Empezó a irse pero Kuro siguió discutiendo.

"¡Rey! Voy a volverle a llevar esta niña cuando despierte, o si así lo prefiero, puedo pararle la respiración y matarla inmediatamente!" Kuro gritó con la voz rota. Fukurou le miró.

"Haz lo que quieras." con un sólo aleteo de sus alas, desapareció en la oscuridad. Kuro se giró hacia Mimizuku y acarició su mano izquierda con su ala. Conjuró una llama azulada.

"Deberías tener más cuidado, Mimizuku." suspiró con la voz rota de nuevo a la niña, que no pudo escucharle. "Te han vuelto a dejar escapar"

Los últimos atisbos de luz se disolvieron y la noche empezó a amortajar el bosque de nuevo.

La gran puerta de roble daba la sensación de ser muy antigua cuando se abría y la campana enganchada en ésta sonaba mientras lo hacía.

"¡Bienvenido!", gritó el barista, más por la campana que por el cliente. Sin embargo, cuando vio quién había entrado, alzó la ceja. "Vaya, ¡ha vuelto a venir, Señor Caballero!", gritó el barista haciendo que todo el mundo se volviera hacia la puerta.

"Hey.", el joven hombre en la puerta levantó el dedo índice y sonrió, haciendo que el bar entero estallase en nerviosismo.

El sonido de la guasa de los hombres saltaba alrededor del bar.

"Cuánto tiempo desde que nos visitaste, Señor Caballero."

"¡Hey, Andy! ¿Dónde está ese juego de póker que me prometiste el otro día?"

"Dejando a tu esposa para jugar otra vez, ¡eh!"

"Estoy quemado por la vida civil, sabes."

"¡Hey, hey! ¡Deja esa cháchara en casa!"

En un abrir y cerrar de ojos, el bar se llenó de risas. La atmósfera había dado un giro con la mera entrada de aquel joven hombre. Recibió fervorosos saludos de cada uno, y se sentó en su lugar habitual. Dando un gira, la barista sacó la tetera.

"¿Lo de siempre?"

El joven sonrió.

"Sí, por favor," afirmó. Un cliente habitual se sentó a su lado y empezó a hablarle.

"¿Qué pasa contigo, Caballero Sagrado? ¿Otra vez té verde? Este no es un sitio donde los niños y las jovencitas vengan a jugar, sabes."

"Ya, ya, lo sé."

El Caballero Sagrado se rio mientras continuaba con lo de siempre.

"Mi mujer dice que soy un tiquismiquis cuando hace la comida así que me deja gastarme el dinero aquí."

"¡Jajaja! ¡Sí que parece algo que diría esa mujer tuya!"

El borracho de repente estalló en vívidas carcajadas.

"Y, por cierto, no es que odie el alcohol. Es que las cosas son más interesantes cuando no bebes.

Por eso prefiero el moderado y barato té verde."

"Oh, sabes que me da igual." La barista posicionó la tetera llena de té verde en la esquina delante  del Duque Ann.

"¡Si queremos clientela sólo tenemos que llamar al Caballero Sagrado! Toma, estás hojas de té son una comanda especial que acaban de llegar de Gardalsia."

Este bar era un lugar común, dirigido por gente humilde. Aunque el Duque Ann era el único en el país que había conseguido el distintivo de "Caballero Sagrado", en vez de visitar lugares que
combinasen mejor con su linaje, prefería ir a sitios donde la gente le llamasen "Señor Caballero",
nombre que prefería a su título. Hace años, era simplemente el "hijo pequeño de la familia MacValen". Sacó la espada de su vaina y aunque era el elegido de la espada para ser el Caballero
Sagrado, salía con sus viejos amigos que le llamaban "Andy".

El Duque Ann siempre iba a ese bar, pedía té de hierbas y conversaba. Aquí, podía criticar al rey o
gritar de alegría. O, podía escuchar el resto de cotilleos que pasaban e palacio. Ya que el bar
también era una posada, pasaban muchos viajeros y eso le servía como una ventana al mundo.

En un lugar así, el Duque Ann, intervenía con conversaciones normales y se ponía en contacto con
los verdaderos sentimientos de las gentes. Jamás juzgaba a nadie decepcionado con el rey. Las
palabras de la gente fuera del castillo eran importantes, después de todo, eran la gente del país.

"Por cierto, ¿has escuchado la historia, Señor Caballero?"

Por ejemplo, la barista le daría historias e información de este modo.

"¿Qué historia?"

"¡Sobre lo que pasa en el Bosque de la Noche, al sur! Sobre un rey demonio que vive ahí."

El Duque Ann alzó la ceja, invitando a la barista a proseguir.

"Por lo que he oído, parece ser que un cazador estúpido se perdió en el Bosque de la Noche por
deambular demasiado cerca."

"¿Se perdió? ¿Y volvió con vida?", preguntó el Duque. Habían incontables monstruos merodeando por el bosque, y ningún cazador había salido vivo de allí hasta ahora.

"¡Sí! Pudo volver y todo, ese cazador aseguró que le había ayudado una niña en el bosque."



