miércoles, 11 de abril de 2018

Mimizuku to yoru no ou 4



"Voy a buscar cosas bonitas", pensó Mimizuku.

Flores hermosas, hojas y piedras suaves y cristalinas. Ramas elegantemente enredadas y bolas de savia. Mientras era de día, Mimizuku se adentró en el bosque a buscar este tipo de cosas, y cuando el sol empezó a marcharse, volvió a la mansión de Fukurou.

Lentamente, abrió la puerta de la mansión. La segunda vez que abría la puerta llevaba una hermosa flor amarilla en la mano. Fukurou no hizo ningún esfuerzo por echar a Mimizuku, así que, como si de un peaje se tratase, Mimizuku siempre le llevaba algo bello a Fukurou.

El bosque estaba a rebosar de cosas preciosas.

La luz sobresalía de la puerta de la habitación de Fukurou. Cuando Mimizuku la abrió, se encontró con la espalda de Fukurou. Caminó cuidadosa de no hacer ruido, pero sus grilletes hacían un horrible estruendo. Se sentó al lado de Fukurou.

Sosteniendo una pequeña flor lila en la mano, miró a Fukurou. Este se levantó ante un gran lienzo.

Pintó con azules, verdes y del profundo rojo de Renka. Fukurou repartía la pintura por el lienzo con sus brillantes garras. Parecía como si estuviese aplicandole capas de luz, pero, poco a poco éstas se convergían en el cuadro.

Mimizuku suspiró ante tal escena fantástica. De repente, se dio cuenta que no encajaba en un lugar así.

Fukurou es bello, sus dibujos son bellos... La habitación es bella, pensaba. La habitación estaba decorada con todo lo hermoso que Mimizuku había reunido, y emitían un sentimiento de liberta, como si bailasen alrededor del cuarto.

Pero... ¿Por qué estoy aquí?, bajó la cabeza.

"¿Por qué no me comes?"

Las palabras salieron en conexión con sus pensamientos. Fukurou no la miró, sin embargo, tras un largo silencio, cuando Mimizuku ya había olvidado lo dicho, de repente, abrió la boca.

"Niña que nombra bestias."

"¿Sí...?" respondió ella mansamente. Fukurou miró arriba, no a Mimizuku y simplemente preguntó:

"¿Por qué quieres que te coma? ¿Por qué deseas que un monstruo te coma?"

Mimizuku parpadeó perpleja.

No había pensado de la razón, sin embargo, Mimizuku podía responder. Siempre había sabido la respuesta en lo más profundo de su inconsciente.

"Porque no quiero morir."

Fukurou no dijo nada, fue como si le hubieran apuñalado. Como Fukurou no hablaba, Mimizuku, arriesgando su vida empezó a enlazar palabras:

"Sabes, odio usar cuchillos..."

"...Habla de forma que pueda entenderte," gruñó él toscamente.

Mimizuku sonrió.

"De acuerdo, te diré el porqué. Solía hacer muchos tipos de trabajos distintos, pero el peor, el más sucio, el más doloroso, oh, no me gusta ni pensar en ello, lo que más odiaba era juzgar a la gente."

"¿Juzgar?"

"Sí" Mimizuku rió un poco y asintió. Los bellos ojos de Fukurou se dirigieron hacia a ella, así que era normal que ella riése. Continuó riendo.

"Los muertos, aunque fueran asesinados por los pueblerinos, yo era quien tenía que cortarles el estómago poco a poco, y entonces meter la mano en los blandos interiores para sacarles el corazón. Decían que se vendían por precios altos. Era un trabajo que sólo yo hacía. Una mujer del pueblo me dijo que yo iría bien para eso, pero no creo que fuera así para nada. Aún así, si decía algo me pegaban. Cuando cojo un cuchillo, recuerdo ese trabajo por eso ya no cojo cuchillos.

Aunque los laves en el río, el olor de sangre y vísceras no se va. La peor parte es enseñárselo alguien vivo, porque saben que los vas a apuñalar. Siempre me imaginaba cómo debían sentirse.

Recuerdo que apestaban. Pero me acostumbré a ello, aunque no quería volverme como esas personas. Si te comen, siempre serás hermoso, ¿no? Y entonces," continuó Mimizuku, pero

Fukurou de repente le tapó la boca. Ella soltó una exclamación de sorpresa como respuesta.

Fukurou le cerró la boca fuertemente, y su cara tenía una expresión indescifrable, cercana al odio o al disgusto.

