sábado, 3 de noviembre de 2018
KIMI TO BOKU NO UTA WORLD’S END
Y entonces, nuestros caminos se cruzaron.
El supermercado estaba sumido en silencio y oscuridad.
Solo, caminé por la tienda como un pez migratorio. En mi cesta metí arroz empaquetado, una lata de sardinas y una botella de agua mineral.
Me paré enfrente del puesto de revistas.
Aunque había llegado el invierno, las revistas colocadas aquí sólo hablaban de cosas relacionadas con el verano. Ídolos llevando bañadores sonreían en las portadas. También intenté sonreír como esos ídolos, pero el reflejo de mi rostro en el cristal de la ventana no poseía ningún atisbo de una sonrisa.
Aunque sea una sonrisa de ídolo, diría que si la ves cada día no te sentirás feliz.
Con todo lo necesario, salí del supermercado.
Por supuesto, sin pagar.
Los humanos que solían trabajar como cajeros ya no existían.
Me comí la cena al lado del zumbeante y ruidoso generador eléctrico. Calenté el arroz, abrí la lata de sardinas y me bebí la botella de agua mineral.
Mi habitación estaba en la periferia de Nishi-shinjuku, era una habitación de sólo seis tatamis. A través de la pequeña ventana, vagamente, podía ver altos edificios y calles ampliamente ordenadas y monocromáticas, todo, entonces, envuelto por la luz de la luna.
No habían familias con las luces encendidas: los altos edificios residenciales parecían tumbas negras.
Quizás realmente fueran tumbas, para los humanos que ya no existían.
En realidad, como estudiante universitario, no tenía ni idea de por qué había ocurrido.
Al principio, sólo vi en una noticia de un diario que una misteriosa fiebre había empezado a surgir en América Central. No mucho después, se volvió una enfermedad pandémica en
América. Después de América, Europa, y entonces África, y Asia... La plaga alcanzó el mundo entero. Probablemente nadie sabía el por qué o cuándo empezó.
La mayoría de los humanos no la superaron.
Solamente medio año después, la raza humana fue exterminada.
Siendo sincero, ni yo mismo sabía por qué seguía vivo.
Quizás tuve suerte, o a lo mejor tenía algún tipo de anticuerpo especial.
Pang.
Pang.
La pelota golpeaba la pared repetidamente, haciendo tal sonido. De vez en cuando jugaba al tenis. Ciertamente no había nadie que pudiese jugar conmigo, así que simplemente jugaba con la pared.
Pang.
Pang.
La pelota seguía volando de mí a la pared y de la pared a mí.
Al poco tiempo me cansé y me tumbé en el suelo.
Cielo celeste.
Pájaros piando.
Aire fresco.
Aunque los humanos habían sido exterminados, el mundo no había cambiado ni un poco.
Algunos podrían creer que eso es increíble, pero me lo tomé como algo natural. Los humanos siempre habían sido una existencia insignificante.
Cerrando los ojos, regulé mi respiración sin prisa.
Poco tiempo después, de repente, escuché maullidos de gatos de algún sitio. Maullaban y ronroneaban. Qué raro, siempre habría pensado que los gatos ronroneaban para pedir comida normalmente, pero no habían humanos, y con ello ninguna razón para que ronroneasen. Aun así los sonidos de su ronroneo se acercaban gradualmente.
Me levanté en pánico.
Estaba sorprendido.
Eran como cien.
"Mmm..."
Grité como reflejo. Habían pasado cinco meses desde que vi al último humano. Por ello creía que era el único humano y que no existía ninguno más. A lo mejor la persona delante de mí tan sólo era una alucinación, una alucinación creada porque no soportaba más la soledad.
Ella me notó.
"¿Qué debería hacer con estos gatos?"
Dijo ella, desconcertada.
"Les di algo de comida, y ahora me siguen".
Había personas de todo tipo en este mundo.
Realmente existían.
En sus últimos momentos, los humanos muestras sus peores caras.
Por lo tanto, era complicado permanecer cuerdo. Hasta yo mismo, podría enloquecer si continuaba viviendo solo. A lo mejor ya había enloquecido.
Esto es lo que me dijo aquella noche:
"Soy un cuerpo de investigación"
"¿Un cuerpo de investigación?"
"Los seres con capacidad intelectual de este planeta están siendo exterminados. Antes de su exterminación total, tengo que hacer informes."
"¿Así que eres un alíen?"
"Algo distinto. Soy un cuerpo de investigación, no un alíen. Las máquinas con vida existen."
Asentí con cuidado.
"¿Tienes forma humana para no asustarme?"
"Sí, lo pillas rápido."