"¿Una chica?"

"¡Sí! Era prácticamente todo huesos. Probablemente también ha sido capturada por el rey demonio, porque parece ser que tenía cadenas en las muñecas y los tobillos, y estaba en una condición desastrosa."

El interés del Duque Ann en esta historia se mostraba por toda su cara.

"¿Y qué le pasó?"

"¡Simplemente, ayudó al cazador y desapareció en el bosque! ¡Así es como va!"

"¿Y cuán creíble es esta historia?", preguntó el duque.

"Bueno," interrumpió el hombre detrás de él, "ese cazador dice que cuando llegó a casa corrió al templo a decírselo a todo el mundo."

El Duque Ann frunció el ceño y apoyó el dedo en sus labios, indicando que estaba cavilando
profundamente.

"El mundo es peligroso, ¿cierto? La pobre niña debe sentirse muy sola, y llevar grilletes de esa forma... Antes decían que el rey demonio se los comería si se portaban mal, pero ese tipo de cosa es peor que te coman. Ese tipo de cosa es completamente horrible."

Era fácil simpatizar con él, la barista ya tenía lágrimas en los ojos.

"Qué extraño..." musitó el duque mirando a la barista.

Si corrió al templo como dice, entonces la posibilidad de que esta historia sea verídica es alta, el hombre a su lado no tenía ningún tipo de relación con el templo...

El Caballero tenía la sensación que la gente estaba exagerando la historia.

"...No puede ser... Ese tanuki blanco..."

"¿Qué pasa con un tanuki, señor Caballero?" pregunto la barista.

Él sonrió.

"No te preocupes. Sólo estaba pensando en voz alta."

Entonces dejó una moneda de plata en la barra y se levantó.

"¿Qué pasa? Aún no te has tomado ni la segunda taza."

"Sí, acabo de acordarme de una cosa que tengo que hacer con urgencia."

Se giró de cara a los hombres del bar.

"¿Alguno sabe el nombre del cazador que se perdió en el bosque?"

Todos los hombres se callaron durante un momento y le miraron. Tras un instante, una voz de una
mesa cercana se alzó.

"Es ese viejo, Shiira, que vive a las afueras del pueblo, ¿no?"

El Duque Ann le dejó con un "gracias" y avanzó hacia la entrada.

"¡Gracias por la bebida!", le grito´ a la barista.

La barista le ofreció una expresión incómoda.

"Caballero Sagrado, harás lo que haga falta para salvar a esa niña, ¿eh?"

El Duque Ann no dijo nada; simplemente sonrió y asintió. Entonces salió del bar, haciendo que la
puerta produjese el mismo sonido de cuando entró.

La luna era hermosa. Mimizuku suspiró y fue al lago. La localización de Fukurou era indistinta, pero

Mimizuku sabía dónde estaba. Fukurou había estado mirando el lago desde el mismo árbol de la noche anterior. Probablemente sigue mirando el reflejo de la luna otra vez, pensó Mimizuku.

Mimizuku, al principio, observó a Fukurou un rato, pero entonces sus ojos brillaron como si
hubiese recordado algo, y empezó a trepar al árbol al lado del de Fukurou. El tronco era grueso y
desigual pero la forma de éste era buena. Así que Mimizuku lo escaló sin problemas.

Gracias a Kuro, había perdido casi todo el tacto de la palma de su mano izquierda. La piel parecía
rígida, pero no era ninguna desventaja. Mimizuku estaba orgullosa de la cicatriz de su mano.

Se dirigió a la cima del árbol y se subió a la rama al lado de Fukurou. Sus grilletes sonaron todo el
rato, su afilado sonido atravesaba la silenciosa quietud e la noche.

"¿...No te molestan?"

La repentina voz cogió a Mimizuku desprevenida, provocando que su pie se deslizara y que ella
soltase un chillido.

Recuperó la postura en un momento, y se sentó en la rama. Deseaba acercarse más a Fukurou.

Pero Fukurou no se movió lo más mínimo hacia Mimizuku. Se quedó ahí sentado, mirando el agua
todo el rato. Sin embargo, ahora acababa de oír la voz de Fukurou. No había duda sobre ello, había
empezado una conversación con ella.

"Eh... Yo, mmm..."

Mimizuku estaba nerviosa mientras buscaba las palabras correctas. Él probablemente hablaba de sus grilletes. Después de todo, eran muy ruidosos.

"Supongo que no los odio"

Mimizuku alzó las cadenas, y éstas sonaron como era habitual.

"Creo que el ruidito que hace es bello. Supongo que lo aguanto, no lo odio."

Mimizuku había tenido esos grilletes durante mucho tiempo. Habían sido soldados en ella cuando era muy pequeña, y no tenían cerradura. Desde entonces, el hueso alrededor de las áreas cerradas había crecido, y ella tuvo la suerte de que ni sus muñecas ni sus tobillos habían crecido más. Si lo hubiesen hecho, sus manos y pies se habrían caído, seguramente.

Fukurou, ni siquiera la miraba.