"Ya basta. Cállate."

Mimizuku se rió espasmicamente y entonces terminó con un ataque de risa. Fukurou la soltó y se giró hacia su lienzo. Y a ese instante le siguió un largo silencio.

"¿Por qué?", preguntó de repente Fukurou.

Mimizuku inclinó la cabeza y miró a Fukurou desde atrás. Los ojos de él la miraban directamente.

"¿Por qué? ¿Por qué no huiste de ese tipo de maltrato?"

Mimizuku parpadeó varias veces, sus pestañas temblaron secamente. Abrió la boca para hablar, pero se quedó como si hubiese olvidado lo que iba a decir. ¿Qué podía decir? ¿Que las razones por las que no podía abandonar el pueblo era porque le pegaban, golpeaban y oprimían...?

"No lo sé. No sé porqué. Lo odiaba y a veces era doloroso y difícil. Una persona se ofreció a ayudarme pero, no sé." Cuando se paró a pensarlo, era realmente extraño. Inclinó la cabeza. "¿Por qué...? No intenté escapar ni una sola vez..."

Era porque eso era su vida. Ese tipo de rutina era lo normal para ella. Al ser lo normal, sentía que no había escapatoria. Aunque aceptó ese tipo de trato, jamás creyó que algún día terminaría.

"¿Entonces, por qué estás aquí?"preguntó Fukurou que ya había vuelto a su pintura sobra la cual pasaba sus garras.

"Mmm... Bueno, supongo..." Mimizuku sabía la respuesta de ésta. Sabía la razón por la que había abandonado el pueblo. "Me dí cuenta que estaba harta." Dijo Mimizuku sonriendo ampliamente.

Se dejó caer sobre el frío suelo y cerró los párpados como para dormir, sin embargo, empezó a hablar como si estuviese cantando.

"Mimizuku dormía en el establo de los caballos. Se escondía en el heno y el señor caballo siempre estaba ocupado, siempre hacía ruidos porque la gente le enfadaba. ¡Escuché que todos habían

cambiado!"

Las mezquinas peleas entre ladrones siempre eran por el territorio. Las zanjas crecieron más y más, hasta que eran comparables al mar y con el tiempo, los ladrones asaltaron su propio pueblo.

Mimizuku no entendió que había pasado. Gritos y llantos apuñalaban sus oídos, y el sonido de las llamas crepitando se podía escuchar por todos lados. Y entonces, llegó la fuerte esencia de la sangre.

No mucho después, hombres con katanas entraron a la fuerza al establo. Con sus enormes manos, arrastraron a Mimizuku, que se había hecho un ovillo en el heno y se había cubierto las orejas, afuera.

"Tengo a Mimizu. Hey, tú, el de pelo rojo, no tiene heridas en las mejillas, llévatela."

Por alguna razón, esas eran las únicas palabras que recordaba. En ese momento sus pensamientos pararon y no sentía ni dolor ni angustia. La escena parecía lejana como si la hubieran quemado.

"Una esclava, eh. Eso es lo que él ha dicho."

Entonces, el hombre sonrió. Tenía sus cabellos del color de la sangre de punta. Mostró casi una mueca de repulsión.

"Interesante...", dijo. Ella no entendió a que se refería con eso, pero fuera lo que fuera, ya lo había dicho. La cabeza de Mimizuku se inclinó hacia adelante.

"Interesante.", el pelirrojo sonrió y se llevó a Mimizuku con él. La mente de Mimizuku estaba completamente quieta, se había parado de verdad, no pensaba en nada. Sin embargo, Mimizuku se había llevado un cuchillo del almiar. El cuchillo que siempre usaba para cortar los cadáveres.

Sintió como que había gritado, como que algo se había sacudido en su garganta, pero no recordaba nada. No podía recordar su voz ni siquiera si lo que gritaba eran palabras.

"Le apuñalé, sí."

Al igual que hizo con los cadáveres, cavó en el abdomen de aquel hombre con todas sus fuerzas.

Usando el centro como palanca, le cortó el cuerpo entero. Un grito como una tela siendo rasgada se alzó. Era la voz del hombre. La sangre de su cuerpo era mucho más viva y fresca que la de los emohecidos cadáveres. Le salpicó la cara y entró en sus ojos.

Su visión se volvió borrosa.

"Era la primera vez que apuñalaba a una persona viva. El hombre se cayó después de eso. Sí, se murió." rió Mimizuku. "Se murió, definitivamente Mimizuku lo mató."

Mientras contaba la historia, gotas de sudor empezaron a gotearle de la frente. No era cálido, sino extraño. Tenía mucho frío, y sus dedos empezaron a temblar. Sin embargo, lo que había hecho en aquel entonces había sido distinto, y Mimizuku no comprendía el significado de sus propias acciones. Le habían obligado a hacer eso muchas veces, había abierto cadáveres muchas veces.

"Ahí es cuando pensé que estaba harta. Estaba muy harta, estaba muy cansada..."Recordó casualmente. Estaba cansada. Nunca antes había estado cansada, se rindió con todo. Y entonces, recordó una historia que había escuchado hacía tiempo. Lejos, al este, había un lugar llamado "El bosque de la noche" donde vivían muchos monstruos. Se decía que si a alguien se lo comían los monstruos, éste no dejaba rastro.

"Así que caminé hasta aquí."

Se sentía como si le hubieran dado un golpe en la cabeza. Empezaba a marearse. Mimizuku se puso en pie lentamente y se acercó a Fukurou mirándole a la cara. Cuando miraba los ojos de luna se sentía descansada. Fukurou no la alejó, simplemente frunció el ceño desagradablemente.

Entonces abrió su gran boca.

"¿Todavía quieres que te coma, niña que nombra bestias?"

Mimizuku se preguntó por qué le preguntaba algo tan obvio. Había dicho muchas veces que quería que Fukurou se la comiera y así desaparecer sin dejar rastro. Eso es lo que siempre había deseado.

Abrió la boca para decírlo. No dudó y las palabras se prepararon para sali, pero sus delgados labios secos no podían aguantar más habladuría. Abrió y cerró la boca como un pez en un lago. Mimizuku no entendía porque no podía decírlo. Empezó a recorrerse los labios con el dedo de forma extraña. Quería decir: "Cómeme". Parecía que si lo decía en ese instante, Fukurou se la comería. Si lo deseaba de verdad, era su oportunidad. Su deseo, su esperanza. Lo que quería.

"Yo... Eh... Fukurou..."

Se perdió en sus pensamientos, si no podía decir lo que quería decir, entonces no había alternativa. Mimizuku prosiguió: "¿Puedo dormir aquí?"

En esa hermosa habitación, rodeada de las pinturas de Fukurou... Mimizuku pensó que sería maravilloso dormir allí. Fukurou pareció no prestarle atención a su petición, y simplemente volvió a su pintura. Aún así, no se negó y Mimizuku se puso extremadamente feliz. Como si le hubiese dicho que hiciera lo que quisiera. Mimizuku se hizo un ovillo a los pies de Fukurou, y entonces, tranquilamente se durmió en silencio.

Fukurou la miró durante una milésima de segundo y entonces volvió a pasar sus garras por el lienzo, pintando.

La puerta a la oficina del rey se abrió completamente y una figura humana entró y se hundió en el sofá. El rey miró sus documentos y alzó una ceja.

"¿Dónde ha ido la caballería de los viejos caballeros?"

"Quizás al otro lado de esa estrella," dijo el duque Ann indiferente como si hablase desde dentro del sofá.

"Dios mío. ¡Qué improvisado!"

"¿Qué quieres decir?"

Ni siquiera un poco sorprendido por la regunta del rey, el duque Ann brotó del sofá y se giró hacia el rey.

"¿Las preparaciones para la subyugación del rey demonio están yendo bien?"

El rey respondió con un silencio y el duque Ann empezó a hablar con una expresión seria.

"La población está de acuerdo con aniquilar al Rey Demonio. Hasta ahora no ha hecho ningún daño, sólo se usa para asustar a los niños. Las gentes están simpatizando con la niña que ha encerrado y ahora se dice que la Brigada Magica también está haciendo sus preparaciones."

El Caballero Sagrado no sabía nada de ello pues pertenecía a la tropa de los Caballeros pero no era el líder. No poseía ninguna autoridad política y sus habilidades tan sólo se usaban para la lucha. Él mismo había escogido este tipo de vida, trabajando poco y quedándose en casa.

"Así es. Tú, el Caballero Sagrado, estás a cargo de penetrar a guardia de avance." dijo el rey en tono relajado. El rey, entonces, levantó la cara. "¿Qué vas a hacer?"

Mirándole directamente a los ojos, el duque Ann permaneció en silencio durante unos instantes.

"...Al pueblo le parece que vamos a salvar a esa chica, pero, ¿cuál es la verdadera razón por la que se busca subyugar al rey Demonio?" preguntó el duque Ann en voz baja.

"Por el bien de esta patria." respondió el rey desviando la mirada. El Duque Ann sabía perfectamente a qué se refería. El rey actual era un monarca excelente. Su país había sido conquistado muchas veces y en una sola generación lo había vuelto a construir. Usando las fuertes tradiciones magicas del país, creó la Brigada Magica que se volvió su ejército. Hizo prosperar la agricultura y el comercio y le dio poder al país.

Tras cientos de años, la legendaria Espada Sagrada escogió a un nuevo dueño y este "Caballero Sagrado" se convirtió en el símbolo de la independencia del reino del Arco Rojo. Sin embargo, faltaba algo... Venciendo al Rey Demonio ganarían muchas cosas.

El duque Ann entendía la predicción del rey. Habían pasado diez ños desde que había sido escogido Caballero Sagrado. Para Ann, que había perdido a su padre a temprana edad, el reino era como un padre, un compañero y un amigo. Jamás había desenvainado la espada para él mismo.

Fueran o no humanos sus enemigos, el duque Ann jamás mató innecesariamente. No trataba su espada como una mera decoración pues entendía que en el momento que la sacara desaparecería una vida.

"Si es así... iré." A pesar de ello, se encogió de hombros ligeramente y con expresión turbada, sonrió. "Mi mujer no se alegrará. Dirá algo así como: Si no puedes salvar a esa niña, ¿no deberías dejar de ser el Caballero Sagrado?" Ann había entendido que esta también era una victoria para el rey de algún modo. Ni siquiera el protector Caballero Sagrado podía contra su mujer. El rey lo sabía a la perfección.

"Quizás Orietta debería unirse también a las filas." La cara del rey se iluminó ante tal idea.

"La mujer del Caballero Sagrado subiría la moral a la brigada Magica más que nada. Con la magia del templo..."

"Su majestad." interrumpió el duque al rey sonriendo. "Te lo diré antes que sea demasiado tarde" dijo restándole importancia aunque habló de esa forma su voz era más baja que lo normal. El rey tomó una bocanada de aire por ningún motivo en particular. "Lo que hagas con el Caballero Sagrado es cosa tuya. Puedes usarme como encanto o puedes enviarme al campo de batalla, siempre que la lucha sea por una buena razón," Desde ese momento la sonrisa del duque desapareció. "Sin embargo, si haces algo como enviar a Orietta al campo de batalla, tiraré la espada Sagrada, me llevaré a mi mujer y abandonaré este país." Habló claramente, con expresión severa. Al rey no lo cogió por sorpresa, era capaz de mantener un aspecto frío aunque no podía permitir una rebelión del duque Ann pues era el símbolo de su patria.

"¿Amenazas a tu rey?"

Ante tales palabras, el duque Ann sonrió brillantemente.

"Tan sólo soy honesto."

Mimizuku se despertó al amanecer por el sonido del batir de alas de unos pequeños pájarillos. La luz entró a través de la enorme ventanda. La fuerza de la luz predestinó unos cielos claros.

Mimizuku cerrró los ojos gentilmente otra vez y se volvió a dormir. El frío suela era cómodo y ya estaba a punto de conciliar el sueño.

"Mimizuku."

Al oír su nombre se despejó. Miró alrededor mientras se incorporaba buscando al dueño de la habitación, que ya no estaba, pero entonces vio a Kuro en el pollo de la ventana.

"¡Kuro...!" Los ojos de Mimizuku brillaron al ver a Kuro, quien entró en la habitación silenciosamente.

Mimizuku pensó que la luz de la mañana era bella.

"Vaya apariencia. Mimizuku, tienes la marca del suelo en la cara."

Las palabras de Kuro eran amables así que la niña rió mientras se pasaba la mano por la mejilla.

"¿Cómo estás, Kuro? Es raro que vengas a la mansión."

"En efecto." Kuro asintió. "Mimizuku, tengo que contarte una cosa."

"¿Un cosa? ¿Qué?"

Mimizuku se acercó a la ventana y cuando miró hacia arriba Kuro la estaba mirando y tras un pequeño momento de duda, él habló.

"Por unos días, quizás un mes, me iré del bosque."

"¿Irte?" Mimizuku inclinó la cabeza a un lado y el monstruo volvió a asentir.

"Por órdenes del Rey de la Noche, debo abandonar el bosque durante una temporada y ocuparme de unos asuntos en el mundo humano. Por tanto, si me llamas, no te podré escuchar. Por eso tienes que cuidar de ti misma. ¿Puedes hacerlo?"

"¡Sí, señor!" Mimizuku levantó lal mano e hizo un enérgitico gesto como respuesta, aunque inmediatamente miró hacia abajo. "¿A qué te refieres con órdenes del Rey de la Noche?"

"Eso es..." Kuro empezó a hablar pero de repente cerró la boca. "No puedo decírlo."

"Bien pues." sonrió Mimizuku, no le preocupaba realmente. De hecho, estaba feliz de que Kuro hubiese venido expresamente a contarle que se iba. Kuro miró como Mimizuku reía y finalmente volvió a hablar.

"Antes de irme del bosque, te contaré una leyenda."

"¿Una leyenda?"

"Exacto. Una historia de hace mucho, mucho tiempo."

Mimizuku no entendía las intenciones de las palabras de Kuro pero no tenía razón para oponerse a escucharle.

"Adelante, pues."

Se sentó en el suelo y esperó a que el monstruo hablase. Tras dudar por un momento, Kuro hizo un movimiento como para rascarse la mejilla y empezó a hablar.

"Es una historia que ocurrió hace mucho tiempo, que yace más allá del despiadado flujo del tiempo." Habló con un tono algo y deprisa. "Es la historia de un príncipe que vivió en un reino que fue destruido años atrás." Mimizuku inclinó la cabeza. Era como una historia de otro mundo. Kuro no detuvo su discurso. "Estaba muy, muy lejos. Si cruzabas muchas montañas e ibas hacia el norte tan lejos que la piel humana cambiaría de color, encontrabas este país. No escribían y no podían cazar. Sin embargo, no era un país pobre porque cierta montaña poseía un mineral deslumbrante.

La gente se ocupaba del mineral, lo trabajaban, lo solidificaban, ganando mucha riqueza en su proceso. El estilo de vida del rey también estaba marcado por la abundancia. Pudo contratar mercenarios y así, crear su propio ejército. Aunque la tierra se cubría de nieve durante el invierno, esto sólo hacía que la primavera fuera todavía más bella."

"Nieve..." Mimizuku no podía ni imagnar algo así. Buscó en las profundidades de sus recuerdos e imaginó un bello polvo blanco. En ese momento, el tono de voz de Kuro bajó.

"Todo aquello que posee forma desaparece llegado a cierto punto. Así es como funciona la lógica del mundo. Sin embargo, con el tiempo, la gente lo olvida. El mineral se acabó. Las gentes empezaron a luchar entre ellas, intentando quedarse con lo que quedaba de mineral. Cuando el rey pensó en lo que tenía que hacer, decidió que lo que quedaba sería confiscado por la fuerza. El rey pensó que lo único que podía hacer era ayudar a las personas a superar su dependencia en el mineral."

Para Mimizuku era difícil comprender en toda su plenitud la historia y se turbó pensando en ella.

Sin embargo, decidió continuar y, en silencio, continuó escuchando la historia de Kuro.

"Entoces, la familia real tan sólo tenía un príncipe. Había nacido cuando el último mineral había empezado a desaparecer por lo que el pequeño príncipe creció a base de miradas frías de sus súbditos. Aunque la desaparición del mineral era algo natural, también lo era para la naturaleza humana la necesidad de culpar a alguien por sus problemas. El príncipe nació para ello. Le trataban como a un príncipe, se le daban ropas que vestir y comida que comer, sin embargo, sus padres, el rey y la reina, jamás le quisieron." Mimizuku se preguntó en silencio qué significaba ser querido. "El derecho de nacimiento del príncipe fue la soledad. Sin embargo, jamás pensó en suicidarse. Nadie fue amable con él pero pensó que los parajes de su país eran demasiado bellos para las palabras. Pensó en darle forma a esa hermosa escena que se reflejaba en sus ojos. Para ello, el príncipe cogió un pincel y empezó a pintar."

"Ah..." En ese momento, Mimizuku se dio cuento sobre quién era la historia. Kuro no le respondió y continuó con su relato.

"Poco después, hubo una revolución en su país. La gente al límite de la hambruna por la mala gestión del rey del palacio hizo arder el castillo. El príncipe que vivía en un edificio separado fue aprisionado antes de que llegaran las gentes, así que a cambio de la persona en sí se contentaron prendiendo fuego al cuadro que había pintando el príncipe. Hecho que destrozó al príncipe cuya vida era la pintura."

Mimizuku miró a Kuro en blanco por la incredulidad como si estuviese viendo la escena con sus propios ojos.

"Hasta el día de la ejecución, el príncipe estuvo encerrado en una torre. En el cuarto tan sólo había una pequeña ventana obstruida con barras de acero, el príncipe, encadenado, continuó pintando hasta el día que debía ser decapitado."

"¿Con qué pintaba?" preguntó ella, pensando en la extraña situación.

"Con nada. No tenía pincel. El príncipe se mordía el dedo y dibujaba en la pared con su propia sangre como si estuviese poseído. El príncipe que tan sólo vio el lado feo de la gente, debió volverse loco ya hacia tiempo."

Mimizuku jadeo, como si se hubiese quedado sin aire por admiración por el príncipe. Como entendiéndolo profundamente.

"El dibujo era de el rojo más rojo. Tenía una belleza sublime. Fue creada con su propia existencia."

Antes Kuro había dicho que las pinturas que usan el color rojo son las más hermosas, Mimizuku no veía ninguna incosistencia en sus palabras. Había conseguido entender todo lo que les había llevado a este punto.

"Ese dibujo podría incluso invocar monstruos. Lo he visto yo mismo y también he visto al

maltratado y herido príncipe. Era humano a pesar de sus poderes mágicos. Le pregunté si quería vivir, le pregunté si le gustaría dejar de ser humano y el me respondió afirmativamente."

Así es como fue, pensó Mimizuku.

"Fue en ese entonces cuando llegó al bosque y tomó la posición de Rey de la Noche. Todavía está vivo hoy en día. Cuando desaparezca todo su poder mágico volverá a la Tierra y creará un nuevo rey. Sin embargo, hay otra forma de reemplazarle. Si el rey actual le escoge como sucesor cualquiera puede ser rey. El sucesor recibiría los ojos de luna. Yo fui quien le dijo al rey que viniese al bosque. No era humano sino un rey, y así, el rey conoció a un rey. Y así el rey fue escogido."

Entonces Kuro habló una última vez. "El rey fue escogido por el mundo" Kuro nombraba el "mundo" varias veces. La elección del rey, los subsidios... Estos eran las elecciones del mundo. Así es como se creaba el mundo de los monstruos. "Aquí termina mi cuento." Kuro terminó la historia suavemente. Mimizuku se preguntó por qué Kuro le contaba una historia así.

"Bueno, ha llegado la hora de que me marche." Abruptamente se elevó volando. "Espero que podamos volvernos a encontrar, MImizuku."

"¿Si el destino lo permite?" Preguntó ella.

Kuro rió a carcajadas.

"Sí, si el destino lo permite, nos volveremos a encontrar, Mimizuku"

Entonces como el humo, Kuro desapareció. Mimizuku se puso en pie y se apoyó en la ventana siguiendo a Kuro con la mirada. Entonces, de repente, Mimizuku se dio cuenta que sus mejillas estaban mojadas. Mientras ella parpadeaba, vio gotitas de agua transparente caer.

"¿Qué es esto...? ¿Estoy enferma?"

En pánico, Mimizuku se secó las lágrimas. No era la primera vez que pasaba pero no recordaba las veces anteriores. Mimizuku pensó que las gotitas eran como sudor. Entonces, secándose las gotas que seguían cayendo de sus ojos, se giró hacia el bosque donde el sol empezaba a aparecer y corrió fuera de la mansión a buscar más cosas hermosas para Fukurou.

La lámpara hecha con magia tenía un relucir rojizo, como una naranja madura. Los magos, reprimiendo el sonido de su respiración, se reunieron a la entrada del Bosque de la Noche. Cada uno de ellos llevaban capuchan sobre sus ojos y sostenía un bastón de roble.

"Hoy no hay luna.", dijo el duque Ann como si las palabras se le hubiesen escapado de los labios en su armadura. "Qué pena. Se dice que cuando la luna se alza en el bosque de la Noche es un paraje increíblemente hermoso."

Una voz brotó de detrás de él.

"No hay remedio, señor Caballero Sagrado."

El dueño de la voz tenía una capucha como el resto de magos y también tenía un bastón de roble en su arrugada mano. Habían muchos anillos en sus desdos para ayudarle con la magia.

"Hemos esperado hasta le luna llena porque el poder del Rey de la Noche baja en este tipo de noches Si intentamos hacer que se rinda, no podemos dejarle escapar."

"¿Os quedaréis a unir esfuerzos con el orgullo de nuestra nación, la brigada magica? ¿Puedes hacerlo, serño Riveil?" Preguntó el duque Ann sonriendo como siempre de forma casual.

"Problablemente."

Hubo una pausa entre la pregunta del duque Ann y la respuesta de Riveil, pero no fue porque este estuviese preocupado por ella. Lo que se interpuso fue su orgullo.

"Probablemente, mientras que tengas la Espada Sagrada entre tus manos."

El duque Ann gimió sin emoción ante las palabras de Riveil. Observó el Bosque de la Noche al que habían penetrado con misteriosa calma. Tras un pesado silencio, Riveil habló como si fuera un soldado inexperto.

"Sin embargo, si la Brigada Magica está aquí cuando el Rey de la Noche recupere sus poderes al amanecer, nos..."

"No quiero escucharlo." dijo el duque Ann, cortándole con su voz suave. "No me importa si tienes que hervirlo y comértelo. Estoy aquí sólo para salvar a la pequeña que ha capturado. Tú estás aquí para capturar al Rey Demonio, ¿no? Vamos a dejarlo así de momento."

En ningún momento habló duramente. Sin embargo, Riveil contuvo sus quejas y paró de hablar.

"La barrera parece completa." Comunicó Riveil con quietud.

"Ya veo." Asintió el duque cerrando los ojos.

"¡Señor Caballero Sagrado...!"

Fue como si la oscuridad estuviese oscureciéndose aún más. Una sombra gigantesca apareció entre la espesor oscura y los magos gritaron lanzándose hacia la lucha con sus bastones. El duque Ann desenvainó la espada más rápidamente que un rayo y abatió al monstruo de un solo golpe. La enorme criatura soltó un grito de otro mundo y colapsó.

Los magos estaban sin aliento. Nunca habrían podido imaginar que el duque Ann siempre tan amable sería tan despiadado con su espada. En la oscuridad, un leve destello emanó de la

Espada Sagrada.

"¿Cuántos podéis invocar?" Dijo el caballero Sagrado. Su voz era severa como la oscuridad y

sacudió el aire.

"Yo... Yo y esos dos, señor..."

Sólo tres magos podían invocar magia capaz de capturar al Rey de la Noche. El resto sólo estaban ahí para amplificar y ayudar. El duque Ann sintió como si la atravesaran la mano con una espada.

Si cerraba los ojos podía escuchar voces llamando a la espada como lo habían hecho cuando era un jovencito.

Justo en el instante que sacó la espada de su vaina, sus sentidos mejoraban y el mundo cambiaba a un color frío. En algún lugar de su corazón, estaba feliz de haber aniquilado al Rey Demonio. Si tan sólo pudiese usar la espada que sólo sabía acabar con la vida de otros para salvar a alguien, pensó durante un momento el duque Ann.

"Acabaré con todas las bestias que se interpongan en nuestro camino. No os acerquéis a mi espada o saldréis heridos. " Por un momento pareció roto por dentro, incluso en la oscuridad, sus ojos brillaban con un profundo azul.

"No puedo garantizar que vayáis a sobrevivir."

Riveil fue el único que consiguió asentir. Se acababa de declarar el comienzo de la batalla. El

Caballero Sagrado sacó la espada. No había vuelta atrás.

A Mimizuku que dormía en las raíces de un árbol gigante le pareció escuchar a alguien gritar desesperadamente y se despertó en pánico.

"¿Eh? ¿Qué pasa...?"

Había algo raro. Aunque no sabía el qué, miró alrededor preocupada. La oscuridad gritó. Los árboles y las hojas parecían gritar como si les estuviesen destrozando.

"¿Qué? ¿Qué pasa...?"

Miró al cielo y no pudo ver por ningún lado la luna. Un escalofrío recorrió su espalda. Mimizuku pateó el suelo haciendo sonar sus grilletes.

Corrió a la mansión de Fukurou donde él debería estar. Ese día no tenía nada hermoso que darle, pero aunque la rechazase, sabía que tenía que i.

"¿Q-Qué...?" Conforme se acercaba a la mansión fue testigo de algo horrible.