Insistiendo en la razón de querer investigarme, empezó a vivir conmigo.
Cuando le pregunté su nombre, contestó: "¿qué es un nombre?"
"Es algo diferente con los propios."
"Ah, vale, comprendo. No tengo. Eso es. Tú puedes buscarme uno."
"Pues vamos a llamarte Nieve"
La llamé Nieve porque era invierno.
¿Demasiado simple?
No creí todo lo que dijo, pero estaba seguro que Nieve era una persona extraña de pies a cabeza.
No sabía nada.
Rompió el arroz al calentarlo demasiado.
Mordió la lata con los dientes.
Obstinadamente, creía que había un ser vivo en el generador eléctrico.
Cuando se durmió, le di un vistazo a su cara.
Dormía ruidosamente, sus respiraciones eran extremadamente estables. Era igual que cualquier otra chica, pero si quería insistir en ser una máquina no iba yo a negar esa posibilidad.
No obstante, en su brazo, había una marca extraña.
Parecía un símbolo.
¿Un alíen?
¿Un cuerpo de investigación?
¿Quién sabe?
Le enseñé a jugar al tenis.
Pang.
Pang.
La pelota seguía volando de ella a mí y de mí a ella.
Pang.
Pang.
Poco a poco se adaptó a ello.
Pang.
Pang.
La pelota siguió volando de ella a mí.
Cuando acabamos de jugar, nos fuimos a una esquina del parque.
Un gran roble simbólico estaba ahí.
En sus raíces dormía por siempre Kana.
"¿Qué es esto?"
Me preguntó Nieve apuntando a la planta.
"Es alguien que conocía. Después de morir la gente es enterrada aquí."
"¿Así los humanos enterráis a los muertos en el suelo?"
"Exacto"
"¿Y vienes a mirar de vez en cuando?"
"Sí"
Vertí el agua en las raíces del roble empapando el suelo.
"Sería genial tener una lata de melocotones".
"¿Una lata de melocotones?"
"Si tuviese una podría animarme."
Conocí a Kana en este parque.
Estaba tumbada en el camino.
Tenía el cuerpo totalmente sucio, su ropa estaba andrajosa y no llevaba zapatos. Cuando la abracé su cuerpo estaba tan caliente como un calentador de bolsillos: ya estaba enferma.
Aun así, la llevé a mi cuarto y cuidé de ella.
Tras tres días de alta fiebre y pesadillas, se despertó.
"N-No..."
Mirándome, soltó sonidos de miedo histérico.
En sus últimos momentos, los humanos muestras sus peores caras.
Kana no iba a creerme sin importar qué.
Me lanzaba miradas sospechosas y temblaba cuando estaba cerca de mí. Por las noches, para dormir, se encerraba en el diminuto lavabo agarrando fuertemente la llave.
Fue en el séptimo día que, después de mucho esfuerzo, conseguí verla sonreír.
Cuando le pregunté qué quería comer me dijo: "Una lata de melocotones"
Por lo que fui al supermercado en la calle de al lado a por una ya que en el supermercado de esta calle no habían.
Después de dos horas de mucho esfuerzo, encontré una y se la di.
"Gracias"
Era una cara sonriente aunque sollozaba y esa fue la última vez que la vi.
A la mañana siguiente, dejó de respirar.
Por la noche, Nieve me trajo memorias de Kana.
"Kazufumi, estás raro."
"¿A qué te refieres?"
"Has estado murmurando un buen rato"
"Pensaba en algo"
"¿Los humanos murmuran cuando piensan?"
"Depende de qué piensen"
Algo agitó ligeramente mi corazón.
El mundo estaba envuelto por la radiante luna.
La luz de la luna era como el mar.
Había perdido todo lo que podía tener, el mundo se estaba hundiendo en lo más profundo del mar.
Ondeando y revoloteando.
Había dejado de pensar en qué quería tener. No perdería nada si no tenía nada.
Incluso cuando ya no existían los humanos, el sol se alzaría y pondría, el viento sería más frío. Algo también cambiaba en mi corazón, ciertamente, pero nunca sabría qué o por qué.
"Kazaufumi, ¿qué pasa?"
Preguntó Nieve.
"Últimamente no me apetece murmurar. Ahora mismo quiero ir a un sitio.", dije poniéndome el abrigo. "Tengo algo que hacer una cosa. Me voy."
"Vale, yo también voy."
"No tienes por qué, tengo prisa."
Me fui apresuradamente, disipando al a fuerza la cara de Nieve y sus ojos preocupados de mi cabeza. No perdería nada si no tenía nada...
Caminé sin rumbo.