Aún así, Mimizuku estaba tan feliz que rio. Si miraba la cara de él desde este lado, pensaba que se
parecía a la de un humano. Ella creía que todos los monstruos se parecían a Kuro.

"Fukurou..., dijo ella en una voz tan baja que pareció unirse al silencio de la noche. "¿Por qué odias a los humanos?"

A su pregunta le siguio´un largo silencio, mientras ella recorría con sus manos las cadenas, esperó por su respuesta.

"Porque son feos."

Su respuesta fue súbita y atada a su acostumbrada hostilidad. La profunda voz sacudió los oídos de
la niña. Mimizuku miro hacia arriba, abriendo la boca.

"¿Feos? Si vas a una ciudad grande, estoy segura que verás gente bonita."

Aunque ella tampoco había estado en ninguna, tampoco había hablado así sobre humanos. Se preguntó si había algunos. Estaría bien que hubiese gente bonita, amable... en algún lugar de este
mundo, pensó.

"No hablo de su apariencia. Sus almas son feas."

"¿Almas? ¿Qué es eso?"


"Lo que está dentro del cuerpo."

"Pero, ¿lo que hay dentro no es sólo sangre, la comida que has masticado y unas cuantas cosas blandas?", su comentario le ganó una mirada de desdén de Fukurou.

No había nada que pudiese hacer sobre ello, así que pensó durante un rato. Ya que era raro que

Fukurou hablase con ella, quería hacerlo durar lo máximo posible, como si hablar con él la hiciese
feliz.

"¿Está dentro de tu corazón? ¿Algo así?"

"Algo así."

"¡Oh! ¿Dices que sus corazones son feos? Hay muchas cosas que yo odio también, sabes. Jeje.

Como esos que me decían que se sentían sucios sólo con mirarme. ¡Me pegaron muchas veces!

Decían que el ganado no podía usar palabras humanas. ¡Era tan raro...! Aunque era ganado, podía
hablar como el resto de humanos."

Mimizuku rio. Fukurou la miró como si fuera algo verdaderamente sucio. Sin embargo, Mimizuku no creía que fuera una mirada de odio. Aunque la gente en el pueblo estaba sucios, la miraban como si ella lo fuera todavía más. Pero Fukurou, era mucho más bello que los humanos, así que

Mimizuku pensó que era normal que él la viese como algo sucio.

Soy sucia, pero aquí estoy, sentada al lado del hermoso Fukurou, pensaba.

"Jeje. Hey, Fukurou." sonrió. "Ahora mismo soy muy feliz."

Fukurou entrecerró los ojos como si no pudiese entenderla.

"... Tú, chica que nombra bestias.", habló

"¡¿Sí?!" Respondió Mimizuku, hinchando el pecho. Fukurou ignoró su respuesta.

"¿Qué son esos números en tu frente?"

Eso era algo que Kuro ya le había preguntado antes, sonrió y le respondió.

"¡Están hechos de hierro!"

No recordaba lo que le había dicho a Kuro, así que su respuesta fue ligeramente distinta.

"Verás, son como los que le ponen a las cabras y las vacas. Estaba con ellas. Quemaba y me sentía
confundida. El hierro estaba tan caliente que era de color rojo. No recuerdo nada después de eso,
porque me caí..." Recordó ella entre risa.

Fukurou no habló, pero extendió la mano hacia Mimizuku. Sus garras eran de un azul intenso, tanto, que podían confundirse por negro. El corazón de ella empezó a latir con fuerza. Él ya había hecho algo así antes, pero esta vez era diferente.

Su dedo tocó su frente.

¿Me va a comer?, pensó Mimizuku mientras cerraba los ojos.

Si se la iba a comer, esperaba que no doliese. No como el hierro, que fue incómodamente caliente.

El dedo de Fukurou estaba frío, sin embargo, podía sentir la cálidez que quedó cuando retiró el dedo.

Tras un largo rato, Fukurou apartó su garra. No se comió a Mimizuku.

Mimizuku abrió los ojos. La luna brillaba y Mimizuku empezó a sentirse rara como si una campana
estuviese sonando en su cabeza. Empezó a sentirse sedienta. Sintió un dolor ardiente y un hormigueo en alguna parte.

Se rio. Deseaba que todo pudiese mejorar con la risa.

"En vez de esos antiestéticos números, menos podría ser mejor." Dijo Fukurou, entrecerrando los ojos.

"¿Eh?"

Sus palabras le dieron a Mimizuku una idea, y empezó a descender del árbol y corrió al lago. Su pie se enredó mientras lo hacía, pero miró adelante, al lago, para no perder el equilibrio.

Cayó al lago. Con un gran chapoteo, las ondas empezaron a radiar por el lago. El lago, poco profundo, sólo llegaba hasta su espalda. Miró a su propio reflejó en la superficie del agua. Los
números en su frente se habían vuelto un misterioso diseño.

Es hermoso.

Se parecían a los tatuajes del cuerpo de Fukurou, y brillaba bajo la luz de la luna. Por primera vez desde que había nacido, Mimizuku pensó que era hermosa.

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