Gritó. Gritó inhumanamente. La mansión estaba ardiendo. Las llamas rojas parecían engullir la mansión mientras la rodeaban.

¡Por qué!, pensó Mimizuku.

Corrió acercándose más. Abrió la puerta con esfeuerzo y se coló dentró. Las llamas estaban llegando al centro de la mansión poco a poco. Mimizuku subió la escalinata, sintiendose como si la estuviesen quemando. Corrió a la habitación de Fukurou. El Rey de la Noche estaba allí, en el centro de la habitación.

"¡Fukurou! ¡Fukurou, Fukurou...!" gritó Mimizuku. Fukurou se dio la vuelta lentamente. Sus ojos eran helados y parecían temblar mientras reflejaban las rojas llamas.

No mostraban emoción alguna.

"¡Fukurou! ¡Es inútil! ¡Para..!" Exclamó la niña. Golpeó la pared que se estaba pelando por el fuego repetidas veces con su puño. Mimizuku olvidó el hecho que podía quemarse.

"¡Para, para! ¡Se va a quemar! ¡La pintura se va a quemar!"

El humo entró en sus pulmones y empezó a toser incontroladamente. Aún así, Mimizuku intentó sacar la pintura de la pared para protegerla. La pintura de la puesta de sol roja que iba a acabarse pronto se dispersó en las llamas.

Mimizuku aulló como un animal. Se movió para acabar con las llamas ella misma, pero Fukurou la agarró.

"Basta." La fría voz de Fukurou alcanzó sus oídos y ella se giró. Aunque era tan bello, aunque era la pintura que él hizo...

Su grito se convirtió en un sonido ominoso. Tras el sonido de una explosión el suelo se abrió bajo sus pies. La parte de arriba de la mansión cayó pero gracias a que el techo ya había desaparecido ni Miizuku ni Fukurou habían muerto. Mimizuku estaba confusa, sin saber qué o quién causó la explosión.

Sus grilletes se volvieron de un color rojo. Sintió como que su mundo entero se estaba destruyendo, pero en medio de todo esto, creyó escuchar algo. En algún lugar, alguien decía algo.

Escuchó una voz. "¡Por aquí...!"

Al otro lado de la destrucción de la mansión había alguien. Era un hombre rubio de ojos azules, ofreciéndole la mano a Mimizuku. Tenía una espada en la otra mano.

Mimizuku hizo un extraño sonido.

"¡¿Yo...?!"

La voz salvaje no pegaba con la escena.

"¡Sí, sí! ¡He venido a salvarte...!"

La voz que respondió era fuerte.

"¿Salvar?"

Nadie le había cogido la mano así a Mimizuku antes.

"¿Venir a salvar...?"

Sintió que lo había estado deseando desde hacia tiempo, desde hacía mucho, mucho tiempo cuando aún era pequeña. Deseó que alguien se la llevase a la felicidad.

"Yo... Yo..."

Su voz tembló ante el destino que de repente se le había abierto el cuerpo de Mimizuku se acobardó.

"¡Coge mi mano! ¡No tengas miedo!"

"Pero..."

"¡Está bien!"

Algo así. Fuerte. Aunque fuese una mentira, alguien le estaba diciéndo que estaba bien... Nadie le había dicho algo así jamás. Como atraída, Mimizuku dio unos cuantos pasos pero entonces se dio la vuelta. Miró a Fukurou cuyo cuerpo parecía ser empujado por un fino hilo. Fukurou miró a Mimizuku con sus ojos como lunas y habló:

"Ves. Niña que nombra bestias. Ya no hay razón alguna para que estés aquí."

Y entonces, Fukurou se movió antinaturalmente y pareció extender su brazo involuntariamente.

Repasó la frente de Mimizuku con su dedo. Después de ese momento, el cuerpo de Mimizuku empezó a moverse por sí mismo. Solo, sin dudar, Mimizuku voluntariamente tomó aquella mano.

No la del rey de los monstruos, sino la del Caballero Sagrado.

La mano que le habían ofrecido tenía una cálida piel humana. La levantó. La habían salvado como si fuera amada.

Aún así, sin razón aparente, Mimizuku quería llorar.

De alguna manera, y mucho, quería llorar.

Tenía un fuerte dolor de cabeza. Su frente ardía. Quería gritar.

A pesar de no saber lo que eran las lágrimas, quería llorar.

"...Justo así. Deseaba que me comieras, justo así."

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