Mis orejas eran abofeteadas por el frío viento, mis pies se entumecían. Aun así, seguí caminando, sin destino.
Sería genial acabar caminando al Polo sur.
Simplemente, irse de este pueblo sería genial.
Volvería a vivir en soledad: despertando solo, comiendo solo, durmiendo solo. Nadie me perturbaría, nadie me destruiría. ¿No está bien abandonar antes de perderse? Nada es más simple que eso. Nieve se sentiría sola durante un tiempo, pero pronto se acostumbraría.
Pensé eso seriamente.
Un rato más tarde, vi la estación de Shinjuku.
Sin pensarlo más, pasé a través de la entrada y entré:
"¡Hey, buenos días!"
Siguiendo la voz alegre, encontré el camino de la plataforma hasta el paso veinte.
Había un hombre de mediana edad con un traje gris, una camisa blanca y una corbata azul.
Así que aún había supervivientes...
Sorprendido, el hombre dijo: "el tren llega tarde".
"¿Qué?"
" Esto es un problema. Tengo una reunión, sabes."
El hombre estalló en carcajadas. Al mirarlo más atentamente noté las arrugas de su
chaqueta. En la parte del pecho de su camisa también había una mancha de aceite.
El brillo de la locura llenaba sus ojos.
¿Por qué no vino el tren?
"¡Sería genial si el tren llegase antes!"
Grité y me fui corriendo de la plataforma, bajando las escaleras salándome un escalón a cada paso. Cuando volví a mi habitación, no podía encontrar a Nieve.
"¿Nieve?"
Tan sólo mi voz retumbaba en la pequeña habitación.
Esperé una hora.
Esperé dos horas.
Esperé tres horas.
Nieve no volvió.
La puesta de sol tiñó el mundo de carmesí.
Busqué a Nieve bajo esos rayos. El supermercado que frecuentábamos, no estaba ahí; la biblioteca en la pendiente, no estaba ahí; en el campo de tenis, no estaba ahí.
De repente, recordé algo y fui al lugar donde descansaba Kana.
En las raíces del roble había hierba de gato.
"Ha venido..."
Una vez le conté que delante de la tumba había que poner una ofrenda importante.
"¡Nieve, te equivocas!"
Cuando me dí cuenta, estaba corriendo y hablándome a mí mismo.
"Si ofreces esa hierba, Kana no será feliz"
Busqué por todos lados: el oscuro parque, las avenidas entre los edificios, los dos lados de la carretera con el graffiti; continué corriendo a pesar de mis dificultades para respirar.
Continué gritando su nombre, mi voz resonaba en la vacía ciudad.
El miedo y la ansiedad casi me enloquecieron. Empecé a interrogarme a mí mismo.
¿Por qué estoy yendo tan lejos? ¿No es sólo una chica rara? ¿A quién le importa de dónde ha venido y a dónde irá? Mira, ¿no estoy solo como quería? ¿Pero por qué sigo llamándola? ¿Por qué corro? ¿Qué busco?
¡Nieve, ¿dónde estás?!
De repente, de un camino apartado voló algo.
Un gato marrón oscuro.
Seguidamente, aparecieron los gatos.
Gatos negros, blancos, marrón oscuro, multicolor, cachorros...
Miré al final del camino apartado.
Ahí estaba Nieve.
Caminaba dirigiendo a cientos de gatos.
Cuando me vio, sonrió.
"Les he dado un poco de comida, y ahora todos me siguen".
"¿Dónde... Dónde habías ido?"
Estaba jadeando; estaba buscando.
Me dio un objeto cilíndrico.
"Supongo, Kazufumi, que con esto te animarás."
Una lata de melocotones.
"No la encontré en el supermercado de siempre, así que tuve que buscarla en una tienda más lejos":
Muchos gatos ronroneaban y maullaban a nuestro alrededor.
"Los gatitos parecen cantar".
Dijo Nieve escuchando sus maullidos. Sus labios estaban congelados hasta volverse
morados por el frío; sus mejillas estaban rojas. ¿Hasta dónde fue a por la lata?
"Como una canción feliz..."
En medio de sus palabras, la abracé sin pensarlo dos veces. Sentí, inesperadamente, en este primer abrazo, su frío cuerpo.
Aún así, su aliento era cálido.
Más cálido que nada.
¿Nieve no había venido a hacer informes sobre mí?
Si de verdad estaba en un cuerpo de investigación... Dolor, felicidad, desesperación, esperanza e incluso amor y el sentimiento de perder a alguien... sería descrito indiferentemente.
"Nieve, volvamos".
Con la voz temblorosa dije:
"A nuestro hogar."
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario